Al fin del camino ¿está la visión? El patio de los vecinos con su mesita y su bote oxidado, la arboleda de las hayas sobre una eminencia del terreno deportivo de Churchill College, el paraje de los charcos y los banianos a unos cuantos cientos de metros de la antigua entrada de Galta, son visiones de realidades irreductibles al lenguaje. Cada una de estas realidades es única y para decirla realmente necesitaríamos un lenguaje compuesto exclusivamente de nombres propios e irrepetibles, un lenguaje que no fuese lenguaje: el doble del mundo y no su traducción ni su símbolo. Por eso verlas, de verdad verlas, equivale a enloquecer: perder los nombres, entrar en la desmesura. Es más: volver a ella, al mundo antes del lenguaje. Pues bien, el camino de la escritura poética se resuelve en la abolición de la escritura: al final nos enfrenta a una realidad indecible. La realidad que revela la poesía y que aparece detrás del lenguaje -esa realidad visible sólo por anulación del lenguaje en que consiste la operación poética- es literalmente insoportable y enloquecedora. Al mismo tiempo, sin la visión de esa realidad ni el hombre es hombre ni el lenguaje es lenguaje. La poesía nos alimenta y nos aniquila, nos da la palabra y nos condena al silencio. Es la percepción necesariamente momentánea (no resistiríamos más) del mundo sin medida que un día abandonamos y al que volvemos al morir. El lenguaje hunde sus raíces en ese mundo pero transforma sus jugos y reacciones en signos y símbolos.
El lenguaje es la consecuencia (o la causa) de nuestro destierro del universo, significa la distancia entre las cosas y nosotros. También es nuestro recurso contra esa distancia. Si cesase el exilio, cesaría el lenguaje: la medida, la ratio. La poesía es número, proporción, medida: el lenguaje -sólo que es un lenguaje envuelto sobre sí mismo y que se devora y anula para que aparezca lo otro, lo sin medida, el basamento vertiginoso, el fundamento abismal de la medida. El reverso del lenguaje.
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Octavio Paz (Ciudad de México, 31 de marzo de 1914 - Ib., 19 de abril de 1998)
Editorial Seix Barral, 1988
A la vez vasta reflexión y poema en prosa, El Mono Gramático es
una de las obras más importantes de Octavio Paz. Dos escenarios
convergentes —el camino de Galta, en la India, y un jardín de Cambridge—
son el punto de partida de una indagación en torno al sentido del
lenguaje y sus relaciones con la realidad fenoménica, en torno al juego
de secretas correspondencias entre idea y verbo, palabra y percepción,
erotismo y conocimiento. Los mitos cosmogónicos orientales y los
arquetipos revelados en el arte romántico —Delacroix— o en el arte de
los dementes —Richard Dadd— convergen ocultamente; el budismo tántrico,
en cuanto experiencia mística de lo absoluto, se revela afín a la
revelación poética. El fulgurante genio expresivo de Paz
hace de El Mono Gramático una constelación de signos e imágenes, de
presencias fonéticas y semánticas, que estalla con silencioso resplandor
en el campo de batalla de la página en blanco.
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