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viernes, 18 de marzo de 2022

Después (Christine Lavant)

No volvió a haber entre nosotros una cordialidad tan evidente como la última vez, aunque me conmovió que no se hubiera olvidado de meterme, de contrabando, entre los nuevos libros, algunos cigarrillos. Me temo que eso sucede porque cada hora que paso aquí borro los contactos con el exterior, pues me resbalaba lo que decía como si hablara con otra persona, mientras que yo, interiormente no podía desprenderme de la extraña idea de ser idéntica a la bombilla azul que enroscan por la noche en nuestro dormitorio. Y todo me importaba tan poco que lo único que tenía que hacer era estar allí e iluminar levemente este indescriptible horror. Las palabras ya no importaban, incluso cuando percibía alguna de ellas y me esforzaba en responderlas. ¿Qué pasará cuando hayan transcurrido las seis semanas? ¿Podré volver a pensar y a hablar para entenderme con los demás? Ay, tengo tanto miedo, y es un miedo diferente cada hora y siempre mayor que el anterior, algo que me parecía imposible. A veces me coloco junto a una ventana enrejada, y cuando pasa el tranvía no se oye solo un ruido repetitivo, sino que todo el edificio tiembla de forma peculiar, y entonces me sujeto y me acostumbro a que incluso me parezca bien sentir únicamente los últimos ecos del ruido y los movimientos del exterior. Sí, me puedo imaginar que aquí podría alcanzar una cierta paz, si se diera el caso de tener que quedarme aquí para siempre. Seguro que pasaría de un ataque de llanto al otro, pero cuando una consigue superarlos, ya se sabe de qué lugar no puede ser expulsada. Y eso sería mucho. Se podría utilizar todo pensamiento en tratar de adaptarse aquí para siempre y no habría que pensar en "después", con un dispendio de fuerza que a cualquiera le parecería imposible, ni en cómo ese "después" exigiría otro nuevo esfuerzo, del que con seguridad nadie sería capaz.

Después (Christine Lavant)

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Notas desde un manicomio
Christine Lavant (Großedling, 4 de julio de 1915 - Wolfsberg (Austria), 7 de junio de 1973)
 
Nietzsche decía que quien más sufre exige con la mayor intensidad la belleza, la produce; y bien podría estar hablando de este libro. En él, Christine Lavant, una de las poetas austriacas más admiradas, pero secretas, del siglo xx, narra su estadía voluntaria de un mes y medio en el Hospital Psiquiátrico de Klagenfurt en 1935. Lavant no escribió este fulgurante texto hasta 1946, once años más tarde, y no consintió en publicarlo mientras vivía porque era demasiado personal: en él registra su fallido intento de suicidio, su insomnio, la convivencia con sus excéntricas compañeras, la autoritaria presencia de los médicos y su lucha diaria por sobrevivir escribiendo. Con una prosa exquisita, íntima y exacta, estas páginas tienen una desgarradora potencia. Thomas Bernhard, gran admirador de Lavant, se refirió a su trabajo como testimonio fundamental de un «mundo destruido».

miércoles, 15 de septiembre de 2021

Diversa (Alda Merini)

Es con sumo placer que veo la reedición del Diario, aun cuando en mi opinión el paso de las ediciones se ha visto un tanto afectado por malas y falsas interpretaciones. Manganelli consideraba el Diario un clásico pero, sobre todo, veía en el manicomio «la locura como espacio de amor y de búsqueda». Si pensamos en la locura como fe, debemos decir que Manganelli ha dicho una verdad. El espacio del amor es un espacio de búsqueda. No existe persona injustamente ofendida o enferma que no pregunte a Dios el porqué del dolor y por lo tanto por la propia muerte. No existe un Dios verdadero en la pasión, pero sí a menudo un catálogo de imposturas y de culpas de las cuales se hace cargo el prisionero de la vida. El hombre es un prisionero de la vida, pero también un prisionero de la muerte, y no existe un espacio creado por los hombres que no pueda rendirse a la aceptación de que el dolor no solo es humano sino que es justo. Manganelli ha dudado largamente antes de meter mano al Diario: se horrorizaba solo de pensar que su amor podría ser encerrado en un lugar de tortura, en un lugar maldito que creía santo porque yo no había desobedecido la voluntad de Dios. Esta es todavía la pregunta que me hago. Y sigo pensando que Manganelli —ateo y profanador, antes de morir se convirtió al cristianismo y escribió aquel maravilloso texto, publicado póstumamente, que es El pesebre—, delicado conocedor del alma como Dante, ha visitado el infierno de las pasiones, y después consiguió «volver a ver las estrellas» gracias a la presencia de un Virgilio escondido que podría ser la fe, o al menos la esperanza. El Diario no es solo una nomenclatura de torturas y violaciones. Recuerdo que en la Historia de un alma, Teresa Martin era considerada «menos que nada», y murió anónimamente. Manganelli habla de la incomprensible felicidad y del incomprensible dolor. Después de mi abandono Manganelli se ha dedicado a las letras y de la Historia de un alma yo he extraído el Diario de una diversa, lo que quiere decir que es cierto que un gran dolor puede hacer a un escritor grande. Pero también debo decir que solo Dios tiene el poder de desviar un alma; por lo demás, algunas almas cabalgan sobre borricos tambaleantes y creen que son pura sangre. 

