No volvió a haber entre nosotros una cordialidad tan evidente como la última vez, aunque me conmovió que no se hubiera olvidado de meterme, de contrabando, entre los nuevos libros, algunos cigarrillos. Me temo que eso sucede porque cada hora que paso aquí borro los contactos con el exterior, pues me resbalaba lo que decía como si hablara con otra persona, mientras que yo, interiormente no podía desprenderme de la extraña idea de ser idéntica a la bombilla azul que enroscan por la noche en nuestro dormitorio. Y todo me importaba tan poco que lo único que tenía que hacer era estar allí e iluminar levemente este indescriptible horror. Las palabras ya no importaban, incluso cuando percibía alguna de ellas y me esforzaba en responderlas. ¿Qué pasará cuando hayan transcurrido las seis semanas? ¿Podré volver a pensar y a hablar para entenderme con los demás? Ay, tengo tanto miedo, y es un miedo diferente cada hora y siempre mayor que el anterior, algo que me parecía imposible. A veces me coloco junto a una ventana enrejada, y cuando pasa el tranvía no se oye solo un ruido repetitivo, sino que todo el edificio tiembla de forma peculiar, y entonces me sujeto y me acostumbro a que incluso me parezca bien sentir únicamente los últimos ecos del ruido y los movimientos del exterior. Sí, me puedo imaginar que aquí podría alcanzar una cierta paz, si se diera el caso de tener que quedarme aquí para siempre. Seguro que pasaría de un ataque de llanto al otro, pero cuando una consigue superarlos, ya se sabe de qué lugar no puede ser expulsada. Y eso sería mucho. Se podría utilizar todo pensamiento en tratar de adaptarse aquí para siempre y no habría que pensar en "después", con un dispendio de fuerza que a cualquiera le parecería imposible, ni en cómo ese "después" exigiría otro nuevo esfuerzo, del que con seguridad nadie sería capaz.
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