Mostrando entradas con la etiqueta Cuento. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Cuento. Mostrar todas las entradas

lunes, 15 de abril de 2024

Bibliotecaria (Alice Munro)

El día que murió la señorita Tamblym, dio la casualidad de que Louisa estaba en el Commercial Hotel. Por entonces era representante de una empresa que vendía sombreros, encajes, pañuelos, adornos y ropa interior de señora a minoristas. En el hotel se enteró de la historia y pensó que iban a necesitar a otra bibliotecaria. Empezaba a cansarse de ir cargada con los modelos de tren en tren, de un sitio a otro, de enseñarlos en los hoteles, de hacer y deshacer maletas. Así que fue a hablar con quienes estaban al cargo de la biblioteca. El señor Doud y el señor Macleod. Así se llamaban. Por su forma de hablar, parecían actores de vodevil, pero no por su aspecto. El sueldo era pequeño, pero tampoco le iba demasiado bien cobrando a comisión. Les dijo que había terminado la enseñanza media, en Toronto, y que había trabajado en la sección de libros de Eaton's antes de dedicarse a ser representante de comercio. No consideró necesario añadir que sólo llevaba allí cinco meses cuando descubrieron que tenía tuberculosis y que después tuvo que pasar cuatro años en un sanatorio. Al fin y al cabo, se había curado: no tenía manchas.
La dirección del hotel la instaló en una de las habitaciones para clientes permanentes, en el tercer piso. Desde allí veía las montañas cubiertas de nieve por encima de los tejados. El pueblo de Carstairs estaba en el valle de un río. Tenía unos tres o cuatro mil habitantes y una calle mayor que iba cuesta arriba. Había una fábrica de órganos y pianos.
Las casas estaban construidas para durar toda una vida, los patios eran amplios y las calles estaban flanqueadas por arces y olmos antiguos. Nunca había estado allí cuando había hojas en los árboles. Debía ser muy diferente. Lo que ahora quedaba al descubierto estaría oculto.
Se alegró de poder empezar desde cero; se sentía tranquila, agradecida. Había empezado desde cero otras veces y las cosas no habían salido como esperaba, pero creía en las decisiones rápidas, en la intervención imprevista, en el carácter único de su destino.
El pueblo estaba lleno de olor a caballos. A medida que se aproximaba la noche, grandes caballos con anteojeras y cascos emplumados tiraban de los trineos por el puente, pasaban junto al hotel, bajaban por carreteras oscuras, donde no había faroles. En alguna parte del campo perderían el sonido de sus cascabeles.

Bibliotecaria (Alice Munro)


____________________________________________________________________________

Secretos a voces
Alice Munro (
Wingham, Canadá, 10 de julio de 1931 - Ontario, 13 de mayo de 2024)​

Alice Munro evoca el poder devastador de los viejos amores que resucitan en este conjunto de relatos, que le valieron a la autora el W. H. Smith Award y que el New York Times eligió como uno de los mejores libros de su año. Por aquí transitan una joven desaparecida sin rastro, una novia por contrato, una solitaria excéntrica que, sin proponérselo, consigue un pretendiente millonario, y una mujer que quiere escapar del marido y también del amante. Resuenan en estos Secretos a voces el humor, la pena y la sabiduría que confirman, una vez más, las palabras de Jonathan Franzen: «Munro es quien mejor escribe en América del Norte hoy en día».

domingo, 18 de abril de 2021

Llenura (Héctor Abad Faciolince)

Si algún día te enfermas de palabras, como a todos nos pasa, y estás harta de oírlas, de decirlas. Si cualquiera que eliges te parece gastada, sin brillo, minusválida. Si sientes náuseas cuando oyes "horrible" o "divino" para cualquier asunto, no te curarás, por supuesto, con una sopa de letras.
Haz de hacer lo siguiente: cocinarás al dente un plato de espaguetis que vas a aderezar con el guiso más simple: ajo, aceite y ají. Sobre la pasta ya revuelta con la mezcla anterior, aunque esto lo prohíba la etiqueta, rallarás un estrato de queso pecorino.
Al lado derecho del plato hondo colmo de espaguetis con lo dicho, pondrás un libro abierto. Al lado izquierdo, pondrás un libro abierto. Al frente, un vaso lleno de vino tinto seco. Cualquier otra compañía no es recomendable. Pasarás al azar las páginas de uno y otro libro, pero ambos han de ser de poesía. Sólo los buenos poetas nos curan la llenura de palabras. Sólo la comida simple y esencial nos cura el hartazgo de la gula.
 
 
Llenura (Héctor Abad Faciolince)
 ____________________________________________________________________________
 
Tratado de culinaria para mujeres tristes
Héctor Abad Faciolince (Medellín, 1 de octubre de 1958)
 

Este libro no es un tratado, no es de culinaria y, más que para mujeres tristes, parece escrito para mujeres alegres, demasiado alegres. Héctor Abad, una de las principales voces de la literatura colombiana, aborda con un humor sutil la psicología femenina, y propone lo que él mismo llama «repentinos antídotos para la pertinaz melancolía». Recetas para seducir, consejos contra el mal de amores o la soltería, remedios contra la tristeza...
«¿Quién te ha dicho que se prohíbe estar triste? No dejes que te receten alegría, como quien receta una temporada de antibióticos. Si dejas que te traten tu tristeza como una perversión, o en el mejor de los casos como una enfermedad, estás perdida: además de estar triste te sentirás culpable. Y no tienes la culpa de estar triste.»

viernes, 2 de octubre de 2015

Ciego (Raymond Carver)

Un ciego, antiguo amigo de mi mujer, iba a venir a pasar la noche en casa. Su esposa había muerto. De modo que estaba visitando a los parientes de ella en Connecticut. Llamó a mi mujer desde casa de sus suegros. Se pusieron de acuerdo. Vendría en tren; tras cinco horas de viaje, mi mujer lo recibiría en la estación. Ella no le había visto desde hacía diez años, después de un verano que trabajó para él en Seatle. Pero ella y el ciego habían estado en comunicación. Grababan cintas magnetofónicas y se las enviaban. Su visita no me entusiasmaba. Yo no le conocía. Y me inquietaba el hecho de fuese ciego. La idea que yo tenía de la ceguera me venía de las películas. En el cine, los ciegos se mueven despacio y no sonríen jamás. A veces van guiados por perros. Un ciego en casa no era una cosa que yo esperase con ilusión.
Aquel verano en Seatle ella necesitaba trabajo. No tenía dinero. El hombre con quien iba a casarse al final del verano estaba en una escuela de formación de oficiales. Y tampoco tenía dinero. Pero ella esta enamorada del tipo y él estaba enamorado de ella, etc. Vio un anuncio en el periódico: Se necesita lectora para ciego, y un número de teléfono. Telefoneó, se presentó y la contrataron en seguida. Trabajó todo el verano para el ciego. Le leía toda clase de cosas, expedientes, informes, esas cosas. Le ayudó a organizar un pequeño despacho en el departamento del servicio social del condado. Mi mujer y el ciego se hicieron buenos amigos. ¿Que cómo lo se? Ella me lo ha contado. Y también otra cosa. En su último día de trabajo, el ciego le preguntó si podía tocarle la cara. Ella accedió. Me dijo que le pasó los dedos por toda la cara, la nariz, incluso el cuello. Ella nunca lo olvidó. Incluso intento escribir un poema. Siempre estaba intentando escribir poesía. Escribía un poema o dos al año, sobre todo después de que le ocurriera algo importante.


Ciego (Raymond Carver)

____________________________________________________________________________

Catedral
Raymond Carver (Clatskanie, Oregon, 25 de mayo de 1938 - Port Angeles, Washington, 2 de agosto de 1988)

Editorial Anagrama, 1986

En cada relato de Catedral se revela la presencia latente o la intrusión de terrores extraordinarios en una existencia ordinaria (Cathleen Medwick). El propio Carver ha escrito: Pienso que es bueno que en un relato haya un leve aire de amenaza... Debe haber tensión, una sensación de que algo es inminente. Sus personajes son gente de lo mas común: trabajadores manuales, empleaduchos, parados, parejas a la deriva... desamparados, golpeados por la vida, muchos de ellos bebedores, acceden, a pesar suyo, a una suerte de dimensión heroica, tercos testimonios de una realidad implacable. Su estilo es escueto, lacónico, opera por sustracción; se ha dicho que Carver inaugura una nueva visión, un nuevo método, una nueva tonalidad.

viernes, 10 de octubre de 2014

Juego (Harkaitz Cano)

El juego en sí no tenía nada del otro mundo, era bien sencillo: en el Boulevard había dos cabinas de teléfono bastante alejadas entre sí, de una a otra había exactamente ochenta pasos. La medición exacta de la distancia era además muy importante para el desarrollo del juego. Por otra parte, en la mitad del Boulevard, a cuarenta pasos de cada una de las cabinas, había una marca roja, una cruz roja pintado sobre un sumidero redondo del alcantarillado. Se reunían allí todos los viernes por la tarde, después de salir de la escuela. Para empezar el juego se colocaban sobre la cruz roja pinta en el sumidero. La competición se hacía de dos en dos: se daban la espalda, mirando cada cual a su cabina y tocando con la mano izquierda la derecha del contrincante, para que ninguno de los dos tuviera la más mínima ventaja. Luego, el que había sido nombrado juez —normalmente alguno a quien no le gustaba bailar o no era especialmente hábil corriendo— silbaba y bajaba el pañuelo que sujetaba con la mano derecha, dando inicio a la carrera. Esto es lo que había que hacer: llegar corriendo a la cabina antes de que el contrario alcanzara la suya, abrir de golpe la puerta de biombo y luego, con el auricular en la mano, marcar lo más rápido posible un número de teléfono previamente establecido por los dos contrincantes.
Había que invitar a bailar a quien respondiera al otro lado de la línea. Evidentemente, casi siempre era el que primero llegaba y primero marcaba quien conseguía la cita. Mientras tanto, el que estaba en la otra cabina telefónica, a ochenta pasos —hablemos claro: el perdedor— oía la señal intermitente de que estaba comunicando.


Juego (Harkaitz Cano)
____________________________________________________________________________

Enseres de ortopedia inútil
Harkaitz Cano (Lasarte, Gipuzkoa, 4 de agosto de 1975)

Argitaletxe Hiru, 2002


Enseres de ortopedia inútil es una selección de cuentos que incluye narraciones ya publicadas, así como algún texto aún inédito y que ofrece por primera vez a los lectores castellanoparlantes la posibilidad de conocer el estilo y la obra de este joven escritor. La variedad de temas y localizaciones —tanto temporales como espaciales— de los cuentos nos permite realizar un interesante recorrido en el que quedan de manifiesto tanto el valor literario de los textos como el particular punto de vista del autor a la hora de acercarse a las situaciones más diversas. Leyendo estos relatos, el lector percibe como todo lo que sucede a nuestro alrededor y por mínimo que parezca —desde los pequeños detalles de la vida cotidiana hasta el titular de un diario—, puede convertirse en la excusa y estimulo para ahondar en otros mundos, esta vez imaginarios y repletos de sorpresas e ironía.

viernes, 8 de agosto de 2014

Tradición (Ramón Saizarbitoria)

Un día, entre los libros que mi madre tomaba prestados de la biblioteca, vi uno titulado Kandinsky y yo, una biografía del pintor escrita por su viuda, en la que cuenta una anécdota muy bonita. Al parecer, en la Rusia de los zares, las chicas jóvenes, siguiendo una antigua tradición, salían de casa la noche de fin de año y abordaban al primer hombre que encontraban en la calle para preguntarle cómo se llamaba, puesto que existía la creencia de que se casarían con alguien del mismo nombre.
Una Nochevieja, Nina Kandinsky, igual que otras chicas jóvenes, salió a la calle, y el primer hombre con el que se encontró, un joven encantador según ella, le dijo que se llamaba Wassily. Sufrió una profunda decepción, pues siempre había soñado que su futuro marido se llamaría Gregor, un nombre tradicional de la vieja Rusia. Sin embargo, unos años más tarde, en 1916, conocería al famoso pintor Wassily Kandinsky, con quien contraería matrimonio y viviría feliz durante mucho tiempo.
Cuando leí la anécdota, estábamos ya a primeros de diciembre y, no sé por qué, chaladuras que le dan a una, se me metió en la cabeza que lo que valía en Rusia no tenía por qué no funcionar aquí, de manera que me propuse hacer la prueba.
Recuerdo que se me hicieron muy largos los días esperando que llegara la Nochevieja. A mí, me gustaba Aitor. Me sonaba bien ser la mujer de Aitor. Siempre me ha parecido un nombre serio, rotundo, muy de hombre y absolutamente nuestro. Pero no es que me gustase porque fuera muy nuestro, por lo del dios Thor y todas esas cosas mitológicas, ni tan siquiera porque pretendiera casarme, necesariamente, con un chico vasco; quiero decir que me hubiese gustado cualquiera que fuese agradable, sensible y guapo, en ese preciso orden…


Tradición (Ramón Saizarbitoria)
____________________________________________________________________________

La tradición de Kandinsky
Ramón Saizarbitoria (San Sebastián, 21 de abril de 1944)


Este libro muestra, en miniatura, las claves narrativas en las que se ha ido moviendo la narrativa de Ramón Saizarbitoria. Parece que el primer impulso creativo une dos sentidos distintos: una imagen (la reproducción del cuadro de Kandinsky) y una pequeña narración: la tradición de las muchachas rusas, que se narra en las primeras líneas del texto, mientras que la imagen del cuadro Yellow, red and blue cierra el relato en las últimas páginas del texto.

viernes, 24 de enero de 2014

Yo (Ruth Prawer Jhabvala)

Estos capítulos son, en potencia, autobiográficos: incluso si algo no me sucedió de verdad, podría haberme pasado. En todas las situaciones que presento podría haberme encontrado yo y, a veces, en cierta medida, así fue.
El personaje central —el "yo" de cada capítulo— soy yo misma, pero los padres que me atribuyo no son, o no llegan a serlo nunca del todo, los míos. Quizá no haya superado aún la frecuente fantasía infantil de que nuestros verdaderos padres son otros y están en otro sitio. O quizá me haya dedicado a hacer pruebas con existencias alternativas, en esta ocasión no para personajes de ficción —como suele hacerse normalmente—, sino para mí. Si bien, por muchas veces que uno se adjudique una pareja distinta de progenitores
u otro país o nuevas circunstancias—, las situaciones en las que ese "yo" se encuentra (o en las que se coloca él mismo) acaban resolviéndose de la misma manera, como si, en última instancia, la personalidad fuese el destino.
Los diferentes países y continentes que aparecen en estos capítulos son aquellos que he visitado. Inglaterra me dio la literatura, el idioma, las palabras con que expresar mi mundo, así como la ambición de hacerlo. Pero en lugar del mundo anglosajón que pensaba que me había formado e informado, mi autobiografía parece ser una amalgama de unos antecedentes centroeuropeos y de años de vida en la India.
Aunque, dondequiera que esté, muy pronto me sienta en casa, al mismo tiempo me resisto, a dejarme asimilar por completo. Es como si quisiera sentirme exiliada de algún otro lugar y tener la libertad de volver o de buscarlo.



Yo (Ruth Prawer Jhabvala)
____________________________________________________________________________

Mis nueve vidas
Ruth Prawer Jhabvala (Colonia (Alemania), 7 de mayo de 1927 - Nueva York, 3 de abril de 2013)

Ediciones Alfaguara, 2001

 
En torno a esta pregunta, el «yo» de cada capítulo, Ruth Prawer Jhabvala ha reunido nueve relatos sobre una vida que podría haber sido la suya. La admiración por la India como paraíso perdido y reencontrado, la religión, las complejas relaciones amorosas, el arte, el sexo o la política son solo algunos de los temas de este amplio panorama que, a modo de puzzle, ofrece un análisis certero de los seres humanos y de sus avatares cotidianos.

lunes, 20 de enero de 2014

Sueño (Banana Yoshimoto)

¿Desde cuándo me duermo así cada vez que estoy sola?
El sueño me invade como la pleamar. Y no puede resistirme. Es un sueño profundo, sin límites; ni el timbre del teléfono ni el ruido de los coches que pasan por la calle llegan a mis oídos. No siento dolor ni soledad. El mundo del sueño es cuanto existe.
Únicamente me siento sola en el instante de despertar. Al alzar los ojos al cielo ligeramente nublado, comprendo que ha transcurrido mucho tiempo desde que me dormí. Y pienso, confusa: "No tenía ninguna intención de dormir, pero he perdido el día durmiendo". Inmersa en un remordimiento pesado muy cercano a la humillación, siento cómo, de repente, un escalofrío me recorre la espalda.
¿Cuándo empecé a abandonarme al sueño? ¿Cuándo dejé de resistirme a él?... ¿He estado alguna vez completamente despierta, llena de vigor y energía? De eso hace ya demasiado tiempo, me parece la prehistoria. No guardo de aquella época más que imágenes borrosas, como si pertenecieran a un pasado remoto, helechos y dinosaurios coloreado en tonos crudos y brillantes reflejándose en mis pupilas.


Sueño (Banana Yoshimoto)
____________________________________________________________________________

Sueño profundo
Banana Yoshimoto (Tokio, 24 de julio de 1964)

Tusquets Editores, 2008


Tres jóvenes que atraviesan un periodo difícil de su vida son las protagonistas de este bellísimo volumen de la escritora japonesa Banana Yoshimoto. Sueño profundo, Los viajeros de la noche y Una experiencia, los tres relatos que componen el libro, exploran a través de esas jóvenes los mundos que se abren cuando todo parece desmoronarse y sólo queda el vacío, mundos poblados por sombras que de pronto se hacen presentes en la vida de cada día.

Solución (Antón Chejov)

Ana Sergeyevna y él se amaban como personas muy apegadas, como parientes, como marido y mujer, como amigos íntimos; a él se le antojaba que el destino mismo los había designado el uno para el otro. Era incomprensible que ella tuviera marido y él esposa. Eran como dos aves de paso, macho y hembra, que habían sido atrapadas y obligadas a vivir en jaulas separadas. Se habían perdonado mutuamente aquello de que se avergonzaban en sus vidas pasadas, se perdonaban lo que ocurría en el presente y sentían que este amor suyo los había cambiado a ambos.
Antes, en momentos de melancolía, se había calmado a sí mismo con cualquier razonamiento que le cruzaba por la mente; ahora, por el contrario, no quería razonar, sentía honda compasión, quería ser sincero y tierno.
— Basta ya, cariño —dijo—. Ya has llorado bastante. Ahora hablaremos. Algo se nos ocurrirá.
Más tarde cavilaron largo rato, hablaron de cómo escapar a la necesidad de ocultarse, de engañar, de vivir en ciudades diferentes, de no verse en largo tiempo. ¿Cómo librarse de estos obstáculos insoportables?
— ¿Cómo? Cómo? —preguntaba él, apretándose la cabeza con las manos—. ¿Cómo?
Y parecía que, aguantando un poco más, se hallaría una solución, y entonces empezaría una vida nueva y hermosa. Y ambos comprendían bien que aún quedaba mucho camino hasta llegar al fin y que lo más difícil y embarazoso acababa justamente de empezar. 


Solución (Antón Chejov)
____________________________________________________________________________

La señora del perrito
Antón Chejov (Taganrog (Rusia), 29 de enero de 1860 - Badenweiler (Alemania), 15 de julio de 1904)

Alianza Editorial, 1984


Maestro indiscutible del difícil género del cuento, Anton Chejov (1860-1904) extrajo la materia narrativa de la mayoría de sus relatos de la vida cotidiana de sus contemporáneos, en especial de las esperanzas y desventuras de las gentes de la clase media del gran imperio zarista, como funcionarios, médicos, pequeños propietarios o profesores. La señora del perrito, relato de exquisita finura, tratado con aguda penetración psicológica, que narra la historia de un gran amor entre una joven casada y un hombre maduro.

Rumor (Herman Melville)

El rumor es este: que Bartleby había sido un empleado subalterno en la Oficina de Cartas Muertas de Washington, del que fue bruscamente despedido por un cambio en la administración. Cuando pienso en ese rumor, apenas puedo expresar la emoción que me embargó. ¡Cartas muertas!, ¿no se parece a hombres muertos?. Concebid un hombre por naturaleza y por desdicha propenso a una pálida desesperanza. ¿Qué ejercicio puede aumentar esa desesperanza como el de manejar continuamente esas cartas muertas y clasificarlas para las llamas? Pues a carradas, las queman todos los años. A veces, el pálido funcionario saca de los dobleces del papel un anillo —el dedo al que iba destinado, tal vez ya se corrompe en la tumba—; un billete de Banco remitido en urgente caridad a quien ya no come, ni puede ya sentir hambre; perdón para quienes murieron desesperados; buenas noticias para quienes murieron sofocados por insoportables calamidades. Con mensajes de vida, estas cartas se apresuran hacia la muerte.
¡Oh Bartleby! ¡Oh humanidad!


