lunes, 28 de octubre de 2019

Lobo (Hermann Hesse)

Una vez sucedió por la noche que, estando despierto en la cama, empecé de pronto a recitar versos, versos demasiado bellos, demasiado singulares para que yo hubiera podido pensar en escribirlos, versos que a la mañana siguiente ya no recordaba y que, sin embargo, estaban guardados en mí como la nuez sana y hermosa dentro de una cáscara rugosa y vieja. Otra vez tornó la visión con la lectura de un poeta, con la meditación sobre un pensamiento de Descartes o de Pascal; aún en otra ocasión volvió a surgir, estando un día con mi amada, y a conducirme más adentro en el cielo. ¡Ah, es difícil encontrar esa huella de Dios en medio de esta vida que llevamos, en medio de este siglo tan contentadizo, tan burgués, tan falto de espiritualidad, a la vista de estas arquitecturas, de estos negocios, de esta política, de estos hombres! ¿Cómo no habría yo de ser un lobo estepario y un pobre anacoreta en medio de un mundo, ninguno de cuyos fines comparto, ninguno de cuyos placeres me llama la atención? No puedo aguantar mucho tiempo ni en un teatro ni en un cine, apenas puedo leer un periódico, rara vez un libro moderno; no puedo comprender qué clase de placer y de alegría buscan los hombres en los hoteles y en los ferrocarriles totalmente llenos, en los cafés repletos de gente oyendo una música fastidiosa y pesada; en los bares y varietés de las elegantes ciudades lujosas, en las exposiciones universales, en las carreras, en las conferencias para los necesitados de ilustración, en los grandes lugares de deporte; no puedo entender ni compartir todos esos placeres, que a mí me serían desde luego asequibles y por los que tantos millares de personas se afanan y se agitan. Y lo que, por el contrario, me sucede a mí en las raras horas de placer, lo que para mí es delicia, suceso, elevación y éxtasis, eso no lo conoce, ni lo ama, ni lo busca el mundo más que si acaso en las novelas; en la vida, lo considera una locura.

Lobo (Hermann Hesse)

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El lobo estepario
Hermann Hesse (Calw, Alemania, 2 de julio de 1877 - Montagnola, Suiza, 9 de agosto de 1962)

Alianza Editorial, 1975


Como Harry Haller, el protagonista de su novela El lobo estepario (1927), Hesse tuvo que sufrir la profunda división de su país, Alemania, insatisfecha y dolida por la derrota de la Primera Guerra Mundial y preparada para una nueva ofensiva que con los años llevaría a todo un continente al desastre y a la miseria. Es en esta dualidad donde encuentra Hesse el caldo de cultivo para construir un personaje que ofrece sus distintas caras a lo largo del relato. Una trama, además, que se encuentra dispuesta como un juego de muñecas rusas, de manera que una historia oculta otra historia, que a su vez oculta una nueva historia.
El lobo estepario tiene dos naturalezas: una humana y otra lobuna, y es de imaginar que quien es así no puede llevar una vida agradable y venturosa. El lobo estepario está completamente fuera del mundo burgués, no conoce ni la vida familiar ni las ambiciones sociales, es un ser extraño y anacoreta, un individuo de disposiciones geniales y elevado sobre las pequeñas normas de la vida corriente. En definitiva, el lobo estepario es una persona que está contra el orden establecido, porque ese orden le repugna; le repugnan las normas, las reglas, las comodidades, la facilidad. Es una persona insatisfecha porque el mundo está mal hecho y sólo puede sobrevolarlo con su genialidad.

domingo, 20 de octubre de 2019

Arruga (Tahar ben Jelloun)

Lo que importa es la verdad.
Ahora que soy vieja dispongo de toda la serenidad para vivir. Voy a hablar, a descargar las palabras y el tiempo. Me siento algo pesada. No son los años los que más me pesa, sino todo lo que no ha sido dicho, todo lo que he callado y disimulado. No sabía que una memoria henchida de silencios y de miradas interrumpidas pudiera llegar a ser un saco de arena que dificulta el avance.
Me ha costado tiempo llegar hasta vosotros. ¡Amigos del Bien! La plaza sigue siendo redonda. Como la locura. Nada ha cambiado. Ni el cielo ni los hombres.
Me siento feliz de hallarme por fin aquí. Vosotros sois mi redención, la luz de mis ojos. Mis arrugas son hermosas y abundantes. Las de la frente son las huellas y las pruebas de la verdad. Son la armonía del tiempo. Las del revés de las manos son las líneas del destino. Mirad cómo se cruzan, cómo siguen los caminos de la fortuna dibujando una estrella tras su caída en las aguas de un lago.
Ahí está escrita la historia de mi vida: cada arruga es un siglo, un camino en una noche de invierno, una fuente de agua clara en una mañana brumosa, un encuentro en un bosque, una ruptura, un cementerio, un sol incendiario... Ahí, en el revés de mi mano izquierda, esa arruga es una cicatriz; un día la muerte se detuvo y me ofreció una especie de pértiga. Quizá para salvarme. Yo la rechacé volviéndole la espalda. Todo es sencillo a condición de no ponerse a desviar el curso del río. No hay en mi historia grandeza ni tragedia. Es, sencillamente, extraña. He vencido todas las violencias para merecer la pasión y ser un enigma. Durante largo tiempo he caminado por el desierto; he surcado la noche y he domado el dolor. He conocido "la lúcida fiereza de los mejores tiempos", esos días en que todo parece apacible.

