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jueves, 19 de diciembre de 2024

Pérdida (Franco Michieli)

La belleza misteriosa del blanco horizonte nevado, ondulado y deshabitado, gélido y luminoso, que se extiende a nuestro alrededor en todas direcciones, no depende de su estética, ni tampoco de su potencia, sino de las innumerables historias que en él podrían suceder, sucedernos. Esta belleza tiene múltiples caras porque para nosotros no es un panorama, sino un futuro proyectado en el espacio en el que podríamos ser capaces de mantener una ruta, o perderla. Sabemos que no hay un límite claro entre los dos extremos. Deslizándonos sobre nuestros esquís por ondulaciones, valles, llanuras sin fin y lagos helados, viviremos una larga alternancia de sentimientos de pérdida y hallazgo, de desorientación y de certeza. El camino no trazado que pedimos a la tierra y al cielo que nos sugieran, a través de cientos de kilómetros de una Laponia inmersa en el invierno nórdico, existe solo en nuestra confianza: si dejamos de tenerla, estamos perdidos. Mientras creamos, cada desvío y cada aparente error de dirección seguirán formando parte de la ruta, serán solo curvas del camino que nuestras sugerencias o llamadas silenciosas de la naturaleza podrán corregir con nuestra colaboración para llevarnos a una meta lejana. La belleza de este escenario atrapa y se hace visceral porque no está predefinida, esculpida para siempre; es algo desconocido que se mostrará más o menos según la intensidad de nuestro deseo de encontrarla.


 

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La vocación de perderse
Franco Michieli (Milán, 11 de marzo de 1962)​


Ediciones Siruela, 2021

La vocación de perderse invita a reconciliar a la geografía con la emoción, la percepción y la lectura de la naturaleza como forma de salirnos del ensimismamiento tecnológico que está presente en nuestra individualidad y en el proyecto de conocimiento de nuestra disciplina. El relato, el ejercicio de narrar, la metáfora, el símbolo y el mito son herramientas con las que contamos para enriquecer nuestras percepciones. Pese a que ya no podemos tener esa experiencia totalmente primigenia con nuestros espacios circundantes, entender que el “territorio es como la poesía”, inexplicablemente coherente, con significados transcendentes y tiene el poder de elevar consideraciones de la vida humana, como anota Barry Lopez (Michieli, 2021, p. 29). Perderse, alejarse del mundo mediatizado por lo digital, permitirse reinventar nuestra relación con la naturaleza. Consideremos la centralidad del libro, la apertura a múltiples ángulos para pensar la actuación y la práctica de la geografía y preguntémonos ¿qué paisajes podríamos describir como nos enseña Michieli, al explorar nuestras habilidades narrativas? Incluso nos invita a reflexionar sobre los viajes y rutas que hacemos en nuestros trayectos urbanos y personales, y en los lugares donde podríamos encontrar aquella vocación a perdernos, aunque sean territorios cotidianos.

Valeria Consuelo de Pina Ravest [https://www.scielo.org.mx]

domingo, 10 de marzo de 2024

Desafío (Frederic Remington)

No voy a contar aquí la historia de la batalla que sostuvo el Séptimo de Caballería con la banda de sioux de Pie Grande en Wounded Knee; eso ya lo ha hecho la prensa; pero sí referiré algo de lo que se dijo en las tiendas Sibley, o «tiendas de guerra del hombre blanco», como las llaman los indios.
Echado de espaldas, con una bala metida en su cuerpo, el teniente Mann se mostró decidido al llegar al punto crucial de su relato:
— Vi a tres o cuatro indios jóvenes que soltaban sus mantas, y me fijé que estaban armados. ¡Listos para disparar, muchachos, que hay jaleo! Transcurrió un instante, y oímos un tiroteo en el centro de los indios. ¡Fuego!, grité, y cargamos contra ellos.
— ¡Oh, sí, Mann! Pero el jaleo empezó cuando el brujo arrojó polvo en el aire. Esa es la vieja señal de «desafío», y apenas había hecho cuando aquellos guerreros se dispararon y entraron en acción. Poco antes alguien me había dicho que si no deteníamos la charla de aquel viejo se armaría un jaleo. Estaba diciendo que las balas del hombre blanco no traspasarían sus camisas indias.
Otro oficial dijo:
— Aquellos sioux sabían manejar muy bien los rifles «Winchester».
Por esta crítica se podía ver que era un profesional.
Otro añadió:
— Un hombre fue herido al principio del combate; pero continuó disparando con su «Winchester»; como cada vez se fue sintiendo más débil, y desplomándose gradualmente, sus tiros le salieron cada vez más altos, hasta que disparó al aire.
— Aquellos indios estaban locos de remate. Por ejemplo, ¿te fijaste que antes de disparar alzaban sus manos al cielo? Era por devoción.
 
