martes, 11 de febrero de 2025

Mundanal (Fray Luis de León)

Oda I

Vida retirada
 

1 ¡Qué descansada vida
la del que huye del mundanal ruïdo,
y sigue la escondida
senda, por donde han ido
los pocos sabios que en el mundo han sido;

2 Que no le enturbia el pecho
de los soberbios grandes el estado,
ni del dorado techo
se admira, fabricado
del sabio Moro, en jaspe sustentado!

3 No cura si la fama
canta con voz su nombre pregonera,
ni cura si encarama
la lengua lisonjera
lo que condena la verdad sincera.

4 ¿Qué presta a mi contento
si soy del vano dedo señalado;
si, en busca deste viento,
ando desalentado
con ansias vivas, con mortal cuidado?

5 ¡Oh monte, oh fuente, oh río,!
¡Oh secreto seguro, deleitoso!

Roto casi el navío,
a vuestro almo reposo
huyo de aqueste mar tempestuoso.

6 Un no rompido sueño,
un día puro, alegre, libre quiero;
no quiero ver el ceño
vanamente severo
de a quien la sangre ensalza o el dinero.

7 Despiértenme las aves
con su cantar sabroso no aprendido;
no los cuidados graves
de que es siempre seguido
el que al ajeno arbitrio está atenido.

8 Vivir quiero conmigo,
gozar quiero del bien que debo al Cielo,
a solas, sin testigo,
libre de amor, de celo,
de odio, de esperanzas, de recelo.



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Poesía
Fray Luis de León (Belmonte, Cuenca, 1527 o 1528 - Madrigal de las Altas Torres, Ávila, 23 de agosto de 1591)

Clásicos Ebro, 1975
 
La mayor parte de sus obras poéticas son odas que, curiosamente, no fueron publicadas durante su vida, sino cuarenta años después de su muerte por Francisco de Quevedo. Fray Luis demuestra en sus obras ser un gran clásico, como lo fue Garcilaso en la primera mitad del siglo.
Oda a la vida retirada
Es una composición poética que consta de 40 liras, en la que fray Luis de León imita la más famosa oda de Horacio quien, recreando el tópico del «Beatus ille», elogia la vida campestre, cercana a la naturaleza y alejada de las riquezas y vanidades del mundo, ideal que también comparte nuestro poeta.

[https://lclcarmen1bac.wordpress.com/]

jueves, 19 de diciembre de 2024

Pérdida (Franco Michieli)

La belleza misteriosa del blanco horizonte nevado, ondulado y deshabitado, gélido y luminoso, que se extiende a nuestro alrededor en todas direcciones, no depende de su estética, ni tampoco de su potencia, sino de las innumerables historias que en él podrían suceder, sucedernos. Esta belleza tiene múltiples caras porque para nosotros no es un panorama, sino un futuro proyectado en el espacio en el que podríamos ser capaces de mantener una ruta, o perderla. Sabemos que no hay un límite claro entre los dos extremos. Deslizándonos sobre nuestros esquís por ondulaciones, valles, llanuras sin fin y lagos helados, viviremos una larga alternancia de sentimientos de pérdida y hallazgo, de desorientación y de certeza. El camino no trazado que pedimos a la tierra y al cielo que nos sugieran, a través de cientos de kilómetros de una Laponia inmersa en el invierno nórdico, existe solo en nuestra confianza: si dejamos de tenerla, estamos perdidos. Mientras creamos, cada desvío y cada aparente error de dirección seguirán formando parte de la ruta, serán solo curvas del camino que nuestras sugerencias o llamadas silenciosas de la naturaleza podrán corregir con nuestra colaboración para llevarnos a una meta lejana. La belleza de este escenario atrapa y se hace visceral porque no está predefinida, esculpida para siempre; es algo desconocido que se mostrará más o menos según la intensidad de nuestro deseo de encontrarla.


