lunes, 15 de abril de 2024

Bibliotecaria (Alice Munro)

El día que murió la señorita Tamblym, dio la casualidad de que Louisa estaba en el Commercial Hotel. Por entonces era representante de una empresa que vendía sombreros, encajes, pañuelos, adornos y ropa interior de señora a minoristas. En el hotel se enteró de la historia y pensó que iban a necesitar a otra bibliotecaria. Empezaba a cansarse de ir cargada con los modelos de tren en tren, de un sitio a otro, de enseñarlos en los hoteles, de hacer y deshacer maletas. Así que fue a hablar con quienes estaban al cargo de la biblioteca. El señor Doud y el señor Macleod. Así se llamaban. Por su forma de hablar, parecían actores de vodevil, pero no por su aspecto. El sueldo era pequeño, pero tampoco le iba demasiado bien cobrando a comisión. Les dijo que había terminado la enseñanza media, en Toronto, y que había trabajado en la sección de libros de Eaton's antes de dedicarse a ser representante de comercio. No consideró necesario añadir que sólo llevaba allí cinco meses cuando descubrieron que tenía tuberculosis y que después tuvo que pasar cuatro años en un sanatorio. Al fin y al cabo, se había curado: no tenía manchas.
La dirección del hotel la instaló en una de las habitaciones para clientes permanentes, en el tercer piso. Desde allí veía las montañas cubiertas de nieve por encima de los tejados. El pueblo de Carstairs estaba en el valle de un río. Tenía unos tres o cuatro mil habitantes y una calle mayor que iba cuesta arriba. Había una fábrica de órganos y pianos.
Las casas estaban construidas para durar toda una vida, los patios eran amplios y las calles estaban flanqueadas por arces y olmos antiguos. Nunca había estado allí cuando había hojas en los árboles. Debía ser muy diferente. Lo que ahora quedaba al descubierto estaría oculto.
Se alegró de poder empezar desde cero; se sentía tranquila, agradecida. Había empezado desde cero otras veces y las cosas no habían salido como esperaba, pero creía en las decisiones rápidas, en la intervención imprevista, en el carácter único de su destino.
El pueblo estaba lleno de olor a caballos. A medida que se aproximaba la noche, grandes caballos con anteojeras y cascos emplumados tiraban de los trineos por el puente, pasaban junto al hotel, bajaban por carreteras oscuras, donde no había faroles. En alguna parte del campo perderían el sonido de sus cascabeles.

Bibliotecaria (Alice Munro)


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Secretos a voces
Alice Munro (
Wingham, Canadá, 10 de julio de 1931 - Ontario, 13 de mayo de 2024)​

Alice Munro evoca el poder devastador de los viejos amores que resucitan en este conjunto de relatos, que le valieron a la autora el W. H. Smith Award y que el New York Times eligió como uno de los mejores libros de su año. Por aquí transitan una joven desaparecida sin rastro, una novia por contrato, una solitaria excéntrica que, sin proponérselo, consigue un pretendiente millonario, y una mujer que quiere escapar del marido y también del amante. Resuenan en estos Secretos a voces el humor, la pena y la sabiduría que confirman, una vez más, las palabras de Jonathan Franzen: «Munro es quien mejor escribe en América del Norte hoy en día».

domingo, 10 de marzo de 2024

Desafío (Frederic Remington)