Felicidades a todos los borricos.
Alda Merini

 

Diversa (Alda Merini)

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La otra verdad. Diario de una diversa
Alda Merini (Milán, 21 de marzo de 1931 - Milán, 1 de noviembre de 2009)​
 

La singularidad extrema de la obra de Alda Merini reside en esa capacidad de sacralizar la vida, dotando a la palabra de una intensidad que convierte cada poema en una oración y cada acto en un intento de salvación. “Todavía hoy conservo intacto mi terrible secreto”, afirma en un momento de este libro, refiriéndose al trauma que cuantos la trataron buscaron sin éxito. Al final, viene a decirnos su obra, no hay más trauma que nacer, condenados a una vida en la que el dolor nos justifica y el placer nos salva sólo un instante, pues ya sabemos lo que hay al final del camino. ¿Y cuál es el sentido de la locura? La locura no existe, concluye: tan sólo el miedo a perder la cordura. No puede existir la locura si la realidad es aquello que percibimos por los sentidos, y por tanto nosotros somos la única realidad posible. El infierno somos nosotros. Y el resto de la Biblia, también.
Martín López-Vega [Babelia]

lunes, 16 de agosto de 2021

Retrovisor (Gwyneth Lewis)

La autoayuda es lo último que necesita un depresivo. Es como conducir en la niebla. Por instinto, se ponen las luces largas, y acaban más confundidos porque el aire húmedo refleja los intentos de ver hacia nosotros. En ese caso, si se atreve, la opción más segura es apagar las luces y navegar a oscuras.
¿Quién dice que se necesita luz para ver?
Después de tres semanas los antidepresivos empezaron a dar resultado. Afectaron a la calidad de mi depresión pero sin cambiarla esencialmente. Me proporcionaron cierto espacio físico, una distancia pequeña pero crucial entre yo y mis horrores. Como una barrera de policías antidisturbios de crustáceos, empujaban hacia atrás las pesadillas que reclamaban mi atención. Eso me dio un estrecho cordón sanitario en el que moverme, un poco de espacio para respirar. Los atascos mentales seguían ahí, eso sí, pero tenían menos poder sobre mí, como si los anarquistas se hubieran vuelto paparazzi. Los focos de las cámaras intrusas eran cegadores, pero al menos podía apartarme de su camino y pasar a la sala del sueño.
Era exactamente como cuando de noche te sigue un coche con las luces largas. Vas por una carretera comarcal estrecha y no puedes dejarle pasar, de modo que pones el retrovisor en la posición antideslumbramiento. El grueso de la depresión no ha desaparecido, está deseosa de que apagues o conduzcas más rápido de lo que deberías, pero el filo del arma ha perdido su principal amenaza: la luz.

