Me agacho, cojo un poco de nieve con las manos y me la llevo a la cara. Debo exponerme al frío para recordar y sentir todo el calor. Acabo de abandonar la última casa de esta plaza; he entrado en todas ellas y, sin embargo, hay una sobre la que no he hablado. Camino por la nieve con esta casa a cuestas, la casa deshabitada que dejé atrás, en el mes más caluroso del año; la casa en la que todo es posible y todo está por hacer; ésa podría ser mía si creyera en ella: la casa prometida.
Veo en el interior de todas las casas a la vez, y cómo su esencia está también en la casa prometida, aunque ésta sólo puede existir como promesa.
En esa casa, miro en el espejo y lo cruzo; atravieso paredes, enciendo velas con la voz; abro grifos con una mirada; subo escaleras con las alas de mi deseo; bajo al sótano a través de la savia de mis raíces... de tal forma soy mi casa prometida y la casa prometida es la caracola de mi voz.
El centro de la plaza arde bajo mis pies, bajo la nieve; los radios que van de mis pies a las casa dividen el mundo y yo cuento el tiempo que me separa de ellas como el tiempo que me separa del próximo amanecer.
Veo en el interior de todas las casas a la vez, y cómo su esencia está también en la casa prometida, aunque ésta sólo puede existir como promesa.
En esa casa, miro en el espejo y lo cruzo; atravieso paredes, enciendo velas con la voz; abro grifos con una mirada; subo escaleras con las alas de mi deseo; bajo al sótano a través de la savia de mis raíces... de tal forma soy mi casa prometida y la casa prometida es la caracola de mi voz.
El centro de la plaza arde bajo mis pies, bajo la nieve; los radios que van de mis pies a las casa dividen el mundo y yo cuento el tiempo que me separa de ellas como el tiempo que me separa del próximo amanecer.
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Doce casas iguales rodean un jardín de cuyo centro irradian las leyes invisibles del tiempo. La mujer se dirige a la primera de las puertas, que se abre sin llave, y descubre un interior, absorto en si mismo, en el que otra mujer lleva a cabo una tarea. En cada casa hallamos una labor diferente, las moradas se suceden como los meses y las estaciones, y la mujer visita el corazón ensimismado de estas estancias intimas. El lápiz en el papel, la aguja en la tela, los dedos en el piano, el cuchillo en la tabla o los distintos alfabetos de un único oficio de luz y de tinieblas.
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