Me hospedé en el suburbio de Daishoji, en un monasterio llamado
Zensho. Este sitio pertenece todavía a la provincia de Kaga. Sora
también se había hospedado en ese templo la noche anterior y había
dejado este poema:
Viento de otoño:
lo oí toda la noche
en la montaña.
lo oí toda la noche
en la montaña.
Nos separaba la distancia de unas horas pero me pareció que entre
nosotros había ya más de mil millas. Yo también, escuchando el viento
otoñal, me acosté en el dormitorio destinado a los novicios. Al romper
el alba se oyeron rezos, sonó la campana y me apresuré a entrar en el
refectorio. ¡Ahora a Echizen!, me dije con brío y salí a toda prisa del
templo, mientras unos jóvenes bonzos me perseguían con papel y pinceles
hasta el pie de la escalera. En ese momento caían las hojas de los
sauces en el jardín. Al ponerme las sandalias, y aparentando más prisa
de la que tenía, tracé estas líneas:
Antes de irme
¿barro el jardín hojoso,
sauces pelados?
¿barro el jardín hojoso,
sauces pelados?
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Sendas de Oku
Matsuo Bashō (Ueno, 1644 - Osaka, 28 de noviembre de 1694)
Ediciones Hiperión, 1993
«Desde las primeras líneas Basho se
presenta como un poeta anacoreta y medio monje […]. Su viaje es casi una
iniciación». Así habla Octavio Paz en el largo prólogo que antecede al
libro «Sendas de Oku» del poeta japonés del siglo XVII Matsúo Basho,
libro considerado una de las cumbres de la narrativa y la poesía
japonesa Zen.
La obra es, en realidad, un cuaderno de
viaje en el que, con breves textos, Basho apunta sus impresiones del
camino, de las gentes con las que se cruza y de los lugares que visita.
El viaje es el que el propio Basho emprende, acompañado por un
discípulo, desde su choza en el Sur hasta las remotas tierras del Norte,
más el consiguiente regreso.
El viaje, es casi innecesario señalarlo
de nuevo, no supone sólo un desplazamiento físico, sino también uno
interior: el viaje, como en tantas obras, es también un lento
aprendizaje. El espíritu crece a medida que el cuerpo se desplaza.
[mundocritico.es]
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