No voy a contar aquí la historia de la batalla que sostuvo el Séptimo de Caballería con la banda de sioux de Pie Grande en Wounded Knee; eso ya lo ha hecho la prensa; pero sí referiré algo de lo que se dijo en las tiendas Sibley, o «tiendas de guerra del hombre blanco», como las llaman los indios.
Echado de espaldas, con una bala metida en su cuerpo, el teniente Mann se mostró decidido al llegar al punto crucial de su relato:
— Vi a tres o cuatro indios jóvenes que soltaban sus mantas, y me fijé que estaban armados. ¡Listos para disparar, muchachos, que hay jaleo! Transcurrió un instante, y oímos un tiroteo en el centro de los indios. ¡Fuego!, grité, y cargamos contra ellos.
— ¡Oh, sí, Mann! Pero el jaleo empezó cuando el brujo arrojó polvo en el aire. Esa es la vieja señal de «desafío», y apenas había hecho cuando aquellos guerreros se dispararon y entraron en acción. Poco antes alguien me había dicho que si no deteníamos la charla de aquel viejo se armaría un jaleo. Estaba diciendo que las balas del hombre blanco no traspasarían sus camisas indias.
Otro oficial dijo:
— Aquellos sioux sabían manejar muy bien los rifles «Winchester».
Por esta crítica se podía ver que era un profesional.
Otro añadió:
— Un hombre fue herido al principio del combate; pero continuó disparando con su «Winchester»; como cada vez se fue sintiendo más débil, y desplomándose gradualmente, sus tiros le salieron cada vez más altos, hasta que disparó al aire.
— Aquellos indios estaban locos de remate. Por ejemplo, ¿te fijaste que antes de disparar alzaban sus manos al cielo? Era por devoción.
 
Caminos de herradura Frederic Remingto

 
 
 
 
 
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Caminos de herradura
Frederic Remington (
Canton, Nueva York, 4 de octubre de 1861 - Ridgefield, Connecticut, Estados Unidos, 26 de diciembre de 1909)

Ediciones del Cotal, 1980

Frederic Remintong pertenece a la categoría de artistas cuyo modo de interpretar y representar la realidad se ha identificado con la realidad misma.
El Oeste americano que conocemos a través de las imágenes de las películas, las descripciones de los apasionados y las ilustraciones de los epígonos, es el Oeste de Frederic Remington. En sus escritos y en sus ilustraciones nos ha proporcionado una descripción tan precisa y significativa del mundo de la frontera como establecer de una vez para siempre el modelo. En él se han inspirado muchos novelistas para describir hombres y escenas de la época, a él han recurrido grandes directores de cine para ambientar sus películas y antropólogos y filólogos de las costumbres hallan en él una fidedigna
fuente de estudio.
Este libro, publicado por primera vez en 1895, recoge algunos de los artículos e ilustraciones más características del prolífico autor que en veinticinco años de trabajo escribió docenas de artículos, realizó 2.700 dibujos y pinturas, ilustró 142 libros y proporcionó ilustraciones para 41 revistas diferentes, convirtiéndose en el mejor «cronista» del Oeste.

jueves, 22 de febrero de 2024

Sitio (Denise Levertov)

Hablándole al dolor

Ah, dolor, no debiera darte el trato
de un perro vagabundo
que llega hasta la puerta trasera por si logra
un trozo de pan duro, un hueso mondo.
Debería confiar en ti.

Debería halagarte y conseguir
que pasaras dentro y ofrecerte
un rincón propio,
con una vieja alfombra para echarte
y tu propia escudilla.

Te piensas que no sé que llevas tiempo
instalado en mi porche.
Quieres que quede listo tu sitio genuino
antes de que sea invierno. Necesitas
tu nombre, tu collar, la chapa
de identificación. Y necesitas
el derecho a espantar a los intrusos,
a quedarte en casa y
sentirla como propia,
a mí como algo tuyo
y a ti
como mi propio perro.


 

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Antología poética
Denise Levertov (Ilford, Essex, 24 de octubre de 1923 – Seattle, 20 de diciembre de 1997)

Ediciones Hiperión, 2013

La forma orgánica sustenta los versos de Levertov; sus poemas no tienen sentido sin la vieja interacción entre el significado y la forma. De ahí que la empatía sirva para que su poesía fluctúe hasta lograr la reconciliación de contrarios dentro del universo mediante el proceso dialógico. Tal es en esencia la armonía del mundo explicada en su poesía. La estética de Levertov radica en el uso del espacio poético como un microcosmos donde recrear con fidelidad cuantos fragmentos de realidad ha descubierto en su indagar incansable. La forma orgánica pone el acento en la entidad del poema como un organismo vivo, sujeto a procesos de transformación y de evolución, sin un esquema de comportamiento fijado por las leyes métricas, sino por esas mismas reglas que justifican y mantienen la vida en el universo. La poesía de Levertov no obedece a patrones formales establecidos, sino que recurre a la disposición e interacción de recursos visuales, auditivos y táctiles en la página.
[Prólogo de Cristina Gámez y Bernd Dietz]

miércoles, 10 de enero de 2024

Destierro (Silvia Mistral)

12 de junio
Brilla el sol sobre el río. Unas mujeres, junto a una casita blanca, lavan la ropa con brío. Han embarcado todos los refugiados por orden alfabético. Se anuncia una salida. Unos agentes, somnolientos, pasean a lo largo del espigón. Son la última visión del «allez, allez», la última estampa del militarismo francés. Vuela el pensamiento hacia los que quedan encerrados en la arena inhóspita de las playas de los Pirineos Orientales. El único representante que nos despide, en esta mañana cubierta por una neblina de fin de primavera, que el sol deshace con sus rayos dorados, es Fernando Gamboa. Los demás han regresado, por la noche, a Burdeos y no han regresado, todavía, en el momento de la partida.
Voces portuarias se escuchan entre las cuerdas y las máquinas. Se eleva el ancla, con estrépito, y la sirena del buque entona su preludio de despedida. Los rechazados se agrupan en el muelle con los nervios tensos y los ojos llenos de lágrimas.
Cuando el Ipanema se aleja del espigón, unos y otros lanzan tres gritos:
— ¡Viva México! ¡Viva Cárdenas! ¡Viva la República!
Nadie da un hurra a Francia.
Cuando el barco abandona el lecho del Gironda para adentrarse en el golfo de Vizcaya, pienso qué absurdas e inesperadas situaciones conducen al viaje —invitación al destierro— lanzándonos lejos de la tierra nativa. Bien decía Goethe que «nunca se va más lejos que cuando no se sabe a dónde se va».

Destierro (Silvia Mistral)

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Éxodo
Silvia Mistral (La Habana, 1 de diciembre de 1914 - Ciudad de México, 26 de julio de 2004)

Icaria Editorial, 2009

Nada más llegar a México, Silvia Mistral (adoptó ese seudónimo en homenaje al poeta francés Frédéric Mistral) se establece en Ciudad de México junto a su compañero, el dirigente ácrata Ricardo Mestre, un alma inquieta que no pierde el tiempo y funda enseguida una editorial, Minerva. Mestre había sido durante la guerra director del diario Catalunya, comisario cultural y miembro del comité de Defensa de la CNT. El primer libro que publicará Ediciones Minerva será Éxodo, con prólogo de León Felipe, una prestigiosa voz (acababa de publicar «Español del éxodo y del llanto») que le otorgó un sello de calidad a la obra de Mistral. Previamente, el diario de Mistral se había publicado por entregas en el semanario mexicano Hoy. La escritora reelaboró luego el texto —en el que se combina el dietario y la crónica urgente de un desarraigo colectivo— para introducir referencias literarias y políticas. La portada es obra de otro transterrado de la primera hora, el artista sevillano Francisco Carmona.  Pese a su calidad literaria y su valor testimonial, Éxodo pasará sin pena ni gloria por el mundo editorial mexicano. Apenas se vendieron unos pocos libros de los 3.000 ejemplares editados. La precaria edición realizada por Mestre jugó en su contra. Pero sin duda la doble condición de mujer y exiliada poco conocida también le pasó factura a Mistral. La autora achacaría también más tarde la escasa repercusión de la obra a motivos políticos, como recordaba en una carta enviada a la escritora Anna Caballé en 1996: “Fuera por la modestia de la edición hecha por mi esposo o por otros factores como el hecho de estar los suplementos culturales en manos de los comunistas y yo haber incluido en el relato los interrogatorios del representante mexicano en Burdeos, no tuvo (la obra) mucha difusión”. La reedición del libro tendría que esperar 70 años hasta que la editorial Icaria lo diera a conocer en España en 2009 bajo la edición crítica del catedrático José Colmeiro.
[César G. Calero. ctxt.es]

domingo, 26 de noviembre de 2023

Absorta (Lola Mascarell)

absorta

Estoy oyendo el agua
caer contra el tejado y no la veo,
no veo su descenso en mi ventana,
ni su mancha de nube entre las cosas.
¿Adónde se nos vuela la conciencia
cuándo todo se borra y aparece
un vacío sin nombre y sin paisaje
donde una vez se alzara el mundo en orden?
Hay un raro misterio
en este resbalar de la mirada
más allá del contorno y de las formas.
Hay un raro caer en este trance
del mirar que no mira, que se hunde
nadie sabe en qué abismo bajo el agua
lejana de qué origen.

Absorta (Lola Mascarell)

 

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Mientras la luz
Lola Mascarell (Valencia, 27 de mayo de 1979)

Editorial Pre-Textos, 2013

De su obra ha dicho la autora: “Hay una idea vaga, tal vez, que gira en torno a ese instante en que todo está a punto de desvanecerse, de ser borrado, ese momento previo a la noche, pero que todavía sigue siendo territorio de luz. Y de ahí surge la necesidad de cantar esa luz mientras la luz persiste, cantarla mientras se apaga para hacerla durar. El adverbio, mientras me sugiere esa doble lectura, esa tonalidad agridulce, porque tiene algo que nos lleva a celebrar la duración de las cosas, pero a la vez contiene ya en sí mismo algo de despedida.”
En este poemario hay una constante celebración del instante, ese espacio breve e intenso entre la luz que aparece y su despedida, ese “mientras la luz” permanece en el fulgor de su exuberancia esplendorosa. En el primer poema del libro, que se titula de igual forma, dice: “… Todo está en la ventana, soy el marco/ que reúne y contiene los compases/ de este instante inmortal, de este intervalo./…”. Y en esta celebración hay un cierto paralelismo al haiku, en cuanto la poeta se coloca fuera del suceso, como aquellos haijines recorre su camino y descubre el espíritu del mundo.
[Francisco Basallote.  www.papel-literario.com]

martes, 24 de octubre de 2023

Final (Javier Cercas)

Le hablé de todas estas cosas y de otras, y a medida que lo hacía supe que Jenny tenía razón, que Marcos tenía razón: debía terminar el libro. Lo terminaría porque se lo debía a Gabriel y a Paula y a Rodney, también a Dan y a Jenny, pero sobre todo me lo debía a mí, lo terminaría porque era un escritor y no podía ser otra cosa, porque escribir era lo único que podía permitirme mirar a la realidad sin destruirme o sin que cayera sobre mí una casa ardiendo, lo único que podía dotarla de un sentido o de una ilusión de sentido, lo único que, como había ocurrido durante aquellos meses de encierro y trabajo y vana espera y seducción o persuasión o demostración, me había permitido vislumbrar de veras y sin saberlo el final del viaje, el final del túnel, el boquete en la puerta de piedra, lo único que me había sacado del subsuelo a la intemperie y me había permitido viajar más deprisa que la luz y recuperar parte de lo que había perdido entre el estrépito del derribo, terminaría el libro por eso y porque terminarlo era también la forma de que, aunque encerrados en estas páginas, Gabriel y Paula permaneciesen de algún modo vivos, y de que yo dejase de ser quien había sido hasta entonces, que fui con Rodney —mi semejante, mi hermano—, para convertirme en otro, para ser de alguna manera y en parte y para siempre Rodney. Y en algún momento, mientras seguía contándole a Marcos mi libro sabiendo ya que iba a terminarlo, me asaltó la sospecha de quizá no lo había abandonado dos semanas atrás porque no quisiera terminarlo o no estuviera seguro de que mereciera la pena terminarlo, sino porque no que quería terminarlo: porque cuando estaba vislumbrando su final —cuando casi sabía lo quería decir esta historia, porque ya casi lo había dicho; cuando casi había llegado a donde quería llegar, precisamente porque nunca había sabido adónde iba— me pudo el vértigo de ignorar lo que habría al otro lado, que abismo o espejo me aguardaba más allá de estas páginas, cuando tuviera de nuevo todos los caminos por delante. Y fue entonces cuando no solo supe el final exacto de mi libro, sino también cuando hallé la solución que estaba buscando.

