domingo, 24 de septiembre de 2023

Ensueño (Ernestina de Champourcin)

El último ensueño
 
Prende a mi vestido capullos de almendro,
perfuma de nardo mis negros cabellos
y entierra entre flores los tristes recuerdos.
Apaga las luces… pero haz que a lo lejos
Beethoven suspire, nostálgico y lento.
Cerraré los ojos y sobre mis dedos
se irá deshojando, silencioso y yerto,
el llanto divino del último ensueño.

Entorna las puertas. Deshaz este velo
que tejí con plata. ¡Ya sólo deseo
descansar tranquila! Cuando esté deshecho,
recoge sus hilos, bésalos y… luego
deja que mis manos vayan componiendo
con las hebras rotas el postrer ensueño.

Mi vida se acaba. ¡Ya sé que me muero!
Y quiero extinguirme, muda, sonriendo,
con el alma alegre y el corazón lleno
de bellas quimeras, guardando en mi pecho
toda la agonía del postrer momento.
¡Déjame que muera viviendo mi ensueño!
 
Almendro En Flor - Vincent Van Gogh

 
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Antología poética
Ernestina de Champourcin (Vitoria, 10 de julio de 1905 - Madrid, 27 de marzo de 1999)


Ediciones Torremozas, 1988
 
“Solo creo en Dios y en la belleza —confiesa Ernestina a Carmen Conde—. No me queda sitio para nada más. ¡Ah! Y en amistades de carácter espiritual como la nuestra, sin distinción de sexos”. Ernestina concibe la experiencia religiosa en un sentido amplio y poético. Su devoción —matiza— “es más bien misticismo; cierto fondo de exaltación que aplico de un modo especial a todas las cosas. Por ejemplo, siento a Dios más cerca al escribir un Poema que rezando ante imágenes […]; vuelvo a repetírtelo: para mí Dios es la Belleza”. Ernestina no era una mujer conformista, sino un espíritu rebelde. No aceptó la tutela de su aristocrática familia, que le recriminó apoyar a la Segunda República. No se alineó con ninguna vanguardia, pese al interés que le suscitaron como escritora. En su única novela, La casa de enfrente, no justificó ni ocultó los crímenes de las milicias revolucionarias en el Madrid sitiado por los militares sublevados. No se sometió al materialismo imperante, que aconsejaba celebrar la finitud y olvidarse de la eternidad. Siempre buscó la pureza y el infinito. “El lirio es la flor simbólica de nuestra juventud —escribe—. Ávida, tensa, en el afán supremo de huir; empeñada en buscarse a sí misma lejos, entre la flecha inmóvil de lo infinito”. 
[Rafael Narbona - El cultural]

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