Por qué escribimos es una pregunta que puedo responder con facilidad, ya que me lo he preguntado a mí misma muchas veces. Creo que uno escribe porque necesita crear un mundo en el que poder vivir. Yo no podía vivir en ninguno de los mundos que se me ofrecían - el mundo de mis padres, el mundo de Henry Miller, el mundo de la guerra, el mundo de la política.
Tuve que crear un mundo mío, como un clima, un país, una atmósfera en la que yo pudiera respirar, reinar y recrear lo que la vida destruía. Esa es, creo yo, la razón de cualquier obra de arte. El artista es el único que sabe que el mundo es una creación subjetiva, que hay que tomar una elección, una selección de elementos. Es una concretización, una encarnación de su mundo interior. Y después espera atraer otros seres, esperar imponer esta visión particular y compartirla con los otros. Incluso si la segunda etapa no se alcanza, el artista, sin embargo, continúa valientemente. Los raros momentos de comunión con el mundo valen la pena, puesto que es un mundo para los otros, una herencia para los otros, un regalo para los otros, en definitiva. Cuando se crea un mundo tolerable para si mismo, se crea un mundo tolerable para los otros.
Escribimos para aumentar nuestra conciencia de la vida, escribimos para atraer y encantar y consolar a otros, escribimos para llevar una serenata a nuestros amantes.
Escribimos para paladear la vida dos veces, en el momento y en retrospectiva. Escribimos, como Proust, para que todo sea eterno y para persuadirnos a nosotros mismos que lo es. Escribimos para poder trascender nuestra vida, para llegar más allá de ella. Escribimos para aprender a hablar con los otros, para registrar el viaje a través del laberinto, escribimos para ensanchar nuestro mundo cuando nos sentimos asfixiados, constreñidos, solos. Escribimos como los pájaros que cantan, como los primitivos realizan sus danzas rituales. Si no respiramos escribiendo o cantamos escribiendo, entonces no escribamos. Porque nuestra cultura no necesita nada de esto. Cuando no escribo siento que mi mundo se encoje. Siento que estoy en la cárcel, que pierdo mi fuego, mi color. Debería ser una necesidad como el mar necesita la marea. Yo lo llamo respiración.
Tuve que crear un mundo mío, como un clima, un país, una atmósfera en la que yo pudiera respirar, reinar y recrear lo que la vida destruía. Esa es, creo yo, la razón de cualquier obra de arte. El artista es el único que sabe que el mundo es una creación subjetiva, que hay que tomar una elección, una selección de elementos. Es una concretización, una encarnación de su mundo interior. Y después espera atraer otros seres, esperar imponer esta visión particular y compartirla con los otros. Incluso si la segunda etapa no se alcanza, el artista, sin embargo, continúa valientemente. Los raros momentos de comunión con el mundo valen la pena, puesto que es un mundo para los otros, una herencia para los otros, un regalo para los otros, en definitiva. Cuando se crea un mundo tolerable para si mismo, se crea un mundo tolerable para los otros.
Escribimos para aumentar nuestra conciencia de la vida, escribimos para atraer y encantar y consolar a otros, escribimos para llevar una serenata a nuestros amantes.
Escribimos para paladear la vida dos veces, en el momento y en retrospectiva. Escribimos, como Proust, para que todo sea eterno y para persuadirnos a nosotros mismos que lo es. Escribimos para poder trascender nuestra vida, para llegar más allá de ella. Escribimos para aprender a hablar con los otros, para registrar el viaje a través del laberinto, escribimos para ensanchar nuestro mundo cuando nos sentimos asfixiados, constreñidos, solos. Escribimos como los pájaros que cantan, como los primitivos realizan sus danzas rituales. Si no respiramos escribiendo o cantamos escribiendo, entonces no escribamos. Porque nuestra cultura no necesita nada de esto. Cuando no escribo siento que mi mundo se encoje. Siento que estoy en la cárcel, que pierdo mi fuego, mi color. Debería ser una necesidad como el mar necesita la marea. Yo lo llamo respiración.
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Diarios
Anaïs Nin (Neuilly-sur-Seine, 21 de febrero de 1903 - Los Ángeles, 14 de enero de 1977)
Editorial Bruguera, 1981
Este es uno de los testimonios mas extraordinarios de la literatura
universal. Un diario escrito a lo largo de toda una vida, mas de treinta y
cinco mil paginas, que por primera vez nos descubre sin tabues a la
mujer moderna, a la Anais Nin que se asoma sin vértigo al siglo XX.
Testimonio de una mujer apasionada, autentica, e . Erigida como uno de los iconos de la liberación de la mujer, Anais Nin
es recordada sobre todo por haber dado a la luz publica su intimo y a
menudo perturbador Diario, en el que desnudó su alma de una forma que fue considerada por
sus coetáneos revolucionaria y escandalosa
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