Pensé
que la persona que me seguía era un espíritu del mar. A mi marido le
gustaba el mar.
No le hice caso y seguí caminando hacia el extremo del cabo. Respiraba
trabajosamente, quizá caminaba a paso rápido. Mi pequeño bolso de tela,
el único equipaje que llevaba, se balanceaba de lado a lado. Había
comprado una lata de té verde en una máquina expendedora. Tras un
momento de vacilación, pulsé el botón de "bebidas calientes". Estuve
caminando un rato con el té en la mano. La presencia que me seguía se
alejó.
El cielo se estrechaba en aquella zona, quizá porque la ladera de la
montaña que se erguía a mi derecha se volvía más abrupta. Los milanos
volaban bajo. Sólo remontaban el vuelo para sobrevolar unos escollos que
se adentraban en el mar.
Aquel pasaje me inspiraba tranquilidad. No recordaba cómo había sido mi
vida durante los dos primeros años tras la desaparición de mi marido. Le
pedí a mi madre que se instalara en mi casa, aceptaba todos los
trabajos que me encargaban y conseguí salir adelante. Conocí a Seiji en
esa época. Enseguida empezamos una relación. Ahora que lo pienso, ¿qué
se entiende por relación?
Cuando Momo acababa de nacer, me sentía muy cerca de ella mientras la
amamantaba, muy próxima. Incluso más cerca que cuando la llevaba en mi
vientre. No era afecto ni ternura lo que sentía, sólo proximidad.
Relacionarte con alguien no significa estar cerca de esa persona, aunque
no esté lejos de ti. Tengas o no tengas una relación, siempre hay
cierta distancia inevitable.
Un autobús me adelantó. Estaba cansada. La parada estaba sólo a cien
metros, pero no pude correr. El autobús siguió circulando sin detenerse.
Encontré más restaurantes de pescado, uno al lado del otro. Las
gaviotas reposaban en sus tejados. Sólo había uno con del cartel de
abierto. Las luces encendidas le daban un aspecto triste. Entré.
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«Me pregunto si mi marido quería morir o si desapareció porque quería
vivir. También es posible que la vida y la muerte estuvieran al margen
de sus reflexiones». Quien habla así es Kei, una mujer que vive con su
madre y su hija adolescente. Su marido desapareció sin dejar rastro hace
doce años. Con el tiempo ha encontrado un amante, Seiji, pero la
presencia de su esposo llena sus fibras más íntimas y se resiste a
abandonarla. Manazuru: esta palabra misteriosa es la única
pista que el marido dejó en su diario, y el punto de partida para la
búsqueda de un sentido en la península japonesa del mismo nombre. El
lector se encontrará acompañado de fantasmas en una profunda, memorable y
sensual exploración del amor, en un mundo de evocaciones de una
sutileza delicadísima, en una barca que pende en el horizonte y que
busca acariciar la íntima piel de los sentimientos.
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