Así, las manos dobladas
sobre el delantal bordado,
los ojos sin horizontes
y el corazón desatado,
me iré quedando dormida
en la noche de verano.
Ni el más ligero desvelo
doblará el encaje blanco.
Sólo el corazón perdido
por el camino más largo.
En el silencio, la sombra
aviva el lirio exaltado.
Sólo el corazón perdido
su voz de plata cantando.
Toda la noche en la falda
quietas, dobladas, las manos.
Sin horizontes, los ojos
el sueño los fue cerrando.
Pero el corazón, inútil,
como un reloj, desvelado.
sobre el delantal bordado,
los ojos sin horizontes
y el corazón desatado,
me iré quedando dormida
en la noche de verano.
Ni el más ligero desvelo
doblará el encaje blanco.
Sólo el corazón perdido
por el camino más largo.
En el silencio, la sombra
aviva el lirio exaltado.
Sólo el corazón perdido
su voz de plata cantando.
Toda la noche en la falda
quietas, dobladas, las manos.
Sin horizontes, los ojos
el sueño los fue cerrando.
Pero el corazón, inútil,
como un reloj, desvelado.
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Poemas de la Isla, publicados en 1930 cuando Josefina de la Torre tenía
apenas veintitrés años, son poemas de una extraordinaria humanidad. En
una época en la que para la mujer sólo cabía decir «Amén», la escritora
evoca de lleno temas de los que una mujer no podía ni debía hablar. Con
el mar como telón de fondo, al que describe en todas sus facetas, la
poetisa aborda directamente la aventura del inconsciente, explorando
temas como el deseo, el cuerpo y su sensualidad, la pasión y los sueños;
se hace eco así de la vanguardia surrealista, sin olvidar ecos de otras
vanguardias como la futurista, evocando los avances técnicos de la
época, el cinematógrafo o el automóvil…. Y, entre todo ello, ecos en los
que lo religioso se mezcla de forma audaz con lo profano para convertir
la culpabilidad del deseo en experiencia estética. Todo ello con la
sencillez y el carácter lúdico que caracterizan su pluma fresca,
marítima y campestre a la par, seria y festiva: una pluma sin complejos.
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