Todo esto nos deslumbró un poco pero nos hizo sobre todo gracia, porque jamás concebimos ni realizamos la expedición con intenciones subyacentes. Era un juego para una Osita y un Lobo, y lo fue durante treinta y tres maravillosos días. Frente a preguntas turbadoras, nos dijimos muchas veces que si hubiéramos tenido presentes esas posibilidades la expedición hubiera sido otra cosa, acaso mejor o peor pero nunca ese avance en la felicidad y en el amor del que salimos tan colmados para nada, después, incluso viaje admirables y horas de perfecta armonía, pudo superar ese mes fuera del tiempo, ese mes interior donde supimos por primera y última vez los que era la felicidad absoluta.
Y tal vez por eso mismo comprendimos sin palabras que acaso habíamos cumplido ese viaje obedeciendo sin saberlo a una búsqueda interior que luego tomaría diferentes nombres en los labios de nuestros amigos. Comprendimos que a nuestra manera habíamos hecho un acto Zen, habíamos buscado el Graal habíamos divisado las cúpulas de oro de la Orplid. Y que todo eso se había dado precisamente porque no lo habíamos pensado ni buscado ni propuesto, porque el amor y la alegría nos colmaban demasiado para dejar paso a una ansiedad de búsqueda. Nos habíamos encontrado a nosotros mismos y eso era nuestro Graal sobre la tierra.
Y tal vez por eso mismo comprendimos sin palabras que acaso habíamos cumplido ese viaje obedeciendo sin saberlo a una búsqueda interior que luego tomaría diferentes nombres en los labios de nuestros amigos. Comprendimos que a nuestra manera habíamos hecho un acto Zen, habíamos buscado el Graal habíamos divisado las cúpulas de oro de la Orplid. Y que todo eso se había dado precisamente porque no lo habíamos pensado ni buscado ni propuesto, porque el amor y la alegría nos colmaban demasiado para dejar paso a una ansiedad de búsqueda. Nos habíamos encontrado a nosotros mismos y eso era nuestro Graal sobre la tierra.

Los autonautas de la cosmopista
Julio Cortázar (Bruselas, 26 de agosto de 1914 - París, 12 de febrero de 1984)
Muchnik Editores, 1983
Una tarde de mayo de 1982, Carol Dunlop y Julio Cortázar emprenden un viaje por la autopista del sur, un juego de treinta y tres maravillosos días, cuyo reglamento severo, obligaciones y prohibiciones estrictas, ellos mismos se han impuesto. Como los navegantes de antaño, los viajeros resuelven llevar un detallado libro de bitácora donde registrarán no sólo el rumbo, sino la flora y la fauna fantásticas que van descubriendo a los largo del camino, y también las acechanzas y amenazas más aterradoras: brujas, agentes secretos, ominosos camiones de procedencia ignota empeñados, inútilmente, en hacer fracasar tan azarosa empresa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario