En el caso de la literatura, la gramática es una cuestión fisiológicamente conectada, por así decirlo, con la capacidad de compresión de las personas: si uno se equivoca al conjugar un verbo, la lectura se vuelve más complicada, no se entiende siquiera el tiempo narrativo. Estos aspectos, los llamados fisiológicos, son los que hay que respetar. En el cine, sin embargo, lo que se llama gramática no está en conexión directa con la capacidad de compresión del espectador, sino con los aspectos técnicos de la filmación. A día de hoy, por otra parte, también la mirada del espectador ha madurado: de eso no cabe duda. Cuando voy al cine veo que la gente se ríe abiertamente al contemplar una escena que antes no provocaba la menor risa. Cada vez que estoy ocurre me quedo estupefacto ante una sensibilidad tan articulada. En otras palabras, son los espectadores mismos los que han captado la sensibilidad del cine, la que es privativa de él. Así, cuando un crítico alaba una película porque responde al dictamen de la gramática, los espectadores, con total honestidad, se aburren en las escenas que se atienen con total rigidez a la gramática. Lo que mueve al espectador es la sensibilidad del realizador que logra tocar la fibra de su percepción, y no otras cosas como las reglas de las técnicas de filmación. Tampoco en literatura se dice siempre que un párrafo, perfectamente escrito desde el punto de vista gramatical, sea una pieza soberbia. Lo que cuenta es la sensibilidad expresiva del autor.
Cuando hablo se sensibilidad no me refiero a algo complejo: se trata solo de saber llamar la atención del espectador según su capacidad de percepción. Si esto no se tiene en cuenta sucede lo mismo que cuando nos equivocamos al conjugar un verbo: se produce una confusión y no se consigue transmitir nada.
____________________________________________________________________________
La poética de lo cotidiano
Yasujiro Ozu (Tokio, 12 de diciembre de 1903 - Tokio, 12 de diciembre de 1963)
Gallo Nero Ediciones, 2017
Unánimemente considerado como uno de los grandes maestros del cine,
Yasujiro Ozu, «el más japonés de los directores japoneses», sigue siendo
objeto de culto. Su arte sutil y delicadísimo es literalmente venerado
por directores y cinéfilos, y son muchos los que se confiesan herederos
de su arte.
Su cine formalmente sobrio, con planos filmados desde el punto de vista
que tendría un adulto sentado sobre un tatami, no le impidió retratar
mejor que ningún otro cineasta los grandes cambios que sufrió la
sociedad japonesa tras la Segunda Guerra Mundial.
La búsqueda de la armonía en las relaciones humanas, el riesgo de la
disgregación, los cambios ineludibles de la vida, son algunos de los
temas que conforman el tejido narrativo de sus historias, cuyo objetivo,
como él decía, siempre fue «hacer sentir la existencia de lo que
llamamos vida sin utilizar acontecimientos extraordinarios».
Los textos aquí reunidos ofrecen una perspectiva inédita sobre sus
películas, la técnica y la teoría de su oficio, su visión del cine
americano de los años treinta y cuarenta, la dicotomía entre ficción y
documental, así como su «famosa» aversión hacia la «gramática del cine».