Caminos de herradura Frederic Remingto

 
 
 
 
 
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Caminos de herradura
Frederic Remington (
Canton, Nueva York, 4 de octubre de 1861 - Ridgefield, Connecticut, Estados Unidos, 26 de diciembre de 1909)

Ediciones del Cotal, 1980

Frederic Remintong pertenece a la categoría de artistas cuyo modo de interpretar y representar la realidad se ha identificado con la realidad misma.
El Oeste americano que conocemos a través de las imágenes de las películas, las descripciones de los apasionados y las ilustraciones de los epígonos, es el Oeste de Frederic Remington. En sus escritos y en sus ilustraciones nos ha proporcionado una descripción tan precisa y significativa del mundo de la frontera como establecer de una vez para siempre el modelo. En él se han inspirado muchos novelistas para describir hombres y escenas de la época, a él han recurrido grandes directores de cine para ambientar sus películas y antropólogos y filólogos de las costumbres hallan en él una fidedigna
fuente de estudio.
Este libro, publicado por primera vez en 1895, recoge algunos de los artículos e ilustraciones más características del prolífico autor que en veinticinco años de trabajo escribió docenas de artículos, realizó 2.700 dibujos y pinturas, ilustró 142 libros y proporcionó ilustraciones para 41 revistas diferentes, convirtiéndose en el mejor «cronista» del Oeste.

jueves, 20 de febrero de 2020

Morada (Colin Thubron)

Shiva, que medita en la cumbre de la montaña, retiene la sombra de su pasado de renegado. Es el señor de los estragos y la regeneración, patrono de místicos y trotamundos. Tiene la cara embadurnada de azul con las cenizas de los muertos. Danza para que el mundo sea y para que se arruine de nuevo. Aporta al mismo tiempo la esperanza y la desolación del cambio. Solo el yogui puede detener esa transitoriedad, pues, cuando está en trance, imagina su cuerpo unido al de Meru-Kailash, y activa sus energías psíquicas hasta que flotan en paz.
En una de las primeras escrituras, Párvati, la hija del dios de la montaña Himalaya, busca a Shiva y lo seduce durante miles de años, mediante sus devociones ascéticas y su belleza inmortal. Se convierte en su shakti,  el genio que le proporciona energía, y su matrimonio en la cima de la montaña es la unión del pensamiento y la naturaleza virgen. Pero Párvati es tan mudable como él. En ocasiones la llaman Urna, pura luz; en otras es Kali, la diosa terrible cuyos sacrificios me empaparon los pies en Dakshinkali.
Sea cual fuere la divinidad principal, lo cierto es que el concepto de un dios de la montaña se expandió por Asia. Una enigmática etimología incluso vincula Meru al antiguo Sumer y los zigurats de Babilonia. Los templos hindúes se diseñaron para emular el trazado místico de la montaña, pues también ellos son las moradas de los dioses. El gran templo del siglo VIII Ellora, en el Kailash, tallado en roca basáltica, es un espejo consciente de Meru, como lo es la estupa budista del siglo III a.C. en Sanchi. Sobre todo en los santuarios shivaístas del sur de la India, los tejados ascienden hacia el cielo en forma de múltiples hileras de montañas, y sus depósitos de agua ritual representan la Manasorovar. En el Tíbet los chorten son Merus en miniatura, mientras que el triángulo blanco del Kailash se pinta en las puertas de las casas de campo. En el Asia del sudeste, los khmer camboyanos levantaban sus macizos templos siguiendo la misma pauta (Angkor Wat es una gigantesca imagen de Meru) y los palacios en forma de Meru de los reyes birmanos ayudaban a santificar su tiranía.

Morada (Colin Thubron)

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Hacia una montaña en el Tíbet
Colin Thubron (Londres -Inglaterra-, 14 de junio de 1939)

RBA Libros, 2012

A veces un libro se cruza en tu vida y como un inesperado minero, extrae de tu memoria retazos vividos con demasiada nitidez. Y este es uno de ellos.
A veces los viajes comienzan mucho antes de que hayas dado el primer paso.
A veces las reseñas son mitad crítica, y mitad narración personal. Y esta es una de ellas.
Colin Thubron reflexiona al comienzo del libro sobre las razones que le impulsan a viajar. En este caso es la muerte de un familiar, su madre, lo que le obliga a coger de nuevo la mochila, un cuaderno de notas, un bolígrafo y empezar a caminar.
Empatizo con él desde la línea número uno: “Un viaje no es una cura, tan solo produce una ilusión de cambio, y en el mejor de los casos se convierte en un consuelo espartano.” En alguna ocasión, los viajes se convierten en huidas hacia adelante, paréntesis oxigenadores para, tras un período, casi siempre breve, volver a la urbana realidad.
Posiblemente el mejor escritor de literatura de viajes vivo, se embarca en la aventura de cruzar la frontera de Tíbet para llegar al Kailash, el único monte de los Himalayas que no ha sido coronado, por respeto a las creencias budistas e hindúes, santo para la quinta parte de la población del mundo.
Carlos Valadés [leeryviajar.com]

viernes, 10 de enero de 2020

Viento (Matsuo Bashō)

El jardín del monasterio

Me hospedé en el suburbio de Daishoji, en un monasterio llamado Zensho. Este sitio pertenece todavía a la provincia de Kaga. Sora también se había hospedado en ese templo la noche anterior y había dejado este poema:


Viento de otoño:
lo oí toda la noche
en la montaña.