 

Final (Javier Cercas)


 
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La velocidad de la luz
Javier Cercas (Ibahernando, Cáceres, 6 de abril de 1962)

 
La velocidad de la luz es la historia de una amistad que empieza en 1987, cuando el narrador, un joven aspirante a novelista, viaja a una universidad del Medio Oeste estadounidense y conoce a Rodney Falk, su compañero de despacho, un excombatiente de Vietnam huraño e inabordable, ferozmente lúcido y corroído en secreto por su pasado.
El narrador tendrá que hacer su propio viaje a los abismos antes de emprender el viaje de regreso hasta el otro lado del océano y volver a visitar a su viejo compañero Rodney, a quien la vida lo llevó a una guerra en la que no creía, contra la que protestó en vano, pues al final se impondría como una nube gris y devastadora que empañó su mirada y lo llevó a trompicones por la vida.
A nuestro narrador no sería la guerra, sino el éxito lo que lo haría transitar desde la cándida e irreverente juventud a la madurez, con su seductora como corrosiva alfombra roja que nos lleva a creernos dueños del mundo o por lo menos personas de éxito que pueden por ello tachonar sobre las rutas de otros.
La velocidad de la luz mantiene un ritmo que nos inquieta porque nos deja a la espera de un suspenso preconcebido, fruto de nuestros clichés sobre los temas de guerra y sus supervivientes. Con aparente tranquilidad, Javier Cercas teje su hilo de Ariadna para llevarnos hasta sentir los estragos de la culpa y la estupidez de las decisiones de quien solo tiene ojos para ver su propia nariz.
[Sofía Gómez - Revista Vagabunda Mx]

domingo, 24 de septiembre de 2023

Ensueño (Ernestina de Champourcin)

El último ensueño
 
Prende a mi vestido capullos de almendro,
perfuma de nardo mis negros cabellos
y entierra entre flores los tristes recuerdos.
Apaga las luces… pero haz que a lo lejos
Beethoven suspire, nostálgico y lento.
Cerraré los ojos y sobre mis dedos
se irá deshojando, silencioso y yerto,
el llanto divino del último ensueño.

Entorna las puertas. Deshaz este velo
que tejí con plata. ¡Ya sólo deseo
descansar tranquila! Cuando esté deshecho,
recoge sus hilos, bésalos y… luego
deja que mis manos vayan componiendo
con las hebras rotas el postrer ensueño.

Mi vida se acaba. ¡Ya sé que me muero!
Y quiero extinguirme, muda, sonriendo,
con el alma alegre y el corazón lleno
de bellas quimeras, guardando en mi pecho
toda la agonía del postrer momento.
¡Déjame que muera viviendo mi ensueño!
 
Almendro En Flor - Vincent Van Gogh

 
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Antología poética
Ernestina de Champourcin (Vitoria, 10 de julio de 1905 - Madrid, 27 de marzo de 1999)


Ediciones Torremozas, 1988
 
“Solo creo en Dios y en la belleza —confiesa Ernestina a Carmen Conde—. No me queda sitio para nada más. ¡Ah! Y en amistades de carácter espiritual como la nuestra, sin distinción de sexos”. Ernestina concibe la experiencia religiosa en un sentido amplio y poético. Su devoción —matiza— “es más bien misticismo; cierto fondo de exaltación que aplico de un modo especial a todas las cosas. Por ejemplo, siento a Dios más cerca al escribir un Poema que rezando ante imágenes […]; vuelvo a repetírtelo: para mí Dios es la Belleza”. Ernestina no era una mujer conformista, sino un espíritu rebelde. No aceptó la tutela de su aristocrática familia, que le recriminó apoyar a la Segunda República. No se alineó con ninguna vanguardia, pese al interés que le suscitaron como escritora. En su única novela, La casa de enfrente, no justificó ni ocultó los crímenes de las milicias revolucionarias en el Madrid sitiado por los militares sublevados. No se sometió al materialismo imperante, que aconsejaba celebrar la finitud y olvidarse de la eternidad. Siempre buscó la pureza y el infinito. “El lirio es la flor simbólica de nuestra juventud —escribe—. Ávida, tensa, en el afán supremo de huir; empeñada en buscarse a sí misma lejos, entre la flecha inmóvil de lo infinito”. 
[Rafael Narbona - El cultural]