lunes, 11 de noviembre de 2024

Fatiga (Ángel Guinda)

Cuántas veces cuando tengas mi edad,
habrás leído estos versos que para ti escribía
y en los que no podías detenerte
porque tenías prisa,
esa prisa que da
haber vivido apenas,
porque eras tan joven
y veías la muerte aún lejana.

Acaso entonces desees que mi voz continúe
y yo esté comenzando a dialogar en silencio,
a revivir en el silencio
la hermosura de aquellos ávidos años
frente a la paz equívoca de la fatiga.


 

____________________________________________________________________________

El arrojo de vivir
Ángel Guinda (Zaragoza, 26 de agosto de 1948 - Madrid, 29 de enero de 2022)​


Olifante Ediciones, 2017

Ángel Guinda, poeta al que se asocia inmediata y fundamentalmente con la temática de la muerte y por una mirada amargo-realista respecto a temas inherentes a la condición humana, como son el paso del tiempo, la enfermedad, la vejez, las ausencias, también ha creado espléndidos poemas de amor; intensos y arrebatados unos, minimalistas otros, y auténticos y sinceros siempre.
Inmersos como estamos en una época opaca, parece conveniente y necesario rescatar poemas que nos iluminen, que nos reconforten y nos reconcilien con lo mejor de nosotros mismos.
El arrojo de vivir recoge una selección de treinta y cuatro poemas de amor que Ángel Guinda ha publicado, a lo largo de su dilatada trayectoria.

domingo, 4 de agosto de 2024

Monotonía (Izumi Shikibu)

Llovía sin parar y el tiempo discurría monótono. Con mirada fija en la lluvia, el corazón de la dama latía inquieto por su inestable relación con el príncipe. «¡Había muchos hombres que se interesaban por mí en otros tiempos!», se lamentaba, «pero ahora ninguno de ellos me importa. Solo Su Alteza. ¡Ay, corren tantos rumores!"» Recordó el poema que dice:

Ir a algún sitio
y poder esconderse,
¡cómo lo ansío!
Pero en sociedad vivo
a merced de un cruel amante.

Con estos pensamientos en la cabeza, transcurría el tiempo.
Un día llegó una carta del príncipe. «¿Cómo te encuentras en medio de la monotonía de estos días lluviosos?», le preguntaba en ella. Se incluía un poema que decía así:

Podrás pensar
que normal es que llueva
en la estación.
Mas son mis ojos los que
por tu amor hacen llover.

La dama, al leer estos versos, se sintió feliz por que el príncipe no hubiera dejado pasar la estación de las lluvias sin mandarle un saludo enamorado. Su carta había llegado cuando más sumida se hallaba en cavilaciones amorosas. Le respondió con este otro poema:

¡Qué ignorante
no saber que vuestras lágrimas
son por este amor secreto!
Creía que era lluvia
piadosa con mi dolor.



____________________________________________________________________________

El diario de la dama Izumi
Izumi Shikibu (Provincia de Echizen, 
976 - Provincia de Tango, Japón, 1030)

Satori Ediciones, 2017

Porque estamos ante una exquisita historia de amor de los pies a la cabeza, un diario poético impregnado de ese envolvente aroma de suave melancolía tan característico de la época. Y de final brusco y sorprendente.
Aumenta la talla de la obra el hecho de que, si la atribución a la dama Izumi Shikibu es cierta, leyendo sus páginas oímos susurrar a la mejor voz poética de su tiempo y para muchos, a la más excelsa que ha dado la literatura de Japón.
La literatura de Heian más apreciada hoy, dentro y fuera de Japón, es un hermoso tronco que nace no sabemos cuándo, que crece en el siglo IX y que en el siglo siguiente se abre en tres poderosas ramas: relatos en prosa (monogatari), diarios (nikki) y colecciones poéticas (shu). Pero son de contornos a menudo borrosos y enmarañados, como los de esos árboles de notable frondosidad cuyas ramificaciones no resulta fácil distinguir contempladas por la noche a la débil luz de las estrellas.
[Prólogo de Carlos Rubio]

jueves, 18 de julio de 2024

Piedad (Gustavo Adolfo Bécquer)

Rima LII
 
Olas gigantes que os rompéis bramando
en las playas desiertas y remotas,
envuelto entre la sábana de espumas,
¡llevadme con vosotras!

Ráfagas de huracán que arrebatáis
del alto bosque las marchitas hojas,
arrastrado en el ciego torbellino,
¡llevadme con vosotras!

Nube de tempestad que rompe el rayo
y en fuego ornáis las sangrientas orlas,
arrebatado entre la niebla oscura,
¡llevadme con vosotras!

