El aire inmóvil,
el pájaro
detenido en su vuelo,
la luz ardiendo en su nada.
Todo está atrapado
en el ámbar de la eternidad.
El cielo en su máscara,
el agua en su reflejo,
el corazón en su laberinto.
el pájaro
detenido en su vuelo,
la luz ardiendo en su nada.
Todo está atrapado
en el ámbar de la eternidad.
El cielo en su máscara,
el agua en su reflejo,
el corazón en su laberinto.
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La poesía es una flor extraña. La que contienen estos versos oscuros y
brillantes de Beñat Arginzoniz pertenece también a esa extraña botánica
de flores raras. Oscuro animal celeste parece un libro escrito más allá o
más acá de la vigilia. De ahí su naturaleza excéntrica, porque la
poesía -como nos recordaba el propio autor en su ensayo' La herida
iluminada'- no se escribe en un estado normal de vigilia, sino que es
necesario estar más dormido o más despierto. El resultado, entonces,
emparenta con los ricos universos simbólicos de poetas como García Lorca
o Antonio Gamoneda.
El poeta no tiene más remedio que esperar a que el ciervo aparezca en el claro del bosque. Esperar es su oficio. Con los ojos cerrados o abiertos, Así este Oscuro animal celeste es el fruto de una larga espera. Finalmente, los grandes animales de la tristeza han cruzado las páginas del libro de Arginzoniz en un hermoso y turbador desfile. Afortunadamente, el poeta estaba allí, en el centro del bosque, aguardando.
El poeta no tiene más remedio que esperar a que el ciervo aparezca en el claro del bosque. Esperar es su oficio. Con los ojos cerrados o abiertos, Así este Oscuro animal celeste es el fruto de una larga espera. Finalmente, los grandes animales de la tristeza han cruzado las páginas del libro de Arginzoniz en un hermoso y turbador desfile. Afortunadamente, el poeta estaba allí, en el centro del bosque, aguardando.
Del prólogo de José Fernández de la Sota
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