lunes, 20 de enero de 2014

Signo (Roland Barthes)

¿Imperio de los signos? Sí, si se entiende que estos signos están vacíos y que el ritual no tiene dios. Véase el cuarto de los signos (que era el hábitat mallarméano), es decir, allá toda vista, urbana, doméstica o rural, y para ver mejor cómo se realiza, tómese por ejemplo el corredor de Shikidai: tapizado de luces, encuadrado de vacío y, a la vez, no encuadrando nada, sin duda decorado, pero de tal manera que la figuración (flores, árboles, pájaros, animales) está sustraída, sublimada, desplazada lejos del frente de la mirada, no hay en él lugar para mueble alguno (término paradójico ya que designa ordinariamente una propiedad muy poco móvil, con la que se hace de todo para que dure: entre nosotros un mueble tiene una vocación inmobiliaria, mientras que en el Japón, la casa, a menudo deconstruida, apenas es un elemento más del mobiliario); en el corredor, como en la casa ideal japonesa, exento de muebles (o con muy pocos), no existe ningún lugar que designe la menor propiedad: ni sillas, ni cama, ni mesa en donde el cuerpo pueda constituirse en sujeto (o dueño) de un espacio: el centro está negado (ardiente frustración para el hombre occidental, afianzado en todas partes por su sillón, su cama, propietario de un emplazamiento doméstico). Descentrado, el espacio es también reversible: se le puede dar la vuelta al corredor de Shikidai y no pasará nada, salvo una inversión sin consecuencias de lo alto y lo bajo, de la derecha y la izquierda: el contenido es despachado sin regreso; ya se pase por él, se le atraviese o se siente uno en el mismo suelo (o en el techo, si se da la vuelta a la imagen), no hay nada que coger.


Signo (Roland Barthes)____________________________________________________________________________

El imperio de los signos
Roland Barthes (Cherburgo, 12 de noviembre de 1915 – París, 25 de marzo de 1980)

Editorial Seix Barral, 2007


El Japón es el país de la escritura. En 1970, Roland Barthes dedica una obra al sistema simbólico japonés, en un viaje no por el Japón real, sino por el de sus signos. Barthes no es el turista que pasea por las calles, degusta la gastronomía o asiste a representaciones teatrales, sino el semiólogo que se afana por interpreta r el significado y el significante. El resultado es un tratado sobre el signo, sus reglas y su belleza.Con El Imperio de los signos, Roland Barthes, uno de los máximos representantes del post-estructuralismo francés y uno de los padres de la semiótica moderna, inicia una fase en la que comienza a sentirse escritor, a construir un estilo propio.

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