Nos separaba la distancia de unas horas pero me pareció que entre nosotros había ya más de mil millas. Yo también, escuchando el viento otoñal, me acosté en el dormitorio destinado a los novicios. Al romper el alba se oyeron rezos, sonó la campana y me apresuré a entrar en el refectorio. ¡Ahora a Echizen!, me dije con brío y salí a toda prisa del templo, mientras unos jóvenes bonzos me perseguían con papel y pinceles hasta el pie de la escalera. En ese momento caían las hojas de los sauces en el jardín. Al ponerme las sandalias, y aparentando más prisa de la que tenía, tracé estas líneas:


Antes de irme
¿barro el jardín hojoso,
sauces pelados?

Viento (Matsuo Bashō)

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Sendas de Oku
Matsuo Bashō
(Ueno, 1644 - Osaka, 28 de noviembre de 1694)

Ediciones Hiperión, 1993

“El placer de vivir me hizo olvidar el cansancio del viaje y casi me hizo llorar”
«Desde las primeras líneas Basho se presenta como un poeta anacoreta y medio monje […]. Su viaje es casi una iniciación». Así habla Octavio Paz en el largo prólogo que antecede al libro «Sendas de Oku» del poeta japonés del siglo XVII Matsúo Basho, libro considerado una de las cumbres de la narrativa y la poesía japonesa Zen.
La obra es, en realidad, un cuaderno de viaje en el que, con breves textos, Basho apunta sus impresiones del camino, de las gentes con las que se cruza y de los lugares que visita. El viaje es el que el propio Basho emprende, acompañado por un discípulo, desde su choza en el Sur hasta las remotas tierras del Norte, más el consiguiente regreso.
El viaje, es casi innecesario señalarlo de nuevo, no supone sólo un desplazamiento físico, sino también uno interior: el viaje, como en tantas obras, es también un lento aprendizaje. El espíritu crece a medida que el cuerpo se desplaza.
[mundocritico.es]

miércoles, 17 de mayo de 2017

Figura (László E. Almásy)

De allí conduje la expedición por Kufra hacia el vértice noroccidental de la sierra de Jilf Al Kabir, hasta el valle rocoso donde P.A. Clayton, en 1931, y yo mismo, en 1932 y 1933, hallamos imágenes grabadas y útiles de piedra. Mientras mis compañeros copiaban las figuras, marché también allí con Sabir hacia el este en viaje de descubierta siguiendo el borde rocoso del altiplano del Jilf. En aquel lugar reconocí ya desde lejos el estrato rocoso en el que la arenisca blanca se asienta sobre una roca dura. A cuatro kilómetros de nuestro campamento me introduje con el coche en uno de aquellos uadis y comenté a Sabir que también allí íbamos a encontrar cuevas con pinturas. Pero nuestro nuevo descubrimiento superó todas las expectativas.
En el valle, hallé cuatro cuevas pintadas con bellísimas imágenes. En la mayor, pude comprobar que el techo había estado completamente cubierto de pinturas en otros tiempos, pero, con el paso de los milenios, la capa superior se había desprendido en casi todas las partes junto con las imágenes. Sólo en puntos aislados se mantenían, como manchas aisladas, algunos fragmentos. Aquel uadi debió haber sido en otras épocas un lago. En efecto, en una de las cuevas descubrí el grupo de figuras de nadadores.
Allí apareció también un color que no habíamos visto hasta entonces: el ocre amarillo. El estilo de las figuras corresponde con toda claridad al egipcio antiguo; las imágenes muestran escenas de familias y danzas, y la lucha entre hombres con arcos y flechas; podían servir como una auténtica revista de moda de tocados y vestidos. En la mayor de las cuevas encontré una piedra grande, tallada de forma oval, una de cuyas superficies estaba igualmente pintada de rojo. Al principio pensé que aquella piedra podía haber servido en su momento para moler el pigmento; pero, al examinarla más de cerca ví en las dos caras unos ojos y labios tallados. Más tarde, en El Cairo, los egiptólogos constataron que aquella piedra era la forma más primitiva de las llamadas paletas, halladas en las tumbas del antiguo Egipto.
Bauticé este valle con el nombre de Uadi Sora, es decir, el "Valle de las figuras".

Figura (László E. Almásy)
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Nadadores en el desierto 
László E. Almásy (Borostyánkő,  3 de septiembre de 1895 – Salzburgo, 22 de marzo de 1951)

Ediciones Península, 2002

Como es sabido, el protagonista de El paciente inglés, la novela de Michael Ondaatje y la famosa película de Anthony Minghella, existió realmente: se trata del pionero del automóvil, piloto y aventurero aristócrata de origen austrohúngaro Ladislaus E. Almásy.
A principios de los años treinta, el conde de Almásy, como a él le gustaba llamarse, realizó en automóvil y avioneta una serie de arriesgadas expediciones a los lugares más recónditos del Sáhara oriental. La crónica en primera persona de esas vivencias se encuentra en Sáhara desconocido, publicado en 1934 en húngaro y cinco años más tarde, en una edición ampliada y modificada, en alemán.
Nadadores en el desierto ofrece los capítulos centrales de ambas ediciones, en los que Almásy narra sus aventuras y hallazgos más sobresalientes: entre otros, la azarosa búsqueda del mítico oasis perdido de Zarzura y el sensacional descubrimiento, en una de las zonas desérticas más inaccesibles del planeta, de las bellísimas pinturas rupestres.

