sábado, 23 de octubre de 2021

Interrruptor (Mary Oliver)

Es una mañana plateada como otra cualquiera. Estoy sentada frente a mi escritorio. Y suena el teléfono, o alguien llama a la puerta. Yo estoy enfrascada en la maquinaria de mis cavilaciones. A regañadientes me levanto, contesto el teléfono o abro la puerta. Y la idea que acariciaba ya con las manos, o con las puntas de los dedos, se desvanece.
El trabajo creativo requiere soledad. Requiere concentración, sin interrupciones. Requiere la totalidad del cielo para surcarlo y ningún ojo que observe hasta que alcance esa certeza a la que aspira, y que no necesariamente posee de inmediato. Es decir, intimidad. Un espacio aislado; para deambular, roer lápices, garabatear y borrar y de nuevo garabatear.
Pero en ciertas ocasiones, si no muchas, la interrupción no proviene de otro, sino del propio yo, o de un yo dentro del yo que silba y aporrea la puerta y se tira en bomba en el estanque de la meditación. Y ¿qué te dice? Que has de llamar al dentista, que te has quedado sin mostaza, que el cumpleaños del tío Stanley es dentro de dos semanas. Por supuesto, reaccionas. Y luego vuelves al trabajo, solo que los duendecillos de las ideas han huido y desaparecido entre la bruma.
Es a esta fuerza interna -este interruptor íntimo- a quien quisiera seguir la pista. El mundo muda de piel con la fuerza de un espacio abierto y colectivo, con sus muchas interacciones, tal y como se espera del mundo. ¿Qué objetar al respecto? Pero que una misma pueda interrumpirse a sí misma -y que lo haga- es un cuestión misteriosa y peculiar.
 
Interrruptor (Mary Oliver)


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La escritura indómita
Mary Oliver (Maple Heights, 10 de septiembre de 1935 – Hobe Sound, 17 de enero de 2019)
Y lo que pasa envuelve su escritura: el hilo de la literatura, el hilo de la naturaleza, ese tercer hilo de la vida. Estos ensayos buscan lo extraordinario, conscientes de que no se trata de algo excepcional, aquello que no suele ocurrir, sino de algo que sucede ante nosotros, tan acostumbrados a mundos grises que difícilmente percibimos la belleza. "El mundo necesita tanto soñadores como zapateros", nos advierte Mary Oliver al comienzo de La escritura indómita; "todos somos salvajes, audaces, asombrosos. Y ni uno solo de nosotros es bello", seguimos leyendo. La vida la interpreta según aprendió leyendo a Emerson, desde la convicción de que nos relacionamos con el mundo -con la tierra, con el mar, con quienes lo habitan- como depredadores, omitiendo la destrucción que causamos, sin más conciencia que la que tenemos de nosotros mismos, y desde la celebración de esa conciencia: la de estar en el mundo, ser con él.
[Prólogo de Elena Medel]

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