viernes, 15 de julio de 2022

Poeta (Mário Cláudio)

En una ocasión en que el señor Soares se encontraba confinado en casa, apesadumbrado a causa de uno de aquellos accesos de neurastenia a los que sabíamos que estaba sujeto desde la muerte de su madre, el patrón Vasques me encargó que le llevase el Libro mayor. Y ahora, al recordar esto, me parece muy raro que, desempeñando el señor Soares las funciones de traductor de la empresa, tuviese también que ocuparse de aquel tocho sobre nuestra contabilidad. Pero no hay ninguna duda de que así era, por motivos que no vale la pena averiguar aquí. La calle donde vivía el señor Soares se me presentó como una de esas en las que no pasa nada, pero a cambio se puede imaginar muchas cosas. Había en la esquina un colmado de costumbre, repleto de armarios pintados de un color cáscara de huevo que se derramaba desde las estanterías de arriba a los cajones del medio y, por último, las tinajas que ocupaban la parte de abajo. Sobre el mostrador revestido de tosco mármol, hendido en diagonal, inflados en su orgullo de la muchachada, se exhibían los tarros de bombones y caramelos, contiguos a la caja registradora. Aquella arteria estrecha, en mi opinión demasiado chabacana como para servir de residencia a un poeta, se llenaba por la mañana de esos pregones de vendedores de infinitas mercancías que ya van escaseando en el día a día lisboeta. Por entonces aún traqueteaban por las calles las carretas de repartidores de leche, de verdura y de carbón de hulla, tiradas por jamelgos enfermos o adormilados, y solo de cuando de cuando en cuando irrumpía algún automóvil tocando la bocina para que se apartase la muchedumbre de transeúntes, mientras el gentío se quedaba allí plantado, mirando embelesado el extravagante vehículo, envidioso de todo un sueño de velocidad. Entrar en aquel lugar representó para mí el ingreso en un país de cierta forma palpitante, no porque fuesen tales parajes diferentes a tantos otros, sino porque se trataba del rincón de la capital habitado por el señor Soares. Tampoco él, dígase en honor a la verdad, me parecía un ciudadano fuera de lo común, por mucho que yo no me resistiese a atribuirle el misterio, o a dedicarle el respeto, que suponía derivado de su condición de poeta, y que se manifestaba en su continuo andar en las nubes.
 
Poeta (Mário Cláudio)


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Buenas noches, señor Soares
Mário Cláudio (Oporto (Portugal), 6 de noviembre de 1941)
 
 
Mário Cláudio es un autor muy celebrado en círculos de lectores fieles y en ámbitos universitarios. Su alejamiento del público masivo es, según ha dicho él mismo, un perjuicio ocasionado por la centralización cultural que gira en Portugal en torno a Lisboa. A pesar de ello, es autor de una abundante obra y, en concreto, Buenas noches, señor Soares, es una novela lisboeta. En ella, el autor del Libro del desasosiego, Bernardo Soares, nacido de la imaginación de Fernando Pessoa, es revivido a través de la fantasía de Mário Cláudio en uso de un procedimiento que no es raro en su obra, puesto que en otras ocasiones ya ha recreado la vida de personajes históricos. Esta vez, el pobre cuarto alquilado por el contable y las oficinas comerciales de la Baixa de los años 30, son escenarios en los que las vidas de los personajes acusan una experiencia ineludiblemente moderna y general, como es la de la extrañeza que todos sentimos para con nosotros mismos. Mecidos por el ritmo del trabajo, apelan a nuestra propia imaginación y a la lejanía a la que todos sentimos nuestros sueños.

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