sábado, 24 de agosto de 2019

Aflicción (Carson McCullers)

Si se pasa por la calle Mayor en una tarde de agosto, no encuentra uno nada que hacer. El edificio más grande, en el centro mismo del pueblo, está cerrado con tablones clavados y se inclina tanto a  la  derecha  que  parece  que  va  a derrumbarse de un momento a otro. Es una  casa  muy  vieja:  tiene  un  aspecto extraño,  ruinoso,  que  en  el  primer momento no se sabe en qué consiste; de pronto  cae  uno  en  la  cuenta  de  que alguna vez, hace mucho tiempo, se pintó el  porche  delantero  y  parte  de  la fachada; pero lo dejaron a medio pintar y  un lado de la casa está más oscuro y más sucio que el otro. La casa parece abandonada. Sin embargo, en el segundo piso  hay  una  ventana  que  no  está atrancada; a veces, a última hora de la tarde, cuando el calor es más sofocante, aparece  una  mano  que  va  abriendo despacio los postigos, y asoma una cara que mira a la calle. Es una de esas caras borrosas  que  se  ven  en  sueños: asexuada, pálida, con unos ojos grises que   bizquean   hacia   dentro   tan violentamente  que  parece  que  están lanzándose  el  uno  al  otro  una  larga mirada de congoja. La cara permanece en  la  ventana  durante  una  hora, aproximadamente;  luego  se  vuelven  a cerrar los postigos, y ya no se ve alma viviente en toda la calle. Esas tardes de agosto... Después de subir y bajar por la calle, ya no sabe uno qué  hacer;  en  todo  caso,  puede  uno llegarse hasta la carretera de Forks Falls para ver a la cuerda de presos. Y  lo  cierto  es  que  en  este  pueblo hubo  una  vez  un  café.  Y  esta  casa cerrada era distinta de todas las demás, en muchas leguas  a la redonda.  Había mesas  con  manteles  y  servilletas  de papel, ventiladores eléctricos con cintas de  colores,  y  se  celebraban  grandes reuniones los sábados por la noche. La dueña del café era miss Amelia Evans. Pero la persona que más contribuía al éxito y a la animación del local era un jorobado,  a  quien  llamaban  «el  primo Lymon».  Otra  persona  ligada  a  la historia  del  café  era  el  ex  marido  de miss  Amelia,  un  hombre  terrible  que regresó  al  pueblo  después  de  cumplir una  larga  condena  en  la  cárcel,  causó desastres y volvió a seguir su camino. Ha pasado mucho tiempo; el café está cerrado desde entonces, pero todavía se le recuerda.

Aflicción (Carson McCullers)

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La balada del café triste
Carson McCullers (Columbus, Georgia, 19 de febrero de 1917 - Nyack, Nueva York, 29 de septiembre de 1967)

Editorial Bruguera, 1982


McCullers se recrea en el morbo de la violencia, en el patetismo de sus personajes rebajados por su condición de cazadores frustrados, en ese estigma de nómadas encaprichados de espejismos que los define a todos y cada uno de ellos. Las escenas a las que arroja a sus personajes tampoco presentan complacencia alguna: Miss Amelia y Marvin Macy, que pese a su dureza no dejará de flaquear ante la que fuera su esposa durante poco más de una semana, protagonizarán un combate de boxeo público, mientras que el jorobado Lymon, ajeno a las insólitas atenciones de Miss Amelia, se arrastrará detrás del presidiario pese a que este le trate con el desprecio de una mascota.
El café en que estos tres personajes se entrelazan entre la multitud vulgar del pueblo, y cuyo breve esplendor es impulsado por la aparición del primo Lymon, hasta el regreso de Marvin Macy tras una de sus ocasionales estancias en la cárcel, acabará cerrado, convertido ya en adelante en el café triste, con sus ventanas selladas y sus lámparas sin luz: reducido a una bancarrota idéntica a las historias frustradas que podrían haberles unido a ellos tres, arrojados cada cual en adelante a un desierto sin solución, igual que si sus destinos tuvieran el trazado de  vías muertas de una línea de ferrocarril inacabada.
Javier Serena [La biblioteca de Sarajevo]

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