lunes, 17 de abril de 2017

Atrapado (Caroline Alexander)

-Está casi en las últimas. El barco no puede aguantar más, capitán. Más vale que se resigne a aceptar que es sólo cuestión de tiempo. Puede que sean uno meses o sólo unas semanas o hasta unos días, pero lo que el hielo agarra, lo guarda.
Año 1915. Quien habla así era sir Ernest Shackelton, uno de los exploradores polares más famosos de la época, y sus compañeros eran Frank Wild, su segundo, y el capitán Worsley. Su buque Endurance se hallaba atrapado a los 74 grados de latitud sur, en las aguas heladas del mar de Weddell, en el Antártico. Shackelton se hallaba comprometido en una ambiciosa misión: había viajado, con sus hombres, hacia el sur para alcanzar una de las escasas metas que quedaban en el mundo de las exploraciones: la travesía a pie del continente antártico.
Desde diciembre de 1914, el Endurance había hecho frente a condiciones excepcionalmente duras del hielo, recorriendo mas de mil seiscientos kilómetros desde las remotas estaciones balleneras de la isla San Pedro, a las puertas del Círculo Polar Antártico. A unos ciento sesenta kilómetros de su meta, el hielo, cuyo estado había cambiado, detuvo el buque. Un duro vendaval del nordeste, que soplaba desde hacía seis días, presionaba el banco de hielo en que se hallaba atrapado el barco. Días después, la temperatura cayó a doce grados por debajo del punto de congelación, lo que tuvo como consecuencia que las placas de hielo quedarán solidificadas para todo el invierno. Entretanto, la lenta e implacable deriva hacia el noroeste del mar de Wedell arrastraba al impotente Endurance, prisionero de las placas, cada vez más lejos de la tierra que había estado tan cerca de alcanzar.

Atrapado (Caroline Alexander)

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Atrapados en el hielo
Caroline Alexander (Florida, 13 de marzo de 1956)
 

"Se buscan hombres para viaje peligroso. Sueldo escaso. Frío extremo. Largos meses de completa oscuridad. Peligro constante. No se asegura el regreso. Honor y reconocimiento en caso de éxito."
Con este escueto anuncio publicado en 1911 en el periódico ingles The Times se inició la odisea de Ernest Shackleton y los 28 hombres que le acompañarían en su tercera expedición a la Antártida, una de las historias de supervivencia extrema más increibles de la historia humana que ha llegado a nuestros dias, perfectamente documentada, en gran parte gracias a las fotografías que se conservan de la expedición y al relato de los supervivientes.
En aquel entonces, Ernest Shackleton planificaba su tercera aventura en tierras del antártico. Shackleton es hoy el explorador polar más conocido de la historia, junto a Scott y Amundsen. Carismático viajero, este explorador irlandés pasó a la historia gracias a que su tercera expedición resultó un absoluto fracaso. ¿Gracias? Si, gracias, porque una historia así, a pesar de las penalidades sufridas, merecía ser vivida y recordada por las generaciones venideras, como toda un ejemplo de estoicismo y tozudez frente a la adversidad. Su gesta pasó a los anales de la exploración por la capacidad demostrada para resistir y superar las adversidades más extremas,  aunque ni siquiera lograron acercarse al continente antártico.

miércoles, 25 de enero de 2017

Detalle (Marc Augé)

El esfuerzo por comprender lo que el detalle significa para el que lo exhibe o lo deja ver, puede ser el inicio tanto de un análisis de etnólogo como de una creación de novelista. Existe una forma de solidaridad entre cualquier recorrido individual y aquel o aquella que pretende restituirlo o imaginarlo. Toda afirmación de uno mismo, por muy irrisoria o artificial que pueda eventualmente parecer, constituye el inicio o el resumen de un relato que reivindica su autonomía. Autonomía relativa, en efecto, si pensamos en la avidez con la que los medios, en la actualidad, explotan como fuente inagotable el deseo que cada uno tiene de hablar de sí mismo. Pero autonomía a pesar de todo si consideramos que cualquier individuo, al producir los signos de lo que constituye una llamada a ser testigo e inicio de un posible relato, se sitúa a distancia y, en cierta medida, se libera de las determinaciones colectivas que pesan sobre su conducta, un poco como el hombre recurrió al cuento de hadas, según Walter Benjamin, para disipar la "pesadilla humana".
Precisamente por el hecho de que el metro está lleno de "detalles" que son llamamientos a los demás, es a la vez un fenómeno social total y una mina novelesca. Reinstalando el deseo de los individuos que observa, esbozando relatos que hablan sobre ellos, el autor profesional se muestra solidario con ellos, ya que toma como punto de partida las pequeñas señales que éstos le dirigen, tanto a él como a los demás. Pero él saca su ganancia. Sin duda no basta con colgar un walkman en las orejas de una nueva Olimpia para realizar una obra contemporánea. Sin embargo, cediendo a la tentación de imaginar y de contar lo que le inspiran los detalles que se le ofrecen cada día a la vista, el autor está entrando en la vejez, que no sabe con certeza si es de su época o de sí mismo de lo que a veces duda, quizá tiene su oportunidad, si Leiris tiene razón, de seguir siendo de su tiempo, es decir, de seguir estando, un poca más todavía, en el tiempo. 