Retrovisor (Gwyneth Lewis)

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Tomando el sol bajo la lluvia
Gwyneth Lewis (Cardiff, Reino Unido, 1959)
 
Una perspicaz indagación sobre la depresión, uno de los males más comunes de nuestra sociedad. La autora de este libro, la poetisa galesa Gwyneth Lewis, cayó en una profunda depresión de forma inesperada y abrupta: un día mientras conducía su coche en dirección al trabajo, se puso a llorar desconsoladamente y regresó a su casa donde pasó dos semanas postrada en la cama. Se inicia así un periodo de dos años durante los cuales Gwyneth sufrió una gran depresión. Este libro constituye la ayuda que ella buscaba mientras se encontraba enferma. Gwyneth Lewis ve en la depresión una importante oportunidad para un cambio que al final resulta ser muy positivo y del que surge una persona diferente, pero mucho más auténtica que antes.

viernes, 30 de julio de 2021

Agujero (Richard Gilpin)

Los agujeros negros son los objetos singulares más densos del universo conocido, generados por una estrella que colapsa sobre sí misma. Ejercen tal fuerza gravitacional que nada puede escapar de ellos, ni siquiera la luz. También son invisibles y, además, la metáfora más adecuada para mi propia depresión.
 
Si pudiéramos ver a alguien caer por un agujero negro, no notaríamos nada, excepto que parecería que va ralentizándose cuanto más se acerca al "horizonte de sucesos", ese punto imperceptible donde el tirón gravitacional se vuelve tan inmenso que se hace imposible evitarlo o escapar de él. Acto seguido, esa persona desaparecería sin más de nuestra vista -no veríamos adónde ha ido ni cómo ha desaparecido-. Lo mismo se podría decir si fuéramos nosotros quienes viajásemos por un agujero negro. No sabríamos en qué punto hemos cruzado el horizonte de sucesos, pero no tardaríamos en sentir el tirón y una fuerza gravitacional colosal.
Con la depresión suelo sentir que me encierro, que estoy metido en una trampa. Es como si mi vida se pudiese regular con un potenciómetro y alguien lo estuviese poniendo al mínimo. Al descender la intensidad de las luces, ya no puedo ver con claridad. Lo que antes eran objetos bien definidos se convierten en siluetas amorfas con una velada hostilidad. Me siento desconectado de lo que me rodea. Se levantan barreras invisibles entre lo que defino como "yo" y lo que defino como "no yo". Esa separación sofoca la comunicación. Las opciones y las posibilidades de acción se reducen según me voy quedando en silencio y, de un modo imperceptible, me voy desconectando poco a poco. Ocupo un lugar de una gran presión interior y me quedo atrapado en él y por él.
Si bien me siento víctima de todo este proceso (y mis pensamiento suelen reflejarlo), también experimento un intenso enfado por mi propia complicidad con él. Estar confinado en una cárcel creada por mí mismo hace que me sienta más desesperanzado e impotente si cabe. Y entonces se cierra el cepo de la depresión.

Agujero (Richard Gilpin)


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Una salida de la depresión
Richard Gilpin (Brighton, Reino Unido, 1973)
 
 
Este libro solo trata de dos cosas: la conciencia plena y la depresión. Ambos conceptos hacen referencia a procesos o estados psicológicos particulares, pero, dado que dichos procesos son experiencias, no resulta sencillo resumir ninguno de los dos en palabras. La naturaleza del influjo ininterrumpido, si bien efímero, de los momentos que constituyen nuestra existencia es tal que jamás llegamos a capturarlos por completo con las palabras. No pasa nada, porque cultivar una senda consciente de salida de la depresión supone, en última instancia, ir más allá de las palabras, hacia la libertad de una consciencia clara e inalterable. Esto es algo que debemos hacer cada uno a nuestra manera, aunque espero que los consejos de este libro te ayuden a seguir avanzando.
Introducción de Richard Gilpin

sábado, 4 de abril de 2020

Escucha (Darian Leader)