Llevadme, por piedad, a donde el vértigo
con la razón me arranque la memoria.
¡Por piedad! ¡Tengo miedo de quedarme
con mi dolor a solas!
 


____________________________________________________________________________

Rimas y Leyendas
Gustavo Adolfo Bécquer (Sevilla, 17 de febrero de 1836 - Madrid, 22 de diciembre de 1870)


Editorial Ebro, 1977

Porque el escritor no solo llegó a aquellos lectores que se identificaron en algún momento con estos sentimientos amorosos plasmados en las Rimas. Que estos versos, de alguna manera u otra, palpitan en autores posteriores como Luis Cernuda (que no tuvo reparos en admitirlo, por cierto), en Alberti, en Aleixandre o en Federico García Lorca. La referencia a las Rimas de Bécquer fue de tal calibre que dejó una profunda huella literaria.

"Desempeña en nuestra poesía moderna un papel equivalente al de Garcilaso en nuestra poesía clásica: el de crear una nueva tradición, que lega a sus descendientes. Y si de Garcilaso se nutrieron dos siglos de poesía española, estando su sombra detrás de cualquiera de nuestros poetas de los siglos XVI y XVII, lo mismo se puede decir de Bécquer con respecto a su tiempo. Él es quien dota a la poesía moderna española de una tradición nueva, y el eco de ella se encuentra en nuestros contemporáneos mejores."
Luis Cernuda

Por tanto, no podemos acercarnos a las Rimas de Bécquer no solo por lo que son por ellas mismas encuadradas en una tradición literaria concreta (la del Romanticismo más tardío) sino por lo que supuso para los creadores posteriores. Tanto fue así que en palabras de estos poetas (pertenecientes al canon literario, que la clasificación es importante) nos llevan ante una frontera histórica, ante un antes y un después. Antes de Bécquer, la poesía giraba alrededor del clasicismo y la tradición; después de Bécquer, se da carta de naturaleza a la moderna, superada en las últimas décadas por experimentos vanguardistas.
Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla

miércoles, 26 de junio de 2024

Alférez (Julien Gracq)

Una vez que su tren hubo atravesado los suburbios y humaredas de Charleville, al alférez Grange le pareció que la fealdad del mundo se disipaba: advirtió que ya no tenía ni una sola casa a la vista. El tren, que seguía el lento curso del río, se internaba primero por entre mediocres contrafuertes de lomas cubiertas de helechos y aulagas. Después, a cada curva del río, el valle se iba abriendo camino mientras el ruido del tren repercutía en el seno de la soledad contra los acantilados y un viento crudo, cortante ya en el atardecer otoñal, le refrescaba el rostro al asomar la cabeza por la puerta del vagón. La vía cambiaba a su antojo de orilla, atravesaba el Mosa sobre puentes hechos de un solo tramo de viguerías de hierro, y a ratos se internaba en algún corto túnel a través del desfiladero de un meandro. Una vez reaparecido el valle, centelleante de temblores bajo la luz dorada —la garganta siempre se hundía entre las dos cortinas del bosque— el Mosa parecía más lento y sombrío, como si se deslizara sobre un lecho de hojas podridas. El tren estaba vacío: se hubiese dicho que hacía el servicio entre aquellas soledades por el único placer de circular en la frescura del atardecer, entre las laderas de bosques amarillos que mordían cada vez más arriba en el purísimo azul del atardecer de octubre: a lo largo del río, los árboles liberaban tan solo una estrecha banda de pradera, tan nítida como el césped inglés. «Es un tren que lleva al Dominio de Arnheim», pensó el alférez, gran lector de Edgar Poe, y mientras encendía un cigarrillo retrepó la cabeza en el cadarzo de sarga para seguir con la mirada, muy por encima de él, la cresta de los acantilados desmelenados que se perfilaban gloriosamente contra el sol poniente. En las perspectivas de las gargantas afluentes, boscosas lontananzas se perdían tras el azul ceniza del humo del cigarrillo; 
 
____________________________________________________________________________

Los ojos del bosque (Un balcon en forêt)
Julien Gracq (Saint-Florent-le-Vieil, 27 de julio de 1910 - Angers, 22 de diciembre de 2007)


Editorial Debolsillo, 2006
 
La sombra de Stendhal se proyecta en los libros de ficción de Gracq, como en Los ojos del bosque, por ejemplo. Recuerdo los días en que, al encargarme una editorial un breve prólogo a una edición de bolsillo de ese libro, decidí preparar el prefacio retirándome por una temporada  a un albergue en los confines de las Árdenas, donde me sentí feliz, instalado deliberadamente en un tiempo muerto parecido al de la  drôle de guerre de las Árdenas en la que se enmarca la acción de la novela. Me sentí perfecto viviendo con la alegría de Larbaud y de Stendhal en esa especie de tiempo paralizado, casi irreal, mezcla de drôle de guerre y de no tener nada que hacer salvo planear un prólogo. Me pasaba el día leyendo, escribiendo, por decirlo en términos de título de un libro de Gracq. Era mi forma de revivir la experiencia del oficial Grange, el personaje central de la novela. La verdad es que necesitaba yo hacer algo así para recuperarme de las heridas de la vida mundana, necesitaba eso tanto como vivir en la confianza de que un día podría volver a vivir de nuevo en la discreción y la tranquilidad de los años de mi juventud, aquellos en los que se desarrolló mi primera etapa como escritor: volver a los días en que Marcel Duchamp  –cuyas tomas de posición ante la vida y el arte creo que  tienen puntos en común con Gracq-  era mi modelo existencial. Y era mi modelo por su discreción, geometría, clasicismo, elegancia y calma.
[Enrique Vila-Matas. Revista Turia]
 

viernes, 17 de mayo de 2024

Palma (Nizar Qabbani)

Estás grabada en la palma de mi mano

cual letra cúfica en el muro de la mezquita.

Grabada en la madera de la silla, amor mío,

y en el brazo del asiento.

Y cada vez que intentas alejarte de mí

un solo momento

te veo en la palma de mi mano.




____________________________________________________________________________

El libro del amor
Nizar Qabbani (Damasco, 21 de marzo de 1923 - Londres, 30 de abril de 1998)


Ediciones Hiperión, 2001
 
“El libro del amor” es una obra que escribió en 1970 en honor de la que sería su segunda esposa, la iraquí Balqis Al Rawi, una maestra de escuela a la que conoció en un recital de poesía en Bagdad, que fue asesinada en un atentado de la guerrilla en Beirut durante el conflicto civil del Líbano, el 15 de diciembre de 1981. Su muerte tuvo un efecto psicológico severo en Qabbani, expresando su dolor en su famoso poema “Balqis”, culpando a todo el mundo árabe por su muerte.
Comienza el libro con un poema extremadamente sencillo, formalmente apenas tres versos, en lo que es una proclamación de su amor, de su forma de entenderlo, Oh, pájaro verde. / Mientras seas mi amor / Dios estará en el cielo.
El amor concebido por Qabbani, El amor, cariño mío, / es un bello poema escrito en la luna, está enfrentado a la concepción tradicional y estricta, pero a cualquier mujer en mi país / cuando ama a un hombre / le arrojan cincuenta piedras. El poeta, deliberadamente, excluye los requisitos de las viejas formas poéticas para usar un lenguaje comprensible, lo que hace que consiga millones de lectores que incluso conocen sus poemas de memoria.

lunes, 15 de abril de 2024

Bibliotecaria (Alice Munro)

El día que murió la señorita Tamblym, dio la casualidad de que Louisa estaba en el Commercial Hotel. Por entonces era representante de una empresa que vendía sombreros, encajes, pañuelos, adornos y ropa interior de señora a minoristas. En el hotel se enteró de la historia y pensó que iban a necesitar a otra bibliotecaria. Empezaba a cansarse de ir cargada con los modelos de tren en tren, de un sitio a otro, de enseñarlos en los hoteles, de hacer y deshacer maletas. Así que fue a hablar con quienes estaban al cargo de la biblioteca. El señor Doud y el señor Macleod. Así se llamaban. Por su forma de hablar, parecían actores de vodevil, pero no por su aspecto. El sueldo era pequeño, pero tampoco le iba demasiado bien cobrando a comisión. Les dijo que había terminado la enseñanza media, en Toronto, y que había trabajado en la sección de libros de Eaton's antes de dedicarse a ser representante de comercio. No consideró necesario añadir que sólo llevaba allí cinco meses cuando descubrieron que tenía tuberculosis y que después tuvo que pasar cuatro años en un sanatorio. Al fin y al cabo, se había curado: no tenía manchas.
La dirección del hotel la instaló en una de las habitaciones para clientes permanentes, en el tercer piso. Desde allí veía las montañas cubiertas de nieve por encima de los tejados. El pueblo de Carstairs estaba en el valle de un río. Tenía unos tres o cuatro mil habitantes y una calle mayor que iba cuesta arriba. Había una fábrica de órganos y pianos.
Las casas estaban construidas para durar toda una vida, los patios eran amplios y las calles estaban flanqueadas por arces y olmos antiguos. Nunca había estado allí cuando había hojas en los árboles. Debía ser muy diferente. Lo que ahora quedaba al descubierto estaría oculto.
Se alegró de poder empezar desde cero; se sentía tranquila, agradecida. Había empezado desde cero otras veces y las cosas no habían salido como esperaba, pero creía en las decisiones rápidas, en la intervención imprevista, en el carácter único de su destino.
El pueblo estaba lleno de olor a caballos. A medida que se aproximaba la noche, grandes caballos con anteojeras y cascos emplumados tiraban de los trineos por el puente, pasaban junto al hotel, bajaban por carreteras oscuras, donde no había faroles. En alguna parte del campo perderían el sonido de sus cascabeles.