Detalle (Marc Augé)
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El metro revisitado
Marc Augé (Poitiers, 2 de septiembre de 1935 - 24 de julio de 2023)


Más de veinte años después de El viajero subterráneo. Un etnólogo en el metro, publicado en 1982, nos hallamos frente a un nuevo texto que quiere ser en palabras de Marc Augé «una mirada retrospectiva para intentar hacer un balance» de lo que ha cambiado y de lo que permanece.
Augé vuelve al libro escrito en 1982, observa el mismo metro de París que transita cada día y nos descubre las transformaciones que se han sucedido en el mundo en general, al hilo de las reflexiones que le provoca este medio de transporte.
No sólo para leer o pensar, sino para investigar el componente humano de cualquier ciudad en la que se utilice masivamente.

jueves, 8 de diciembre de 2016

Recipiente (Erri de Luca)

Y además, en el valle me gusta ver caras de personas, no de alpinistas exhaustos por la altitud, sino de quienes trabajan los campos, cortan piedras, pastorean animales, acuden al mercado. Vuelvo de buena gana a la vida, la sangre se me acostumbra otra vez a la abundancia de oxígeno, deshace su densidad y el corazón palpita con latidos más lentos. Me escucho. Retoma sus funciones, el apetito, el sueño, todo lo demás.
Cuando vuelvo al campamento base desde la cumbre soy capaz de dormir veinticuatro horas seguidas. Me encapullo en el saco de plumas y salgo de él cuando he quedado saciada. Me despierto y pregunto a qué día estamos. Ocurre a veces que es de noche. Entonces como algo y soy capaz de quedarme dormida de nuevo. Y después llega una mañana en la que me levanto, me tomo un desayuno abundante y ya está digerida la cumbre. En los pies hay ganas de estirarse al aire libre, miro las montañas y vuelvo a sentir el cosquilleo en los dedos. En ese momento disfruto la ascensión realizada y me entran ganas de abrazar a todo el mundo. "Ya era hora", protestan. Por fin se ha dado cuenta Nives de haber llegado a la cima. Cuando estemos en el avión se dará cuenta también de que hemos llegado al campamento base.
Es así, la alegría llega para mí después del largo sueño del regreso, mientras ellos han hecho el equipaje, están ya con la cabeza en otra parte. En cambio, yo sigo estando en ese punto de equilibrio en el que no deseo nada, sólo que dure un poco más.
Tengo la suerte de hacer lo que me llena y a la vez me vacía. Soy un recipiente, que debe verter hasta su última reserva de energía para poder llenarse de nuevo. Y cada plenitud es mayor, por aumento de la capacidad de contener.

Recipiente (Erri de Luca)____________________________________________________________________________

Tras la huella de Nives
Erri De Luca (Nápoles, 20 de mayo de 1950)
Nives Meroi (Bonate Sotto, 17 de septiembre de 1961)

Ediciones Siruela, 2006


El escritor Erri De Luca, que empezó a dedicarse tardíamente al alpinismo, dialoga en este libro con Nives Meroi (Bérgamo, 1961), una de las tres mujeres que han ascendido los catorce ochomiles. No se trata de batir un récord, ni de dominar la naturaleza, más bien lo que se pretende es «hacer compañía al viento». En sus diálogos nocturnos en las tiendas ambos hablan del cansancio, de la terrible fascinación del alpinismo, de la aventura, de la muerte, de alcanzar la cima, que nunca es el fin, sino tan sólo la mitad del viaje. Resultado: un libro-mochila repleto de todo lo que en verdad sirve para enfrentarse al peligro de una ascensión: memoria, ironía, humildad…, porque la filosofía necesaria en la montaña se parece mucho a la que se precisa en la vida.

miércoles, 5 de octubre de 2016

Héroe (Robert Graves)