Este caso muestra claramente la diferencia fundamental entre la verdad y los "hechos". Podemos imaginar al personal del hospital preocupado por sus cuarenta y cinco kilos, evaluando sus posibles riesgos en términos de una gráfica que establecía el peso normal para una mujer joven de su edad. Pero esta atención a la norma habría descuidado lo que significa el número cuarenta y cinco para ella, un detalle que, como muestra Volkan, sólo emergió a través del diálogo. Es importante reconocer esto en una época en que hablar es progresivamente devaluado en favor de una visión de la vida humana en la cual el destino es reducido a parámetros de la biología. Y hablar, a diferencia de tomar drogas, requiere de una escucha -alguien a quien la persona deprimida pueda dirigirse-. Si comunicar lo imposible es tan central para la experiencia del melancólico, debe haber alguien para recibir la comunicación, para ayudarle en su ardua tarea de encontrar un nuevo camino para hablar acerca de ese hueco.
El duelo, como hemos visto, también requiere de otras personas, quienes quizá ayuden a la persona en duelo a simbolizar e incluso acceder a su propia respuesta a la pérdida. El diálogo de duelos puede significar la diferencia entre comenzar el proceso de duelo y un estado de inercia en el cual la vida parece no tener nada que ofrecer y donde nada cambia. En palabras de Keats, la persona en duelo debe buscar "un compañero en los misterios de la tristeza". Y aquí es donde las artes se vuelven esenciales para las sociedades humanas. Las obras de arte, después de todo, comparten algo muy especial: han sido hechas, y usualmente creadas, a partir de una experiencia de pérdida o catástrofe. Nuestra mera exposición ante este proceso puede alentarnos, a su vez, a crear, desde llevar un diario a escribir ficción o poesía o poner el pincel en el lienzo. O simplemente a hablar y pensar.

Escucha (Darian Leader)

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La moda negra
Duelo, melancolía y depresión
Darian Leader (Alameda County, California -Estados Unidos-, 1965)

Sexto Piso Editorial, 2011

Escrito por un psicoanalista, este libro no es apto para los que detesten el psicoanálisis, que haberlos, haylos. Pero centra su interés en la meditada, clara y quirúrgica tarea de definir los conceptos de depresión y (frente a, diferente a) duelo. Y, en el camino, Leader critica la simplificación generalizada que se ha impuesto en nuestro mundo occidental, bendecida por una muy rentable e interesada industria farmacéutica, que sin interés ninguno en matizar las diferencias entre depresión, melancolía y duelo, favorece el diagnóstico y tratamiento bajo el único epígrafe de depresión. Al leer el libro, uno desarrolla esa forma de mirar y escuchar crítica que nos permite descubrir conversaciones entre niños, adultos y ancianos en las que se ha conseguido asentar «lo depre», «la depresión», «el deprimido», verbalizando equivocadamente lo que en la mayoría de los casos es un estado melancólico o, en circunstancias, de duelo, que de ninguna manera debería tratarse como una patología clínica.
Los ejemplos continuos hacen su lectura comprensible para los que carezcan de interés o conocimientos específicos sobre psicología, pero el tratamiento es paciente y riguroso.
[labuenavida-cafedellibro.es/]

viernes, 5 de abril de 2019

Totalidad (Robin Robertson)

Los estudios de Jung sobre los sueños y la mitología le convencieron de que las divisiones en tres partes de la realidad, tales como el cuerpo, alma y espíritu de la trinidad cristiana, eran intentos incompletos de modelar la totalidad de la realidad. En momentos de tensión, cuando un paciente necesita con urgencia restablecer su totalidad psicológica, los sueños abundan en arreglos bipolares de cuatros partes. Más tarde Jung descubrió, en sus estudios sobre el simbolismo de las religiones orientales, un contrapunto a las figuras simétricas que aparecían en los sueños de sus pacientes; éstos eran los hermosos patrones simétricos llamados mandalas, los más satisfactorios de los cuales eran por lo general de cuatro lados. Ésta era exactamente la clase de patrones que los pacientes de Jung producían de manera espontánea en sus sueños y visiones. Los estudios de la terapeuta especializada en arte Rhoda Kellog sobre el arte preescolar parecen confirmar que tales mandalas son arquetípicos, no aprendidos.
Si Jung está en lo cierto en su interpretación de que la trinidad cristiana y sus modelos antiguos de cuerpo, alma y espíritu son intentos fallidos de mandala, entonces el período de la historia desde el Renacimiento puede verse como el intento de hacer evolucionar una nueva imagen de la totalidad. Esta totalidad reflejaría el equilibrio de las cuatro partes del ser humano: cuerpo, alma, mente y espíritu.
Con independencia de nuestras creencias filosóficas y religiosas, todos conocemos por intuición el significado de cada uno de estos términos. Sabemos lo que significa tener experiencias corporales que no tienen nada que ver con la emoción. Sabemos cuando las experiencias emocionales han tocado nuestra alma. Podemos separar la experiencia mental pura de la experiencia espiritual. Y todos hemos tenido experiencias en las que todas esas partes participan por igual en un todo armonioso. En su trabajo con la psique, Jung encontró problemas físicos, emocionales, mentales y espirituales; todos forman parte de nuestro bagaje como seres humanos, y ninguno debería excluirse de cualquier psicología que pretenda tratar con la persona en su totalidad. 

