lunes, 31 de octubre de 2016

Color (Fatema Mernissi)

La puerta de nuestra casa era hubud, una frontera bien definida, porque hacía falta permiso para entrar y para salir. Había que justificar cada movimiento e incluso acercarse a la puerta era todo un trámite. Si una iba desde el patio, primero tenía que pasar por un corredor interminable y luego había de vérselas con Ahmed, el portero, que solía estar sentado en su regio diván, siempre con la bandeja té al lado para invitar a quien fuera. Como el derecho de paso suponía invariablemente un proceso de negociación bastante complejo, invitaba a quien quisiera salir a sentarse junto a él en su imponente diván o frente a él, debidamente relajado en su fauteuil de France, una especie de butaca dura y sin tapizar que él mismo había elegido en una inusual visita al joutya, el mercadillo de segunda mano. Ahmed solía tener al menor de sus cinco hijos en brazos, porque cuidaba de ellos cuando su esposa Luza iba a trabajar. Luza era una cocinera excelente y aceptaba trabajos ocasionales fuera de nuestra casa cuando le pagaban bien.
La entrada de nuestra casa era una gigantesca arcada de piedra con descomunales puertas de madera tallada. Separaba el harén de las mujeres de cuanto varón extraño se paseara por las calles. (El honor y el prestigio de mi tío y de mi padre dependían de aquella separación, nos decían). Los niños podían salir siempre que los padres les diesen permiso, pero las mujeres adultas no.
-Despertaría al amanecer -decía mi madre-, si pudiera salir a pasear por la mañana temprano, cuando las calles están desiertas. A esa hora la luz debe de ser azul, o quizá rosada, como la del crepúsculo. ¿De qué color será la mañana en las calles desiertas y silenciosas?

Color (Fatema Mernissi)

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Sueños en el umbral
Fatema Mernissi (
Fez, 1940 - Rabat, el 30 de noviembre de 2015)
 

Fatema Mernissi desgrana una serie de cuentos sobre la infancia y el despertar de una niña en un harén de Fez, muy alejado del que evoca la imaginería oriental. Nos muestra sus mujeres, con sus fantasías y sueños, incluido el «sueño en el umbral», el mundo masculino que se extiende más allá de esos muros.
Esta mágica recreación de un mundo extinguido, en el que una niña se ve obligada a navegar entre fronteras para salvaguardar su futura integridad de mujer, adquiere universalidad en su exotismo gracias al hilo de plata con el cual la autora teje los innumerables cuentos y anécdotas del patio al que estaba confinada. 

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