Me refiero a él como Lawrence, apellido con el que le conocí, aunque, como el resto de sus amigos, suelo llamarle "T.E.", iniciales que, por lo menos, parecen estables y seguras. En 1923 , cuando se alistó como soldado raso en el Royal Tank Corps, adoptó el nombre de "T.E. Shaw", y lo conservó en la Royal Air Force. La lista electoral confirma la alteración. Se enroló en 1922 como "Ross", y esos dos apellidos, según él reconoce, no fueron sus únicos esfuerzos por "designarse de forma conveniente". Eligió "Shaw" y "Ross", más o menos al azar en una nómina de escalafón del ejército, porque los recomendó su brevedad y también, probablemente, por su rezagada situación alfabética; las tropas se alinean en ocasiones de acuerdo a ésta y él evita por instinto las primeras posiciones. Estaba harto de llamarse Lawrence -y le parecía largo en exceso- y en particular del título "Lawrence de Arabia", que se había convertido en tópico romántico y en grave engorro personal. El culto reverencial al héroe no sólo le exaspera, sino también, a causa de su creencia auténtica de que no se lo merece, le hace sentirse especialmente sucio; y pocos son los que, habiendo oído hablar de Lawrence de Arabia, o habiendo leído cosas sobre él, no mencionen su nombre sin maravilla supersticiosa o no pierdan la cabeza si le conocen por casualidad. Pretexto suficiente para descartar tal apellido fue que jamás simbolizó para él una tradición familiar gloriosa. El señor Lowell Thomas, autor de un relato inexacto y sentimental sobre Lawrence, le vincula con una familia norirlandesa así llamada y con el famoso héroe del motín de los cipayos, "qué procuró cumplir su deber": se trata de una invención y, además, poco ingeniosa. "Lawrence" apareció como un nombre tan útil como "Ross" o "Shaw", y Lawrence nunca perteneció a una tribu de quienes hacen cosas porque el deber público es eso, un deber público. Sus actos obedecen a razones propias, que tal vez -debería decir "sin duda"- honrosas, jamás son públicas o evidentes.

Héroe (Robert Graves)
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Lawrence y los árabes 
Robert Graves (Wimbledon, Londres, 24 de julio de 1895 - Deyá, 7 de diciembre de 1985)

Editorial Seix Barral, 1991

Publicada originalmente en 1927, Lawrence y los árabes es la primera biografía de T. E. Lawrence y uno de los primeros libros extensos en prosa de Robert Graves. El propio Graves define así su propósito: «He intentado presentar con la mayor sencillez posible una imagen de una personalidad de complejidad exasperante. He intentado asimismo que historia tan enrevesada resultase inteligible y nítida...». Basándose en los relatos escritos de Lawrence, y en un minucioso intercambio epistolar con él, las dotes de narrador de Graves y su poder de síntesis y análisis construyen un retablo preciso, claro y fascinante de la peripecia vital de un personaje singular y la historia de un pueblo y unos parajes de perenne actualidad.

lunes, 8 de agosto de 2016

Caminante (Henry David Thoreau)

Decálogo del caminante
 1. El sabio reside allí donde se encuentra en cada momento, como hacen algunos caminantes, que descargan todo el peso de su cuerpo en cada paso.
 2. Una caminata temprana por la mañana es una bendición para todo el día.
 3. No puedo caminar bien ni gratamente si no me mantengo lejos en el horizonte.
 4. Sé puntual; respeta los horarios del universo, no los del tren.
 5. Vive cada estación según pasa; respira el aire, bebe la bebida, saborea la fruta y resígnate a todas esas influencias.
 6. Si has pagado tus deudas, hecho testamento, arreglado todos tus asuntos y eres libre, entonces estás listo para una caminata.
 7. Si quieres ejercicio, sal a buscar las fuentes de la vida.
 8. Debes caminar como un camello, de quien se dice que es la única bestia que va rumiando mientras camina.
 9. Aprovechemos la oportunidad antes de que lleguen los malos tiempos.
10. Existe un sutil magnetismo en la naturaleza; si nos entregamos inconscientemente a él, dirigirá bien nuestros pasos.

Caminante (Henry David Thoreau)

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El arte de caminar
Henry David Thoreau (Concord, Massachusetts, 12 de julio de 1817 - 6 de mayo de 1862)

Nuevos Emprendimientos Editoriales, 2009
 
Walking, el clásico ensayo de 1862 sobre el arte de caminar y la naturaleza salvaje. En él, Thoreau sostiene que las caminatas constituyen un elemento esencial para mantener una relación saludable con uno mismo y con el planeta. Ese caminar del que nos habla Thoreau no es una simple forma de ejercicio, sino la empresa y la aventura de cada día . Su relato es una provocadora excursión por el ecologismo más asilvestrado, además de un manifiesto geopoético que ha ejercido una profunda influencia en el arte y la cultura norteamericanas. Walking se sitúa dentro de ese contexto mayor que es la reflexión de Thoreau sobre el arte de caminar, la salud y la vida natural, unos temas que pueden rastrearse en toda su obra, pero especialmente en su monumental diario y en la correspondencia con sus familiares y amigos. De lo local a lo global, del siglo XIX al presente, este libro invita a la reflexión sobre nuestros hábitos de ocio y descanso, y también sobre nuestra relación con el cuerpo, el paisaje y la biosfera.

domingo, 31 de julio de 2016

Ensimismado (Julio Llamazares)