Totalidad (Robin Robertson)

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Arquetipos junguianos
Robin Robertson (Jacksonville, Florida, 1955)

Aquellos que conozcan a Robin Robertson sabrán de su estudio constante en todo aquello que se refiere a la psicología profunda que Carl Jung tomó como modelo. En Arquetipos Junguianos, Robertson propone reflexionar sobre la relación estrecha entre la teoría psicoanalítica de Jung y las claves matemáticas del filósofo y matemático Kurt Gödel.
Los arquetipos, regidos por patrones que más adelante se podrá ver hasta qué punto están relacionados con la lógica y la matemática, nos ayudan y sostienen en nuestra vida y en aquello que nos rodea. Robertson resalta los más importantes, tales como la sombra -totalidad de nuestro inconsciente-, el self o sí-mismo -la totalidad del hombre o unión de todos sus opuestos-, o el ánima/ánimus -nuestra parte femenina y nuestra parte masculina-; arquetipos, todos ellos, que nos hacen ver esas cualidades de nuestra psique que nos sostienen y, a su vez, nos permiten desarrollarnos como personas sociales e individuales que somos.
Así, consideramos, la suma de todo y de todas nuestras partes, tanto internas como externas, la suma de todos los números, leyes y formas, nos hace y nos realiza, así como también nos vitaliza y, sobre todo, integra y une, ya sea con nosotros mismos o con el resto del mundo y de los seres humanos.
Francisca Pageo [franciscapegeo.es]

lunes, 11 de junio de 2018

Fantasía (Stephen Grosz)

La mayoría, si no todos, hemos tenido en algún momento este tipo de fantasías irracionales. Y, aún así, rara vez lo reconocemos, ni siquiera ante nuestros cónyuges o amigos íntimos. Nos resulta muy difícil, incluso imposible, hablar de ello. No sabemos lo que significan o lo que nos quieren decir. ¿Son una señal de que estamos al borde de una crisis? ¿Una enajenación transitoria? Hay varias teorías psicológicas sobre por qué las fantasías paranoides son parte de una vida mental sana. Una de esas teorías afirma que la paranoia nos permite liberarnos de algunos sentimientos agresivos. La ira se proyecta inconscientemente: "No quiero hacerle daño, el quiere hacerme daño a mí". Otra teoría sostiene que la paranoia nos permite negar nuestros sentimientos sexuales no deseados: "No le quiero, le odio y él me odia". Ambos enfoques deben ser tenidos en cuenta, pero ninguno parece suficiente.
Cualquiera puede volverse paranoico -es decir, desarrollar una fantasía irracional de ser traicionado, burlado, explotado o lastimado-, pero estamos más expuestos a la paranoia si somos personas inseguras, si estamos desconectados o solos. Ante todo las fantasías paranoides son una respuesta al sentimiento de que estamos siendo tratados con indiferencia.
En otras palabras, las fantasías paranoides son perturbadoras, pero también son un mecanismo de defensa. Nos protegen de un desastre emocional mayor; a saber, el sentimiento de que no le importamos a nadie. El pensamiento de "fulanito me ha traicionado" nos protege del más doloroso "Nadie piensa en mí". Y esta es una de las razones por las que muchos soldados acostumbran a sufrir paranoia.
Durante la Primera Guerra Mundial, los soldados británicos apostados en las trincheras estaban convencidos de que los campesinos franceses que continuaban arando sus campos detrás de las líneas inglesas estaban enviando señales secretas a la artillería alemana.
Al parecer, resulta menos doloroso sentirse traicionado que abandonado.