 

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La vocación de perderse
Franco Michieli (Milán, 11 de marzo de 1962)​


Ediciones Siruela, 2021

La vocación de perderse invita a reconciliar a la geografía con la emoción, la percepción y la lectura de la naturaleza como forma de salirnos del ensimismamiento tecnológico que está presente en nuestra individualidad y en el proyecto de conocimiento de nuestra disciplina. El relato, el ejercicio de narrar, la metáfora, el símbolo y el mito son herramientas con las que contamos para enriquecer nuestras percepciones. Pese a que ya no podemos tener esa experiencia totalmente primigenia con nuestros espacios circundantes, entender que el “territorio es como la poesía”, inexplicablemente coherente, con significados transcendentes y tiene el poder de elevar consideraciones de la vida humana, como anota Barry Lopez (Michieli, 2021, p. 29). Perderse, alejarse del mundo mediatizado por lo digital, permitirse reinventar nuestra relación con la naturaleza. Consideremos la centralidad del libro, la apertura a múltiples ángulos para pensar la actuación y la práctica de la geografía y preguntémonos ¿qué paisajes podríamos describir como nos enseña Michieli, al explorar nuestras habilidades narrativas? Incluso nos invita a reflexionar sobre los viajes y rutas que hacemos en nuestros trayectos urbanos y personales, y en los lugares donde podríamos encontrar aquella vocación a perdernos, aunque sean territorios cotidianos.

Valeria Consuelo de Pina Ravest [https://www.scielo.org.mx]

lunes, 11 de noviembre de 2024

Fatiga (Ángel Guinda)

Cuántas veces cuando tengas mi edad,
habrás leído estos versos que para ti escribía
y en los que no podías detenerte
porque tenías prisa,
esa prisa que da
haber vivido apenas,
porque eras tan joven
y veías la muerte aún lejana.

Acaso entonces desees que mi voz continúe
y yo esté comenzando a dialogar en silencio,
a revivir en el silencio
la hermosura de aquellos ávidos años
frente a la paz equívoca de la fatiga.


 

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El arrojo de vivir
Ángel Guinda (Zaragoza, 26 de agosto de 1948 - Madrid, 29 de enero de 2022)​


Olifante Ediciones, 2017

Ángel Guinda, poeta al que se asocia inmediata y fundamentalmente con la temática de la muerte y por una mirada amargo-realista respecto a temas inherentes a la condición humana, como son el paso del tiempo, la enfermedad, la vejez, las ausencias, también ha creado espléndidos poemas de amor; intensos y arrebatados unos, minimalistas otros, y auténticos y sinceros siempre.
Inmersos como estamos en una época opaca, parece conveniente y necesario rescatar poemas que nos iluminen, que nos reconforten y nos reconcilien con lo mejor de nosotros mismos.
El arrojo de vivir recoge una selección de treinta y cuatro poemas de amor que Ángel Guinda ha publicado, a lo largo de su dilatada trayectoria.

lunes, 30 de septiembre de 2024

Desaliento (Julia Hartwig)

 A despecho de uno mismo

Todos los poetas del mundo escriben el mismo poema
describen la misma roca contra la que se hace pedazos el mar
esa misma pérdida que a ninguno de ellos le fue evitada
en el mismo instante experimentan el éxtasis de vivir
la misma noche se tienden en lecho de las sombras

Llegan a conocer un desaliento tan omnímodo
que el mundo deja de existir para ellos
y cuando tratan de reconstruirlo
su abundancia los hace reventar

En esta magna sinfonía que están ejecutando
solo a los primeros violines honra el director con un apretón de manos
y aunque todos ellos se someten a la ley de la misma armonía
cada uno quisiera ser amado al margen de los demás.


 

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Dualidad
Julia Hartwig (Lublin, Polonia, 14 de agosto de 1921 - Gouldsboro, Pensilvania, 14 de julio de 2017
)

Vaso Roto Ediciones, 2013

Los poemas de Julia Hartwig representan un sereno (y en ocasiones desapasionado) esfuerzo por conciliar aproximaciones antitéticas a una realidad siempre multiforme. Moviéndose sin cesar de lo irónico a lo solemne, de lo terrenal  lo onírico, de la desesperación a la epifanía, sus versos constituyen una lúcida respuesta al atrevimiento de quienes solo ofrecen una visión monocolor de la existencia o, aún peor, buscan aprehender aquella esencia proteica en una mera fórmula simplificadora. Y, no obstante, de estos poemas no escapa nunca un grito de protesta frente al aparente sinsentido de cuanto nos rodea. Antes bien, con su vindicación de la templanza y la armonía, llaman a aceptar la realidad tal como se nos ofrece, puesto que solo desde su comprensión cabal es posible acceder a su sentido último. Y cuando esto parezca realmente imposible, cuando nos embargue el miedo a lo desconocido, o lo irracional se nos antoje peligrosamente cercano, lo mejor es «no preguntar», precisamente el título de uno de los poemas que integran uno de sus últimos libros, Jasne niejasne [Claro, poco claro] (2009).
[Prólogo de Antonio Benítez Burraco y Anna Sobieska]

domingo, 4 de agosto de 2024

Monotonía (Izumi Shikibu)

Llovía sin parar y el tiempo discurría monótono. Con mirada fija en la lluvia, el corazón de la dama latía inquieto por su inestable relación con el príncipe. «¡Había muchos hombres que se interesaban por mí en otros tiempos!», se lamentaba, «pero ahora ninguno de ellos me importa. Solo Su Alteza. ¡Ay, corren tantos rumores!"» Recordó el poema que dice:

Ir a algún sitio
y poder esconderse,
¡cómo lo ansío!
Pero en sociedad vivo
a merced de un cruel amante.

Con estos pensamientos en la cabeza, transcurría el tiempo.
Un día llegó una carta del príncipe. «¿Cómo te encuentras en medio de la monotonía de estos días lluviosos?», le preguntaba en ella. Se incluía un poema que decía así:

Podrás pensar
que normal es que llueva
en la estación.
Mas son mis ojos los que
por tu amor hacen llover.

La dama, al leer estos versos, se sintió feliz por que el príncipe no hubiera dejado pasar la estación de las lluvias sin mandarle un saludo enamorado. Su carta había llegado cuando más sumida se hallaba en cavilaciones amorosas. Le respondió con este otro poema:

¡Qué ignorante
no saber que vuestras lágrimas
son por este amor secreto!
Creía que era lluvia
piadosa con mi dolor.



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El diario de la dama Izumi
Izumi Shikibu (Provincia de Echizen, 
976 - Provincia de Tango, Japón, 1030)

Satori Ediciones, 2017

Porque estamos ante una exquisita historia de amor de los pies a la cabeza, un diario poético impregnado de ese envolvente aroma de suave melancolía tan característico de la época. Y de final brusco y sorprendente.
Aumenta la talla de la obra el hecho de que, si la atribución a la dama Izumi Shikibu es cierta, leyendo sus páginas oímos susurrar a la mejor voz poética de su tiempo y para muchos, a la más excelsa que ha dado la literatura de Japón.
La literatura de Heian más apreciada hoy, dentro y fuera de Japón, es un hermoso tronco que nace no sabemos cuándo, que crece en el siglo IX y que en el siglo siguiente se abre en tres poderosas ramas: relatos en prosa (monogatari), diarios (nikki) y colecciones poéticas (shu). Pero son de contornos a menudo borrosos y enmarañados, como los de esos árboles de notable frondosidad cuyas ramificaciones no resulta fácil distinguir contempladas por la noche a la débil luz de las estrellas.
[Prólogo de Carlos Rubio]

jueves, 18 de julio de 2024

Piedad (Gustavo Adolfo Bécquer)

Rima LII
 
Olas gigantes que os rompéis bramando
en las playas desiertas y remotas,
envuelto entre la sábana de espumas,
¡llevadme con vosotras!

Ráfagas de huracán que arrebatáis
del alto bosque las marchitas hojas,
arrastrado en el ciego torbellino,
¡llevadme con vosotras!

Nube de tempestad que rompe el rayo
y en fuego ornáis las sangrientas orlas,
arrebatado entre la niebla oscura,
¡llevadme con vosotras!

Llevadme, por piedad, a donde el vértigo
con la razón me arranque la memoria.
¡Por piedad! ¡Tengo miedo de quedarme
con mi dolor a solas!
 


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Rimas y Leyendas
Gustavo Adolfo Bécquer (Sevilla, 17 de febrero de 1836 - Madrid, 22 de diciembre de 1870)


Editorial Ebro, 1977

Porque el escritor no solo llegó a aquellos lectores que se identificaron en algún momento con estos sentimientos amorosos plasmados en las Rimas. Que estos versos, de alguna manera u otra, palpitan en autores posteriores como Luis Cernuda (que no tuvo reparos en admitirlo, por cierto), en Alberti, en Aleixandre o en Federico García Lorca. La referencia a las Rimas de Bécquer fue de tal calibre que dejó una profunda huella literaria.

"Desempeña en nuestra poesía moderna un papel equivalente al de Garcilaso en nuestra poesía clásica: el de crear una nueva tradición, que lega a sus descendientes. Y si de Garcilaso se nutrieron dos siglos de poesía española, estando su sombra detrás de cualquiera de nuestros poetas de los siglos XVI y XVII, lo mismo se puede decir de Bécquer con respecto a su tiempo. Él es quien dota a la poesía moderna española de una tradición nueva, y el eco de ella se encuentra en nuestros contemporáneos mejores."
Luis Cernuda

Por tanto, no podemos acercarnos a las Rimas de Bécquer no solo por lo que son por ellas mismas encuadradas en una tradición literaria concreta (la del Romanticismo más tardío) sino por lo que supuso para los creadores posteriores. Tanto fue así que en palabras de estos poetas (pertenecientes al canon literario, que la clasificación es importante) nos llevan ante una frontera histórica, ante un antes y un después. Antes de Bécquer, la poesía giraba alrededor del clasicismo y la tradición; después de Bécquer, se da carta de naturaleza a la moderna, superada en las últimas décadas por experimentos vanguardistas.
Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla

miércoles, 26 de junio de 2024

Alférez (Julien Gracq)

Una vez que su tren hubo atravesado los suburbios y humaredas de Charleville, al alférez Grange le pareció que la fealdad del mundo se disipaba: advirtió que ya no tenía ni una sola casa a la vista. El tren, que seguía el lento curso del río, se internaba primero por entre mediocres contrafuertes de lomas cubiertas de helechos y aulagas. Después, a cada curva del río, el valle se iba abriendo camino mientras el ruido del tren repercutía en el seno de la soledad contra los acantilados y un viento crudo, cortante ya en el atardecer otoñal, le refrescaba el rostro al asomar la cabeza por la puerta del vagón. La vía cambiaba a su antojo de orilla, atravesaba el Mosa sobre puentes hechos de un solo tramo de viguerías de hierro, y a ratos se internaba en algún corto túnel a través del desfiladero de un meandro. Una vez reaparecido el valle, centelleante de temblores bajo la luz dorada —la garganta siempre se hundía entre las dos cortinas del bosque— el Mosa parecía más lento y sombrío, como si se deslizara sobre un lecho de hojas podridas. El tren estaba vacío: se hubiese dicho que hacía el servicio entre aquellas soledades por el único placer de circular en la frescura del atardecer, entre las laderas de bosques amarillos que mordían cada vez más arriba en el purísimo azul del atardecer de octubre: a lo largo del río, los árboles liberaban tan solo una estrecha banda de pradera, tan nítida como el césped inglés. «Es un tren que lleva al Dominio de Arnheim», pensó el alférez, gran lector de Edgar Poe, y mientras encendía un cigarrillo retrepó la cabeza en el cadarzo de sarga para seguir con la mirada, muy por encima de él, la cresta de los acantilados desmelenados que se perfilaban gloriosamente contra el sol poniente. En las perspectivas de las gargantas afluentes, boscosas lontananzas se perdían tras el azul ceniza del humo del cigarrillo; 
 
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Los ojos del bosque (Un balcon en forêt)
Julien Gracq (Saint-Florent-le-Vieil, 27 de julio de 1910 - Angers, 22 de diciembre de 2007)


Editorial Debolsillo, 2006
 
La sombra de Stendhal se proyecta en los libros de ficción de Gracq, como en Los ojos del bosque, por ejemplo. Recuerdo los días en que, al encargarme una editorial un breve prólogo a una edición de bolsillo de ese libro, decidí preparar el prefacio retirándome por una temporada  a un albergue en los confines de las Árdenas, donde me sentí feliz, instalado deliberadamente en un tiempo muerto parecido al de la  drôle de guerre de las Árdenas en la que se enmarca la acción de la novela. Me sentí perfecto viviendo con la alegría de Larbaud y de Stendhal en esa especie de tiempo paralizado, casi irreal, mezcla de drôle de guerre y de no tener nada que hacer salvo planear un prólogo. Me pasaba el día leyendo, escribiendo, por decirlo en términos de título de un libro de Gracq. Era mi forma de revivir la experiencia del oficial Grange, el personaje central de la novela. La verdad es que necesitaba yo hacer algo así para recuperarme de las heridas de la vida mundana, necesitaba eso tanto como vivir en la confianza de que un día podría volver a vivir de nuevo en la discreción y la tranquilidad de los años de mi juventud, aquellos en los que se desarrolló mi primera etapa como escritor: volver a los días en que Marcel Duchamp  –cuyas tomas de posición ante la vida y el arte creo que  tienen puntos en común con Gracq-  era mi modelo existencial. Y era mi modelo por su discreción, geometría, clasicismo, elegancia y calma.
[Enrique Vila-Matas. Revista Turia]