Rumor (Herman Melville)____________________________________________________________________________

Bartleby, el escribiente
Herman Melville (New York, 1 de agosto de 1819 - New York, 28 de septiembre de 1891)

Premia editora, 1981

Bartleby, el escribiente es una de las narraciones más originales y conmovedoras de la historia de la literatura. Melville escribió este relato a mediados del siglo XIX, pero por él no parece haber pasado el tiempo. Nos cuenta la historia de un peculiar copista que trabaja en una oficina de Wall Street. Un día, de repente, deja de escribir amparándose en su famosa fórmula: «Preferiría no hacerlo».
Nadie sabe de dónde viene este escribiente, prefiere no decirlo, y su futuro es incierto pues prefiere no hacer nada que altere su situación. El abogado, que es el narrador, no sabe cómo actuar ante esta rebeldía, pero al mismo tiempo se siente atraído por tan misteriosa actitud. Su compasión hacia el escribiente, un empleado que no cumple ninguna de sus órdenes, hace de este personaje un ser tan extraño como el propio Bartleby.

lunes, 30 de diciembre de 2013

Nieve (James Joyce)

Su alma se había acercado a esa región donde moran las huestes de los muertos. Estaba consciente, pero no podía aprehender sus aviesas y tenues presencias. Su propia identidad se esfumaba a un mundo impalpable y gris: el sólido mundo en que estos muertos se criaron y vivieron se disolvía consumiéndose.
Leves toques en el vidrio lo hicieron volverse hacia la ventana. De nuevo nevaba. Soñoliento vio cómo los copos, de plata y de sombras, caían oblicuos hacia las luces. Había llegado la hora de variar el rumbo al Poniente. Sí, los diarios estaban en lo cierto: nevaba en toda Irlanda. Caía nieve en cada zona de la oscura planicie central y en las colinas calvas, caía suave sobre el mégano de Allen y, más al Oeste, suave caía sobre las sombrías, sediciosas aguas de Shannon. Caía así en todo el desolado cementerio de la loma donde yacía Michael Furey, muerto. Reposaba, espesa, al azar, sobre una cruz corva y sobre una losa, sobre las lanzas de la cancela y sobre las espinas yermas. Su alma caía lenta en el duermevela al oír caer la nieve leve sobre el universo y caer leve la nieve, como el descenso de su último ocaso, sobre todos los vivos y sobre los muertos.



Nieve (James Joyce)


____________________________________________________________________________

Dublineses (los muertos)
James Joyce (Dublín, 2 de febrero de 1882 - Zürich, 13 de enero de 1941)

Alianza Editorial, 1985

 
Publicado en 1914, Dublineses es uno de los libros de relatos más unitarios y perfectos alumbrados por un autor. Pese a gravitar en su totalidad en torno a Dublín y sus personajes enmarcados en un periodo histórico muy concreto (el que habría de anteceder en breve a la independencia de la católica Irlanda respecto al protestante Reino Unido, y sobre todo Inglaterra), James Joyce (1882-1941) muestra en los quince cuentos que integran la obra una sensibilidad y penetración difícilmente igualable a la hora de captar la naturaleza humana en sus distintas edades y condiciones, así como en el laberinto de las relaciones personales y sociales. La impecable estructura del libro, que parte de las primeras experiencias infantiles para ir recorriendo el arco de la existencia humana, culmina en esa obra maestra que es el relato titulado «Los muertos», sin duda alguna una de las cumbres del género.

miércoles, 25 de diciembre de 2013

Mago (Adelaida García Morales)

Mañana en cuanto amanezca, iré a visitar tu tumba, papá. Me han dicho que la hierba crece salvaje entre sus grietas y que jamás lucen flores frescas sobre ella. Nadie te visita. Mamá se marchó a tu tierra y tú no tenías amigos. Decían que eras raro… Pero a mí nunca me extrañó. Pensaba que eras un mago y que los magos eran siempre solitarios. Quizás por eso elegiste aquella casa, a dos kilómetros de la ciudad, perdida en el campo, sin vecino alguno. Era muy grande para nosotros, aunque así podía venir tía Delia tu hermana, a pasar temporadas. Tú no la querías mucho: yo, en cambio, la adoraba. También teníamos sitio para Agustina, la criada, y para Josefa, a quien tú odiabas. Aún puedo verla cuando llegó a casa, vestida de negro, con una falda muy larga, hasta los tobillos, y aquel velo negro que cubría sus cabellos rizados. No era vieja, pero se diría que pretendía parecerlo. Tú te negaste a que viviera en casa. Mamá dijo: “Es una santa”. Pero eso a ti no te conmovía, no creías en esas cosas. “Está sufriendo tanto…” dijo después. Su marido, alcoholizado, le pegaba para obligarle a prostituirse. Tampoco esa desgracia logró emocionarte. Pero ella se fue quedando un día y otro, y tú no te atreviste a echarla. Y años más tarde fue ella la que incitó a mamá para que rompiera todas las fotografías tuyas que había por la casa, a pesar de que acababas de morir. Pero yo no las necesito para evocar tu imagen con precisión.