Fantasía (Stephen Grosz)

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La mujer que no quería amar
Stephen Grosz (Indiana, Estados Unidos, 19 de noviembre de 1952)

Editorial Debate, 2013

A través de las sencillas historias de sus pacientes, el psicoanalista Stephen Grosz nos enseña cómo vivir. "La filósofa Simone Weil cuenta cómo dos prisioneros en celdas contiguas aprenden, durante un período muy largo de tiempo, a comunicarse dando golpecitos en la pared. «El muro es la cosa que los separa, pero también es su medio de comunicación -escribe-. Cada separación es un vínculo.»Este libro trata de esa pared. Trata de nuestro deseo de hablar, de comprender y de ser comprendidos. Es también sobre escucharnos mutuamente, no solo las palabras, sino también los espacios que hay entre estas. Aquí no escribo sobre un proceso mágico, sino de algo que forma parte de nuestra vida cotidiana: golpeamos la pared, y escuchamos.

martes, 15 de mayo de 2018

Agudeza (Christel Petitcollin)

Todo lo tienen en demasía: demasiadas ideas, demasiadas preguntas, demasiadas emociones... y encima son superlativos, aunque habría que decir "hiperlativos": hiperactivos, hipersensibles, hiperafectivos... Los supereficientes mentales viven los acontecimientos de su vida con una intensidad fuera de lo común. Lo que les afecta, en positivo o negativo, parece resonar en ellos como campanadas brutales. Incluso los incidentes menores pueden adquirir proporciones inéditas, particularmente si afectan a su sistema de valores. Percepciones, emociones, sensibilidad: todo se multiplica. De hecho, es el sistema sensorial y emocional lo que es hipersensible. Esta agudeza de la percepción es de tipo neurológico y empieza por la percepción de la propia realidad.
Captamos la información a través de los cinco sentidos. Sabemos que hay gente un poco sorda o con mala visión. Sin embargo insistimos en que todo el mundo debe tener la misma percepción de la realidad. Evidentemente, es mentira. Cada cual tiene su particular forma de ver el mundo, que es subjetiva y única. Haz que diez personas visiten la misma habitación y luego hazles detallar lo que han percibido. Tendrás la impresión de que se han visto diez habitaciones diferentes.
Así, cada cual habrá seleccionado una parte de la realidad como la más importante y digna de interés, pasando de puntillas por el resto de aspectos. De igual modo, cada persona atribuirá una relevancia especialmente intensa a las sensaciones recibidas. Quizás unas encuentren el entorno "un poco ruidoso", otras "muy ruidoso" y otras ni se habrán fijado en que hay ruidos. Cada cual selecciona una cantidad de información necesaria y suficiente para valorar el sitio. La sobreficiencia mental hace que se capten más informaciones que el resto de la gente y con una intensidad mucho más fuerte. A eso se le denomina hiperestesia. Si un supereficiente visita la mencionada habitación, recordará detalles que a la mayoría le habrán pasado inadvertidos y habrá reparado en ínfimas y anecdóticas particularidades sobre pequeñas cosas sin importancia que el resto del mundo consideraría accesorias.

Agudeza (Christel Petitcollin)

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Pienso demasiado
Christel Petitcollin (Francia, 1968​​)

Ediciones Obelisco, 2016

"¿Cabe pensar que ser inteligente puede hacer que una persona sufra y sea infeliz? Cuesta creerlo, sin embargo, en mi consulta, recibo mucha gente que se queja de pensar demasiado. Hombres y mujeres que sostienen que su mente no les da un respiro, ni siquiera de noche. Personas que están hartas de dudas, de preguntas, de tener una aguda conciencia de las cosas, de unos sentidos demasiado desarrollados a los que no se les escapa ningún detalle. Dichas personas querrían desconectar su mente, pero, sin duda, lo que más les hace sufrir es sentirse diferentes, incomprendidos y heridos por el mundo actual. Suelen concluir diciendo: «¡Yo no soy de este planeta!".

jueves, 18 de enero de 2018

Dolencia (Suzanne O'Sullivan)