Arruga (Tahar ben Jelloun)


 
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La noche sagrada
Tahar ben Jelloun (Fez, 1 de diciembre de 1944)

Ediciones Península, 1988


Este libro gano el premio Goncourt en 1987 y es complementario al Niño de arena. Narra la historia de aquella niña a la que su padre obligó a ser un niño a partir de la muerte de este, cuando ella decide acabar con aquella farsa y marcharse de allí. Huye de su casa y de su familia y empieza una vida nueva. Su iniciación al amor, con un ciego que la acoge en su casa, es un luminoso descubrimiento del goce, ensombrecido por la inminencia de la tragedia que necesariamente sobrevendrá para que así Ahmed/Zarah pueda liberarse definitivamente de un pasado basado en la mentira. La protagonista, ya anciana, y ahora ella misma ocupa el papel de la contadora de historia en la plaza, rememora aquellos años en que conoció el amor, el dolor, la libertad, la prisión, en que se sintió ya una mujer pero con el peso de su pasado a cuestas como un fardo.
[www.tresculturas.org]

domingo, 6 de octubre de 2019

Ira (John Steinbeck)

El trabajo en las raíces y en las viñas, en los árboles, ha de ser destruido para mantener el precio, y esto es lo más amargo, lo más doloroso de todo. Carretadas de naranjas arrojadas a la basura. La gente recorrió millas para recoger esa fruta, pero no pudo ser. ¿Cómo podían comprar naranjas a veinte centavos la docena si podían recogerlas en las basuras? Y los hombre descubren que la fruta ha sido rociada con petróleo. Un millón de seres hambrientos, que necesitan la fruta...., y las montañas de oro regadas de petróleo.
Y el olor a podredumbre llena el país.
En los barcos se quema el café como combustible. Se quema el maíz para lograr calor. Se arrojan patatas a los ríos y se colocan guardias en las orillas para que la gente hambrienta no pueda sacarlas. Se descuartiza a los cerdos y se los entierra, y la putrefacción penetra muy hondo en la tierra.
Este es un crimen que no tiene nombre. Aquí hay una pena que el llanto no puede simbolizar. Hay aquí un fracaso que anula todos los éxitos. La tierra fértil, los árboles derechos, los troncos macizos y la fruta madura. Y los niños mueren de pelagra porque una naranja ya no deja utilidad. Y los médicos forenses deben decir en los certificados "muerto por desnutrición"; porque el alimento hubo de pudrirse, se le obligó a pudrirse.
La gente fue al río con redes para pescar las patatas, y los guardias los hicieron volverse; llegaron en sus desvencijados coches para recoger las naranjas tiradas, y las encontraron empapados de petróleo. Y se quedan quietos viendo flotar las patatas, escuchan los chillidos de los cerdos cuando los descuartizan para cubrirlos de cal, ven cómo se provoca la putrefacción de las naranjas; y en los ojos de la gente hay una expresión de fracaso, y en los ojos de los hambrientos hay una ira que va creciendo. En sus almas las uvas de la ira van desarrollándose y creciendo, y algún día llegará la vendimia.

Ira (John Steinbeck)

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Las uvas de la ira
John Steinbeck (Salinas, California, 27 de febrero de 1902 - Nueva York, 20 de diciembre de 1968)

Editorial Planeta, 1981


Tras el crack de 1929, época de la Gran Depresión, y debido a las tormentas de polvo y la sequía que destrozó los campos de cultivo y la posterior expropiación por los bancos de estas tierras, millones de familias de Oklahoma Kansas y Tejas, conocidos como okies, se vieron condenadas a la más baja miseria. Por ello decidieron emigrar, con una mano delante y otra detrás, a la "tierra prometida" de California, donde, supuestamente, había trabajo y oportunidades para todos. En este contexto, John Steinbeck narra la historia de una familia, los Joad, que se ven condenados a emigrar para poder sobrevivir. Así, resignados y sin poder hacer otra cosa que seguir luchando por encontrar trabajo y una vida digna, se montan en una vieja camioneta y emprenden un viaje lleno de esperanza. Pero en California no hay lo que esperan encontrar: deberán soportar condiciones infrahumanas de vida, odio y marginación, salarios pésimos que apenas les dará para comer, humillación y maltrato por parte de la policía y los nativos de California, que verán en ellos a un enemigo, un ser inferior, alguien que les quita el trabajo y con ello impregnarán de miedo a los demás; es el miedo y el desprecio a lo desconocido, al de fuera, al extranjero, aunque éste sea honrado y trabajador. El egoísmo en su más pura esencia. [...] De esta manera, la familia Joad tendrá que enfrentarse a todo ello, al hambre, a la miseria, a la muerte, a los desprecios y humillaciones, siendo una familia trabajadora y de buen corazón, y nos darán una lección de humildad, de fuerza, de coraje, y de amor. Un claro ejemplo de la lucha por la supervivencia, de hasta donde es capaz de llegar el ser humano para mantenerse a flote y sobrevivir.
Gemma Serradell [El Correo de Madrid]