Cuando los reyes de León, hombres de acción y de pelea más que sabios y prudentes gobernantes, comenzaban a estar cansados (en los escasos periodos de su vida en que no andaban haciendo la guerra por el mundo) de las luchas e intrigas palaciegas, llamaban a los hombres de confianza, enfundaban sus armas, montaban en sus caballos y se iban a Babia a descansar y a practicar en sus bosques el deporte de la caza, su actividad preferida. Babia, la bellísima comarca que baña el río Luna y preside la imponente Peña Ubiña con su perfil calizo y fantasmagórico (sobre todo en noches de nieve o de luna llena) ofrecía en la Edad Media múltiples alicientes para la caza y la doma ecuestre (Babieca, el legendario caballo del Cid, era, según la tradición, de allí, de ahí su nombre), y no es raro que los reyes leoneses prodigasen sus visitas a la zona, dando origen de ese modo a una expresión que, contra lo que muchos piensan, no es sinónimo de inopia o ignorancia, sino de ensimismamiento, puesto que se refiere al deseo de los reyes leones de permanecer al margen de las luchas e intrigas palaciegas. "¿Dónde está el rey?", se preguntaban los cortesanos cuando, al cabo de unos días, comenzaban a echarlo en falta. "Está en Babia", era la contestación. (Otra interpretación de la expresión, sin duda menos real -en el sentido regio del término-, mas no por ello menos verosímil, se refiere a los pastores trashumantes, de los que Babia ha dado cientos de miles, que en las largas noches de invierno en Extremadura, donde permanecían hasta ocho meses cuidando de sus rebaños lejos de sus familias y de sus pueblos, se quedaban abstraídos junto al fuego, ensimismados, momento en el que sus compañeros extremeños les preguntaban si estaban en Babia; y aún hay una tercera que, siguiendo el mismo modelo, habla de los maestros babianos del XIX, aquellos maestros Ciruela anteriores a la existencia del magisterio profesional que, como los pastores trashumantes, se contrataban en las aldeas de Asturias para dar clase, por años, igual que aquellos).

Ensimismado (Julio Llamazares)
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Atlas de la España imaginaria 
Julio Llamazares (Vegamián -León-, 28 de marzo de 1955)

Nórdica Libros
, 2015

Atlas de la España imaginaria es un viaje por lugares tan fantásticos como Babia, Jauja o la Ínsula Barataria, todos reales y, al mismo tiempo, míticos.
Julio Llamazares, curioso pertinente, pintor de paisajes geopoéticos, viaja en persona desde unos tópicos lingüísticos hasta sus orígenes. Contrasta la lírica de la fantasía con la realidad prosaica. Desmitifica la toponimia mágica poniéndoles rostro a los vecinos de carne y hueso que habitan esos lugares. Y no marcha solo en esta aventura. Le acompaña un imaginero de semblanzas, un cazador de horizontes, como es Navia. Ilumina su texto un ilustrador de escenas de cuento como es David de las Heras. Y al final de esta andanza de nuestro escritor, tras cartografiar los confines del atlas de la España imaginaria, los lectores ávidos de odiseas anhelamos disfrutar con su cuaderno de viaje. Necesitados, como estamos, de cuentos al amor de la lumbre, de relatos al solaz de los jardines.

viernes, 8 de enero de 2016

Barrio (Théodore Monod)

Recuerdo mis veinte años y, cuando regresé a mi barrio, el "Jardin du Roy", había ya recibido el bautismo del desierto y comprendido que no somos una media sino una adición. Era, al mismo tiempo, el más nómada y el más casero. Regresaré al pétreo corazón de un lejano Tibesti, oculto en las profundidades del Sahara oriental, pero, por otra parte y no con menos vehemencia, me niego a abandonar mi barrio. Salir del Vº arrondissement es toda una empresa, pero bueno, de vez en cuando llego hasta el Luxembourg. A veces hasta Saint-Germain-des-Prés. E incluso atravieso el Sena.
Un vez percibí la plaza Clichy; otra, estuve a punto de llegar a Saint-Honoré-d'Eylau. Los tuareg hablan del "año de Rezzu de los Ulad Djerir", mi propia cronología dice: "El año del viaje a la plaza des Ternes".
En cambio, por mi casa, por mi terreno de recorrido habitual, circulo con los ojos cerrados. Y conozco mi "dición", como dicen los botánicos; no hay secretos para mi entre la Sorbona y el Museum. Cierto es que acampo en la montaña Sainte-Genevieve desde hace treinta años, atrincherado en este otero apacible y silencioso. Barrio encantador, provinciano, silencioso, bastante lejos del estrépito, el estruendo y los empujones de un centro demasiado enfebrecido para que la vida haya podido conservar allí un perfume de independencia: pocos carteles y menos anuncios luminosos aún para asaltarnos, aquí, donde se puede seguir siendo uno mismo, al abrigo de sus indiscretas brutalidades.