Por último, debo aclarar los términos "enfermedad", "orgánico" y "dolencia". Una enfermedad es una disfunción biológica del cuerpo. Implica una anormalidad fisiológica o una anormalidad estructural anatómica. Los términos "enfermedad" y "orgánico" aluden a trastornos patológicos del cuerpo, en oposición a los trastornos mentales.
"Dolencia" no es sinónimo de enfermedad. La dolencia (también llamada "padecimiento") es la respuesta humana a la enfermedad. Describe la experiencia subjetiva de la persona en cuanto a las sensaciones, pero no implica que exista una patología subyacente. Una dolencia puede ser tanto orgánica como psicológica. Una persona puede tener una enfermedad y, en cambio, no padecer. Por ejemplo, una niña con epilepsia tiene una enfermedad, pero, si no experimenta convulsiones y la epilepsia es asintomática, no padece. Por otro lado, una persona con trastorno psicosomático tienen una dolencia y, en cambio, no tiene necesariamente una enfermedad.
Cada persona vive las dolencias a su propio modo, y ahí radica precisamente la diferencia entre enfermedad y dolencia. Recuerdo a un amigo que no era médico que se preguntaba por qué no era posible definir todas las características de una única enfermedad. Si lograra hacerse, podría crearse un mapa o una fórmula para todas las afecciones comunes y los médicos podrían incluso quedar obsoletos, pues cada cual podría introducir sus síntomas en un programa informático y en la pantalla aparecería el diagnóstico. No entendía en qué medida cada paciente influye en su enfermedad. La personalidad y la experiencia vital moldean la presentación clínica, la respuesta y el resultado de cualquier roce de una persona con una dolencia. Si se toma a cien personas sanas y se las somete a la misma lesión, se obtendrán cien respuestas distintas. Por eso la medicina es un arte.

Dolencia (Suzanne O'Sullivan)

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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Todo está en tu cabeza
Suzanne O'Sullivan (Dublín, 1966)

Editorial Ariel, 2016

 
Casi todos aceptamos sin problema que el corazón palpite con fuerza cuando vemos a la persona que amamos secretamente, o la sudoración que brota en nuestra frente ante el nerviosismo que nos provoca tener que hablar en público. Pero lo que no somos capaces de  imaginar es cuán dramática y exagerada puede llegar a ser la reacción de nuestro cuerpo ante según qué emociones. Un tercio de la gente que acude a su doctor de cabecera presenta síntomas sin ninguna explicación médica, si bien la gran mayoría de ellos se sospecha que tiene causas emocionales. No obstante, «todo está en tu cabeza» es lo último que queremos escuchar cuando acudimos al consultorio.  «Nadie me entiende» suele ser entonces la queja más habitual.  En este curioso y extraordinario libro, la neuróloga Suzanne O'Sullivan nos conduce a través del fascinante mundo de las enfermedades psicosomáticas. Sumergiéndonos en estos casos, tendremos una visión más completa de la condición humana, de los secretos que somos capaces de guardarnos a nosotros mismos, y una excelente ayuda para «entender» estas patologías que producen un gran sufrimiento.

lunes, 20 de noviembre de 2017

Anticipar (André Kukla)

Es evidente que padecemos el engaño de que siempre debemos saber qué va a pasar más adelante. Sin una visión clara de lo que nos espera por delante, nos sentimos como una persona que tropieza en la oscuridad, que puede caerse por un precipicio en cualquier momento. Pero la analogía es poco adecuada. Si ya estamos involucrados en una actividad beneficiosa, no importa que el paso siguiente esté oculto en la oscuridad, porque no vamos a ir a ninguna parte. Las cosas están bien donde nos encontramos. La necesidad de saber siempre qué ocurrirá luego es como el miedo primitivo a la noche que nos hace insistir en que el suelo que tenemos ante nosotros esté iluminado aunque no planeemos salir de la cueva. Habrá tiempo suficiente para buscar precipicios cuando estemos preparados para salir.
Una anticipación de un paso tiene consecuencias que son aún más adversas que los castigos habituales por las anticipaciones. Si siempre intentamos anticipar qué ocurrirá a continuación, nunca podremos prestar toda la atención a la tarea que tenemos entre las manos. La consecuencia es que nunca podremos llevar a cabo la labor entre manos con la máxima eficacia. Si nos sumergimos en deliberaciones sobre la cena mientras conducimos, no lograremos ver el coche que de repente se nos cruza por delante. Y si la actividad presente se realiza por puro placer, nuestra alegría se verá debilitada por la intrusión del futuro. Si planificamos el trabajo de la noche en la mesa mientras cenamos, no saboreamos la comida.
Como la atención está siempre dividida, los enfermos crónicos de esta clase de anticipación nunca pueden funcionar a plena eficiencia, ni pueden experimentar los alcances máximos de placer. Esta disminución drástica de la vida es independiente de cuánto nos anticipemos al futuro. Hay gente que siempre está por delante de ella misma tan sólo un momento, y siempre echa un vistazo furtivo al siguiente instante para ver qué sucederá. Estas personas también podrían estar a miles de años. Nunca están del todo aquí; nunca hacen sólo eso. Por eso, nunca se sienten del todo vivas. 