Mago (Adelaida García Morales)

 ____________________________________________________________________________

El sur
Adelaida García Morales (Badajoz, 1945 - Sevilla, 22 de septiembre de 2014)

Editorial Anagrama, 1985

 
El Sur dio origen al guion de la película del mismo título dirigida por Víctor Erice. Esta historia se caracteriza por su magnetismo narrativo, basado en la especial habilidad de Adelaida García Morales para rodear de un aura de misterio a ciertos personajes masculinos en torno a cuya ausencia teje cada una de las narraciones. Ausencia física pero presencia de sombra, añorada en un caso, ominosa en el otro, cuyo peso se hace sentir doblemente a causa de su misma realidad fantasmagórica.

jueves, 19 de diciembre de 2013

Laberinto (Walter Benjamin)

Importa poco no saber orientarse en una ciudad. Perderse, en cambio, en una ciudad como quien se pierde en el bosque, requiere aprendizaje. Los rótulos de las calles deben entonces hablar al que va errando como el crujir de las ramas secas, y las callejuelas de los barrios céntricos reflejarle las horas del día tan claramente como las hondonadas del monte. Este arte lo aprendí tarde, cumpliéndose así el sueño de los laberintos sobre el papel secante de mis cuadernos fueron los primeros rastros. No, no los primeros, pues antes hubo uno que ha perdurado. El camino a este laberinto, que no carecía de su Ariadna, iba por el puente de Bendler, cuyo arco suave significaba para mí la primera ladera. A su pie, no lejos, se encontraba la meta: Federico Guillermo y la reina Luisa. En sus pedestales redondos se erguían sobre las terrazas, como encantados por mágicas curvas que una corriente de agua, delante de ellos, dibujara en la arena. Sin embargo, me gustaba más ocuparme de los basamentos que no de los soberanos, porque lo que sucedía en ellos, si bien confuso en relación con el conjunto, estaba más próximo en el espacio. El que hubiera algo especial en este laberinto lo comprendí desde siempre por la ancha e insignificante explanada, que no revelaba en nada que aquí, a pocos pasos del corso de los coches de plaza y carrozas, duerme la parte más insólita del parque. De ello percibí pronto una señal. Pues aquí, o a poca distancia, debía de haber tenido su lecho Ariadna, en cuya proximidad comprendí por vez primera, para no olvidarlo jamás, lo que sólo más tarde me fue dado como palabra: Amor.


Laberinto (Walter Benjamin)____________________________________________________________________________

Infancia en Berlín hacia 1900
Walter Benjamin (Berlín, 15 de julio de 1892 – Portbou, 27 de septiembre de 1940)

Ediciones Alfaguara, 1982

 
Infancia en Berlín hacia 1900, permite leer, literalmente, la experiencia de sí junto a la experiencia de escribir. También, puede hacerse a través de los currícula que presentara en diversas oportunidades de su vida (desde 1929, para su habilitación universitaria fracasada, hasta 1940, con el fin de realizar los trámites de visado y salir de Europa). A partir de la “única y mínima norma” que se pone durante años para escribir sus ensayos —“no utilizar jamás la palabras yo ́” —, Benjamin crece en los textos en los que precisamente habla ese ́yo ́. Tal como dice hacia 1929 sobre J. Green, “no escribe sus vivencias, su vivencia es escribir”. Leer, entonces, el  ́yo ́de Benjamin, voluntaria y sistemáticamente evitado, deja entender que el único lugar habitable de un intelectual sin lugar se arma en filigrana de escrituras.

sábado, 23 de noviembre de 2013

Dinosaurio (Sam Shepard)

En  Rapid City, South Dakota, mi madre me daba cubitos de hielo envueltos en servilletas para que los chupase. Estaban saliéndome los dientes y el hielo me insensibilizaba las encías.
Aquella noche atravesamos los Badlands. Yo viajaba en la bandeja que hay detrás del asiento trasero del Plymouth, mirando las estrellas. El cristal estaba helado al tacto.
Nos detuvimos en la pradera, en un lugar donde había un círculo de enormes dinosaurios de yeso blanco. No era un pueblo. Simplemente los dinosaurios iluminados desde el suelo por unos focos.
Mi madre me llevó a dar una vuelta abrigado bajo una manta parda del ejército. Tarareaba una canción lenta. Creo que era "Peg a' My Heart". La tarareaba bajito, para sí misma. Como si sus pensamientos estuvieran muy lejos de allí.
Serpenteamos lentamente por entre los dinosaurios. Por entre sus patas. Bajo sus tripas. Describimos círculos en torno al Brontosauro. Miramos desde abajo los dientes del Tyranosaurus Rex. Todos tenían unas lucecitas azules a modo de ojos.
No había nadie. Sólo nosotros y los dinosaurios.