Barrio (Théodore Monod)

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Peregrino del desierto
Théodore Monod (Ruan, 9 de abril de 1902 - Versalles, 22 de noviembre de 2000)

José J. de Olañeta Editor, 1999

Este libro trata de que se conozca algo mejor la vida y pensamientos de este viajero, mezcla de erudito y aventurero que parece salido de otra época. Desde los años 20 Monod ha estado recorriendo el Sahara en incontables expediciones, con el ánimo de estudiar a sus gentes y a su naturaleza. El desierto es el tema central de su obra y de su vida, el desierto lo modeló, lo hizo como es. Este pequeño libro es un magnífico resumen de las ideas que Théodore Monod desarrolló en sus viajes, influido por el Sahara, siempre presente en su vida: ideas sobre lo que son los propios viajes, la religión, los hombres y la sociedad moderna.

viernes, 10 de enero de 2014

Plaza (Juan Goytisolo)

anochecer: cuando la feria se vacía y bailarines, tambores, rapsodas, flautistas se van, literalmente, con su música a otra parte: disgregación paulatina de los corros, muchedumbre afanosa e inquieta, como colmena amenazada de destrucción: lenta emergencia de espacios despejados, enrevesada telaraña de cruces y encuentros en la vasta y sombría explanada: mujeres cabizbajas aguardan pacientemente, en cuclillas, un rasgo tardío de caridad: otras merodean a hurtadillas, ajustan citas por señas: tiendecillas y bazares recogen sus existencias y lámparas de petróleo iluminan teatralmente nuevos puntos de convergencia y reunión: figones de quita y pon, cocinas ambulantes, trebejos y hornillos listos para la cena: olores de fritura y potaje, comino, té con hierbabuena que avivan el apetito del caminante y lo atraen a los banquillos laterales del tenderete de su elección  
sucesión de luminosos bodegones proyectados en una linterna mágica: ilustraciones de alguna remota edición de "Las mil y una noches" con mercaderes, alfaquís, artesanos, mancebos de botica, estudiantes coránicos pintados sobre un fondo de calderos de chorba, broquetas asadas, sartenes humeantes, cestillos de fruta, cuencos de aceitunas, fuentes de ensaladilla escarlata con precisión y minucia difíciles de esfumar: aprehensión del universo a través de las imágenes de Scherezada o Aladino: la plaza entera abreviada en un libro, cuya lectura suplanta la realidad.


Plaza (Juan Goytisolo)
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Makbara
Juan Goytisolo (Barcelona, 5 de enero de 1931)

Editorial Seix Barral, 1988


El libro constituye en su conjunto un brillante poema narrativo, de hábil expresión rítmica, en el que el autor, con su estilo personal e irrepetible, invita a la exploración del otro y al descubrimiento de lo ajeno.
Juan Goytisolo compró esta casa, a unos pasos de la plaza de Xemaá-el-Faná, en 1981, cuando nadie quería vivir en la medina. Él había llegado a la ciudad por primera vez en 1976 para estudiar árabe dialectal y allí surgió en 1980 Makbara, una novela escrita en “verso libre narrativo” que mezcla con toda libertad voces, tiempo y espacio, escatología y erotismo.

miércoles, 25 de diciembre de 2013

Mar (José Manuel Caballero Bonald)

Homme libre, toujours tu chériras la mer.
Charles Baudelaire,
Les fleurs du mal

Una de las sensaciones que mejor se conservan en los depósitos de la memoria es la del descubrimiento del mar. Tal vez se trate de una impresión que se corresponde de algún modo con esos atavismos innominados que se alojan en el fondo de la sensibilidad. Es posible también que esa experiencia no se olvide nunca precisamente por lo que supone de viraje vertiginoso hacia lo enigmático, hacia lo desconocido. Decía Elías Canetti que "nada teme más el hombre que ser tocado por lo desconocido". Y el mar, en tanto que imagen de lo ignoto -el non plus ultra de la imaginación antigua, el mare tenebrosum, el temible piélago, el finisterral del mundo-, forma parte efectivamente de nuestros temores instintivos, persevera en la conciencia como una realidad misteriosa, inaccesible, con la que hay que mantener siempre unas relaciones de cautela, de prevención. Es como un código congénitamente registrado en el comportamiento de todas las gentes habituadas al trato con la mar. Nadie más prudente -menos temerario- a estos efectos que los navegantes de altura o los simples pescadores en aguas próximas al litoral. Los olvidos o las infracciones de esos tácitos estatutos de la mar suelen conducir por lo común a consecuencias deplorables. La temeridad, el arrojo, no son desde luego hábitos dignos de figurar en el catálogo de virtudes de los navegantes. En realidad, ocurre todo lo contrario.


Mar (José Manuel Caballero Bonald)____________________________________________________________________________

Mar adentro
José Manuel Caballero Bonald (Jerez de la Frontera, 11 de noviembre de 1926 - Madrid, 9 de mayo de 2021)

Temas de hoy, 2002

Hacía mucho tiempo que el autor quería haber escrito este libro porque su pasión por el mar, la cartografía, la navegación a vela y la bibliografía naval tiene ya más de medio siglo. Por eso, según decidió rendirse un homenaje a sí mismo y reunir en este libro textos, artículos y reflexiones que había escrito hace años y que "andaban por ahí dispersos", junto a otros nuevos redactados para esta ocasión. En "Mar adentro" hay muchas historias entresacadas de sus propias vivencias y otras "aprendidas en los libros". Hay descripciones de sus andanzas como navegante, anecdotarios sobre sus propios gustos en materia de barcos, e incursiones en el mundo legendario de la navegación, de la piratería y de los naufragios...
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