Bibliotecaria (Alice Munro)


____________________________________________________________________________

Secretos a voces
Alice Munro (
Wingham, Canadá, 10 de julio de 1931 - Ontario, 13 de mayo de 2024)​

Alice Munro evoca el poder devastador de los viejos amores que resucitan en este conjunto de relatos, que le valieron a la autora el W. H. Smith Award y que el New York Times eligió como uno de los mejores libros de su año. Por aquí transitan una joven desaparecida sin rastro, una novia por contrato, una solitaria excéntrica que, sin proponérselo, consigue un pretendiente millonario, y una mujer que quiere escapar del marido y también del amante. Resuenan en estos Secretos a voces el humor, la pena y la sabiduría que confirman, una vez más, las palabras de Jonathan Franzen: «Munro es quien mejor escribe en América del Norte hoy en día».

domingo, 10 de marzo de 2024

Desafío (Frederic Remington)

No voy a contar aquí la historia de la batalla que sostuvo el Séptimo de Caballería con la banda de sioux de Pie Grande en Wounded Knee; eso ya lo ha hecho la prensa; pero sí referiré algo de lo que se dijo en las tiendas Sibley, o «tiendas de guerra del hombre blanco», como las llaman los indios.
Echado de espaldas, con una bala metida en su cuerpo, el teniente Mann se mostró decidido al llegar al punto crucial de su relato:
— Vi a tres o cuatro indios jóvenes que soltaban sus mantas, y me fijé que estaban armados. ¡Listos para disparar, muchachos, que hay jaleo! Transcurrió un instante, y oímos un tiroteo en el centro de los indios. ¡Fuego!, grité, y cargamos contra ellos.
— ¡Oh, sí, Mann! Pero el jaleo empezó cuando el brujo arrojó polvo en el aire. Esa es la vieja señal de «desafío», y apenas había hecho cuando aquellos guerreros se dispararon y entraron en acción. Poco antes alguien me había dicho que si no deteníamos la charla de aquel viejo se armaría un jaleo. Estaba diciendo que las balas del hombre blanco no traspasarían sus camisas indias.
Otro oficial dijo:
— Aquellos sioux sabían manejar muy bien los rifles «Winchester».
Por esta crítica se podía ver que era un profesional.
Otro añadió:
— Un hombre fue herido al principio del combate; pero continuó disparando con su «Winchester»; como cada vez se fue sintiendo más débil, y desplomándose gradualmente, sus tiros le salieron cada vez más altos, hasta que disparó al aire.
— Aquellos indios estaban locos de remate. Por ejemplo, ¿te fijaste que antes de disparar alzaban sus manos al cielo? Era por devoción.
 
Caminos de herradura Frederic Remingto

 
 
 
 
 
____________________________________________________________________________

Caminos de herradura
Frederic Remington (
Canton, Nueva York, 4 de octubre de 1861 - Ridgefield, Connecticut, Estados Unidos, 26 de diciembre de 1909)

Ediciones del Cotal, 1980

Frederic Remintong pertenece a la categoría de artistas cuyo modo de interpretar y representar la realidad se ha identificado con la realidad misma.
El Oeste americano que conocemos a través de las imágenes de las películas, las descripciones de los apasionados y las ilustraciones de los epígonos, es el Oeste de Frederic Remington. En sus escritos y en sus ilustraciones nos ha proporcionado una descripción tan precisa y significativa del mundo de la frontera como establecer de una vez para siempre el modelo. En él se han inspirado muchos novelistas para describir hombres y escenas de la época, a él han recurrido grandes directores de cine para ambientar sus películas y antropólogos y filólogos de las costumbres hallan en él una fidedigna
fuente de estudio.
Este libro, publicado por primera vez en 1895, recoge algunos de los artículos e ilustraciones más características del prolífico autor que en veinticinco años de trabajo escribió docenas de artículos, realizó 2.700 dibujos y pinturas, ilustró 142 libros y proporcionó ilustraciones para 41 revistas diferentes, convirtiéndose en el mejor «cronista» del Oeste.