IV
Nunca
sabrás que tu alma va viajando conmigo,
que he adoptado en el mío tu corazón querido;
y que ni otros amores, ni el cruel tiempo enemigo,
ni la edad, nada puede impedir que hayas sido.
que he adoptado en el mío tu corazón querido;
y que ni otros amores, ni el cruel tiempo enemigo,
ni la edad, nada puede impedir que hayas sido.
Que
ha tomado tu rostro la belleza del mundo,
de tu dulzura vive, luce tu claridad;
que el lago pensativo sobre el campo profundo
únicamente me habla de tu serenidad.
de tu dulzura vive, luce tu claridad;
que el lago pensativo sobre el campo profundo
únicamente me habla de tu serenidad.
Nunca
sabrás que tu alma siguió con quien te ama,
que es la lámpara de oro que mi paso ilumina,
y que en mi canto un poco de tu voz se adivina.
que es la lámpara de oro que mi paso ilumina,
y que en mi canto un poco de tu voz se adivina.
Dulce
antorcha, tus rayos, brasero fiel, tu llama,
me enseñan los senderos que tu paso seguía,
y tú vives un poco pues vivo todavía.
me enseñan los senderos que tu paso seguía,
y tú vives un poco pues vivo todavía.
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Siete poemas para una muerta
Marguerite Yourcenar (Bruselas -Bélgica-, 8 de junio de 1903 - Mount Desert Island -Estados Unidos-, 17 de diciembre de 1987)
Marguerite Yourcenar (Bruselas -Bélgica-, 8 de junio de 1903 - Mount Desert Island -Estados Unidos-, 17 de diciembre de 1987)
Visor Libros, 1982
T.S. Eliot y Juan Rulfo
cantaron la condición fantasmal del ser humano que habita entre los
muertos, el ser entre seres desconocidos que parecen vivos y
cristaliza ecos, imágenes, reflejos venidos de otros lugares y otros
tiempos. Marguerite Yourcenar reconoce la fuerza implacable y
misteriosa del vacío inconmensurable que nos borra y nos llena de
sentido, pero no ubica sus versos en una populosa metrópoli ni en
una deshabitada ranchería, sino en el yerto cuerpo concreto del ser
amado, donde la devastación es una ola infatigable, indiferente al
llanto del amante.
Desorbitada ante la presencia de un cuerpo
sin voz y sin gestos, impotente ante el hecho de que ya no responde a
su dolor, inalcanzable a su deseo, el objeto de su amor es el latido
de lo que fue y permanece ausente y mudo. Aferrada al doloroso aleteo
de ese efímero milagro, Marguerite Yourcenar coloca ramitas de
resignación y elevadas verdades en la frente de la angustia, penando
de amor el cuello de la desesperanza, para hacer posible lo imposible
y aceptar lo inaceptable.
[Patricia
Damiano]
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