Dinosaurio (Sam Shepard)____________________________________________________________________________

Crónicas de motel
Sam Shepard (Fort Sheridan, Illinois, 5 de noviembre de 1943 - Midway, Kentucky, 31 de julio de 2017)

Editorial Anagrama, 1982

Este libro inclasificable fue publicado en inglés en 1982 y consiste en una recopilación de notas del diario del autor y poemas escritos entre 1979 y 1981. Son textos minimalistas, fragmentos zen, solitarios, poéticos… con un fuerte aroma a soledad y a música country.
Hay aquí relatos soberbios, como el que cuenta las aventuras de un niño sonámbulo, sus aventuras en Tijuana (México) con un coche robado a los diez años, el fabuloso cuento sobre el derrame cerebral de su madre y la operación posterior.
Está amenizado con fotos en blanco y negro de la América vacía, de no-lugares desolados y devastados por el aburrimiento.
Un libro extraño, poco convencional, hecho de historias rotas y de ambientes vacíos de la América profunda. Historias de un vaquero, versión modernizada de realismo sucio, esquematizado y reducido al chasis.

Antonio F. Rodríguez [laantiguabiblos.blogspot.com]

Deseo (Julia Otxoa)

Z. sentía intensos deseos de cortar amarras con todo, sobre todo, con aquel sentimiento de culpabilidad que aparecía siempre acompañando a este deseo. Pensar, aunque sólo fuera durante unos breves segundos, en la posibilidad de cambiar de vida, en hacer lo que deseaba, aunque ello significara dejar su trabajo en la oficina del señor Kluber. Y lo que realmente quería hacer todas las mañanas desde hacía treinta años, era pasear sin prisas, vagabundear, perderse tranquilo en sus ensoñaciones por los jardines que bordeaban el río, sintiendo pasar a su lado la dinámica de la ciudad, los carteros con sus bicicletas, los carritos de los panaderos, los músicos callejeros.
Todo esto pensaba mientras se dirigía hacia su trabajo y retrocedía de pronto como siempre, y se desviaba hacia la avenida Salvara que desemboca en el río, para arrepentirse, rectificar y desandar sus pasos, dirigiéndose de nuevo hacia la oficina, y sentarse allí totalmente derrotado en su mesa repleta de carpetas, folios y libros de contabilidad para escribir hasta las tres de la tarde largas cartas a los clientes del señor Kluber, exigiéndoles el pago de sus deudas a la mayor brevedad posible, dada la precaria situación económica por la que estaba atravesando la empresa Kluber and Kluber, especializada en la gestión de todo tipo de asuntos relacionados con la herencia de personas desaparecidas.


Deseo (Julia Otxoa)____________________________________________________________________________

Kluber and Kluber
[Un extraño envío]
Julia Otxoa (San Sebastián, 13 de marzo de 1953)

Ediciones Menos cuarto, 2006

 
“Como en toda mi obra narrativa hay una mirada perpleja sobre el mundo, un profundo escepticismo a veces irónico, otras inquietante ante lo ilegible del acontecer humano. La escritura dentro del enigma como respuesta simbólica al laberinto. Encuentro en este modo de narrar, que algunos estudiosos etiquetan como literatura del absurdo, el mejor medio para traducir cuanto ocurre a mi alrededor. En este libro se encuentran una serie de ingredientes fieles en todos mis relatos, lo lúdico, el juego con las apariencias, el juego con el propio lenguaje, la inclusión del misterio y lo inquietante como parte de la normalidad, el factor sorpresa, la ironía… el humor como deconstrucción del orden lineal con el que a veces aparece disecada la vida. Universo narrativo entre la melancolía y el humorismo, entendiendo la melancolía como tristeza que se aligera, y el humor.”

viernes, 18 de octubre de 2013

Blancura (Edgar Allan Poe)

22 de marzo - La oscuridad aumentó todavía más y sólo la aliviaba el resplandor del agua que nacía de aquella blanca cortina alzada frente a nosotros. Muchos pájaros gigantescos, de una blancura fantasmal, volaban continuamente viniendo de más allá del velo blanco, y su grito, mientras se perdían de vista, era el eterno "Tekeli-li". Entonces Nu-Nu se estremeció en el fondo de la canoa, pero al tocarlo descubrimos que su espíritu lo había abandonado. Y de pronto nos vimos precipitados en el abrazo de la catarata, y un abismo se abrió en ella para recibirnos. Pero surgió a nuestro paso una figura humana velada, cuyas proporciones eran mucho más grandes que las de cualquier habitante de la tierra. Y la piel de aquella figura tenía la perfecta blancura de la nieve.


Blancura (Edgar Allan Poe)
____________________________________________________________________________

Narración de Arthur Gordon Pym
Edgar Allan Poe (Boston, Massachusetts, 19 de enero de 1809 - Baltimore, Maryland, 7 de octubre de 1849)

Alianza Editorial, 1981

Vinculada a la sensibilidad moderna por una secreta corriente de simpatía, la inquietante Narración de Arthur Gordon Pym es uno de los relatos gestados por la singular imaginación de Edgar Allan Poe (1809-1849) que mayor atracción ejercen sobre el lector actual. En efecto, lo que se inicia como una más de las relaciones de viajes en boga en la época no tarda en deslizarse, con la fácil naturalidad de la pesadilla, en el territorio del horror y lo inexplicable, dando pie a un vertiginoso relato que se resuelve en un abrupto silencio. «Y este silencio —concluye Julio Cortázar, traductor y prologuista de esta edición— tiñe todo el libro con un horror sagrado, insinúa un sentido ambiguo en cada escena anterior, enriquece misteriosamente el relato y a la vez lo desnuda de su fácil truculencia para dejar entrever un signo profundo del hombre en lucha consigo mismo o con el destino.»