Anticipar (André Kukla)

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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Trampas mentales
André Kukla (Bélgica, 18 de diciembre de 1942)


Nos complican la vida, nos alejan de la realidad, nos hacen perder el tiempo y, lo peor de todo, nos roban la alegría de vivir. Se trata de las trampas mentales que cada uno de nosotros, involuntaria pero sistemáticamente, nos creamos a diario.
El filósofo y psicólogo André Kukla identifica, en esta breve y divertida guía, las once trampas mentales más comunes y nos explica cómo evitar caer en ellas. Así, por ejemplo, nos habla de la persistencia, entendida como la incapacidad de abandonar una tarea o un pensamiento por inútil que sea; de la amplificación o el querer "matar moscas a martillazos"; de la resistencia o síndrome de "déjame intentarlo una última vez", y de las otras trampas mentales que, sin poder remediarlo, nos atacan y nos complican la vida gratuitamente.

sábado, 7 de enero de 2017

Herida (Boris Cyrulnik)

"¿Y ahora que voy a hacer yo?" No porque el patito feo haya encontrado una familia cisne se acabó todo. La herida está escrita en su historia, está grabada en su memoria, como si el patito feo pensara: "Hay que golpear dos veces para producir una herida". El primer golpe, el que se recibe en realidad, provoca el dolor de la herida o el desgarro de la carencia. Y el segundo, el que se encaja en la representación de la realidad, provoca el sufrimiento de haber sido humillado, abandonado. "¿Qué voy a hacer ahora? ¿Lamentarme a diario y tratar de vengarme o aprender a vivir otra vida, la de los cisnes?"
Para curar el primer golpe, es preciso que mi cuerpo y mi memoria consigan realizar una lenta labor de cicatrización. Y para atenuar el sufrimiento del segundo golpe, he de cambiar la idea que tengo de lo que me ha sucedido, he de conseguir modificar la representación de mi desgracia y su puesta en escena, ante vuestros ojos. El relato de mi desamparo os conmoverá, el retrato de mi agitación os herirá y la excitación de mi compromiso social os obligará a descubrir otra manera de ser humano.
A la cicatrización de la herida real, se añadirá la metamorfosis de la representación de la herida. Pero lo que el patito feo tardará mucho en comprender es que la cicatriz nunca es segura. Es una brecha en el desarrollo de su personalidad, un punto débil que en cualquier momento puede abrirse por un golpe de azar. Esa grieta obliga al patito a trabajar incesantemente en su interminable metamorfosis. Sólo entonces podrá llevar una vida de cisne, hermosa y frágil a la vez, porque nunca podrá olvidar su pasado de patito feo. Sin embargo, una vez convertido en cisne, podrá pensar en ese pasado de una manera soportable.
Eso significa que la resiliencia, el hecho de superar una situación y pese a todo llegar a ser hermoso, nada tiene que ver con la invulnerabilidad ni con el éxito social.

Herida (Boris Cyrulnik)

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Los patitos feos. La resiliencia
Boris Cyrulnik (Burdeos, 26 de julio de 1937)

Editorial Debolsillo, 2013


Tras superar una infancia difícil marcada por la muerte de sus padres en un campo de concentración nazi y su posterior paso por distintos orfanatos y centros de acogida, Boris Cyrulnik adoptó el concepto de "resisliencia" y lo aplicó al campo de la psicología infantil para demostrar y explicar que todo niño puede volver a empezar después de haber sufrido una experiencia traumática. María Callas o Georges Brassens son dos de los casos más célebres, pero hay mucho más ejemplos en las páginas de este libro que ponen de manifiesto que ninguna herida es un destino, que un niño traumatizado no está condenado a convertirse en un adulto fracasado y que alguien que ha sido maltratado en la infancia no tiene porque convertirse en un futuro maltratador. Un libro que ha cautivado a millones de lectores y un referente imprescindible en el campo de la psicología moderna.
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