Bahía (Katherine Mansfield)

Muy pronto de mañana. El sol aún no había salido, y la bahía de Crescent estaba toda ella oculta bajo una bruma marina salada. A su espalda, las grandes colinas cubiertas de arbustos estaban difuminadas. No podía verse dónde terminaban y dónde empezaban los parques y las casitas de campo. El camino arenoso había desaparecido, y los parques y las casitas de campo al otro lado de él; no había más allá dunas blancas cubiertas de hierba rojiza; no había nada que marcara qué era playa y dónde estaba el mar. Había caído un pesado rocío. La hierba estaba azul. Gruesas gotas pendían de los arbustos sin acabar de caer; el toi-toi plateado y plumoso estaba cojo sobre sus largos tallos, y todas las caléndulas y todos los claveles de los jardines de las casitas se inclinaban hacia tierra por la humedad. Las frías fuschias estaban empapadas, y redondas perlas de rocío yacían sobre las hojas planas de las capuchinas. Era como si el mar hubiera golpeado con disimulo durante la noche, como si una ola inmensa hubiera llegado, murmurante… ¿Hasta dónde? Quizá, de haberse despertado en mitad de la noche, hubiera podido usted ver un gran pez dando golpecitos a su ventana y luego marcharse.
¡Ah-Ahh!, sonaba el mar soñoliento. Y de la maleza llegaba el sonido de pequeños cursos de agua que corrían, aprisa, ligeros, deslizándose entre las piedras redondeadas, vertiéndose en cubetas de helechos y saliendo luego de ellas; y se oía el chapoteo de grandes gotas en las hojas anchas, y algo más —¿qué sería?—, una leve trepidación y removimiento, un chasquido de ramita y, luego, un silencio tal que parecía que alguien estuviese escuchando.


Bahía (Katherine Mansfield)____________________________________________________________________________

En la bahía 
Katherine Mansfield (Wellingon (Nueva Zelanda), 14 de octubre de 1888 - Fontainebleau (Francia), 9 de enero de 1923)

Editorial Fontamara, 1980

Amanece en la bahía de Crescent, en Nueva Zelanda. Vuelve la luz, baña la tierra y el mar, despiertan los animales y los humanos. Los habitantes de la colonia veraniega despliegan, o callan, sus menudencias, sus juegos, sus recuerdos, los sueños que no han cumplido y los que algún día cumplirán. Al final del día todo queda

martes, 15 de octubre de 2013

Alfombra (Helene Hanff)


11 abril 1969
Querida Katherine: Interrumpo la tarea de limpiar mis estanterías y me siento en la alfombra, rodeada de libros por todas partes, para escribirte unas letras y desearos un buen viaje. Espero que tú y Brian lo paséis muy bien en Londres. El otro día me preguntó por teléfono: "¿Vendrías con nosotros si tuvieras dinero para el viaje?", y a mí se me saltaron las lágrimas.
Pero...no sé..., tal vez sea mejor que nunca haya estado allí. Soñé tanto con ello y durante tantísimos años...Solía ir a ver películas inglesas sólo para familiarizarme con las calles. Recuerdo que años atrás un muchacho al que conocía me dijo que las personas que viajaban a Inglaterra encontraban exactamente lo que buscaban. Yo le dije que buscaría la Inglaterra de la literatura inglesa, y él asintió y me dijo: "Está allí."
Tal vez sea cierto, o tal vez no. Porque ahora, al mirar a mi alrededor en la alfombra, siento una certeza: está aquí.
El hombre, ¡Dios lo bendiga!, que me vendió todos mis libros murió hace pocos meses. Y el dueño de la tienda, el señor Marks, ha muerto también. Pero Marks & Co. sigue allí todavía. Si por casualidad pasas por el 84 de Charing Cross Road, ¿querrás depositar un beso en mi nombre? ¡Le debo tantísimo...!
Helene





____________________________________________________________________________

84, Charing Cross Road
Helene Ha
nff (Philadelphia, 15 de abril de 1916 - New York, 9 de abril de 1997)

Editorial Anagrama, 2002


Un día, en octubre de 1949, Helene Hanff, una joven escritora desconocida, envía una carta desde Nueva York a Marks & Co., la librería situada en el 84 de Charing Cross Road, en Londres. Apasionada, maniática, extravagante y muchas veces sin un duro, la señorita Hanff le reclama al librero Frank Doel volúmenes poco menos que inencontrables que apaciguarán su insaciable sed de descubrimientos. Veinte años más tarde, continúan escribiéndose, y la familiaridad se ha convertido en una intimidad casi amorosa. Esta correspondencia excéntrica y llena de encanto es una pequeña joya que evoca, con infinita delicadeza, el lugar que ocupan en nuestra vida los libros... y las librerías.
Este sitio emplea cookies de Google. Si continúas navegando consideramos que aceptas el uso de cookies. OK Más información